Mercaderías descartables

En una entrevista al filósofo español Emilio Lledó, se lee este párrafo: Periodista: Ya que habla usted de los griegos, sería muy conveniente que habláramos de la democracia. La gente ha hecho caso a eso que desde chicos nos enseñan: Ver, oír y callar.

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Lledó: Y no hay nadie que se levante a decirle al basileus (gobernante) que no está de acuerdo con sus decisiones.

En medio de las hurras y los aplausos a Horacio Cartes en el Congreso con motivo de su mensaje anual, la senadora Desirée Masi le dijo al Presidente que era un mentiroso y violador de la Constitución Nacional.

La reacción de Cartes fue la esperada: una sonrisa pedante, dibujada con suficiencia. Sus partidarios no se hicieron esperar para rechazar la admirable actitud de la senadora. El rechazo fue la expresión doliente de una masa habituada a vivir de rodillas, a “ver, oír y callar”.

¿Por qué no se le ha de decir a un presidente de la República, o a un rey, que es un mentiroso cuando miente, que viola la Constitución cuando lo hace?

Se miente de dos maneras: cuando se dicen mentiras y cuando se callan verdades. Y Cartes calló varias verdades en su mensaje, tal como se ha difundido en algunos medios de comunicación.

Como las muchas dictaduras que padecimos nos enseñaron a “ver, oír y callar”, nos escandalizamos cuando se alzan algunas voces a cuestionar, en el ejercicio de su derecho, las decisiones del gobernante que dañan al país.

Entiendo que un presidente de la República procure difundir, por todos los medios a su alcance, las obras debidas a su gobierno. No tiene por qué callarlas ni hay pecado alguno en hacerlas conocer. Es su legítimo derecho contar aquellas realizaciones de las que, a su juicio, la población debe enterarse. Pero la ciudadanía también tiene el derecho a saber de aquellas obras prometidas y nunca ejecutadas.

“Violador de la Constitución Nacional”, le dijo Desirée a Cartes. En solo tres meses –sin contar los anteriores–, la prensa acumuló las pruebas, todas preocupantes y que apuntan directamente a debilitar las instituciones democráticas. Pero no solo están los hechos consumados, sino la perversa intención de hacerlo como la famosa y trágica arremetida para la enmienda de la Constitución con el fin de mantener a Cartes en el poder, más allá de lo legalmente establecido. No se consumó esta barbaridad gracias a una saludable reacción de la ciudadanía. Cartes les desinfló a sus partidarios del oficialismo y de la supuesta oposición. Al parecer, todo había quedado en un desgraciado intento. ¿Intento?

La senadora Masi le llamó también mentiroso a Cartes. ¿Es otra de sus mentiras haber desistido de la reelección? ¿No aprovechó el descuido ciudadano, su distracción, su candidez, para llevar adelante su proyecto?

¿A qué viene que uno de los más fanáticos entusiastas para que se viole la Constitución Nacional, el exasesor del Tribunal Superior de la Justicia Electoral, Carlos María Ljubetic, sale ahora a decir que “todavía hay tiempo legal para la enmienda”? Pareciera que, en cumplimiento de una orden cartista, Ljubetic es el encargado de reabrir el camino no solo para la ilegalidad, sino para nuevos y tal vez más trágicos enfrentamientos.

Nadie creería que se trata de un hecho casual que Ljubetic volviese de pronto a aparecer con su conocida postura de que la enmienda es posible. Ya se ha demostrado con suficiencia que la Constitución Nacional prohíbe expresamente la reelección presidencial “en ningún caso”. Tampoco por la enmienda es posible, salvo que se viole la Constitución cuya consecuencia inmediata, como ya se ha visto, es poner en peligro la paz de la República.

Para llevar adelante sus autoritarios proyectos, Cartes echa mano a un principio empresarial que tan bien conoce: comprar a bajo costo las mercaderías que han de servirle para multiplicar sus ganancias. Es así que llenó la Cámara de Senadores, de Diputados y tantas otras instituciones del Estado con mercaderías enteramente descartables con las que nunca construiremos una democracia sólida.

alcibiades@abc.com.py

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