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La ministra de Educación, Marta Lafuente, ha hecho muy bien negándose a incorporar el juego del ajedrez como asignatura. No es admisible que los legisladores decidan por su cuenta, sin dialogar antes con el MEC y con el Consejo Nacional de Educación y Cultura (Conec) para definir cómo ha de ser el currículo escolar. Si cada institución va a hacer gala de su poder dando por hecho lo que se le ocurre imponer, ¿dónde está la organización del Estado y del Gobierno?
Es increíble que se quiera obligar sin tener en cuenta factores fundamentales para hacer viable este propósito. ¿Dónde están los cientos de profesores de ajedrez para enseñar? ¿Quién los forma con garantías de que recibirán no solo técnicas de juego, sino aplicación pedagógica y didáctica? ¿Cuándo y dónde se hará esa formación? ¿Dónde está el presupuesto financiero para esa formación y después para pagar las horas cátedra? ¿Dónde está el dinero para comprar los miles de tableros y fichas del juegos? Si pretendemos seguir improvisando, nunca saldremos del subdesarrollo.
Seguramente que los legisladores han sido convencidos del potencial educativo de este juego. Pero lo que probablemente no les han dicho es que los resultados del juego, siendo estimables, aún no se han podido demostrar científicamente, salvo en condiciones especiales, que no son las comunes y posibles en escuelas como actividad general.
En primer lugar porque está demostrado que no todas las edades son igualmente hábiles para poder esperar resultados. Investigaciones de psicólogos especialistas en desarrollo del pensamiento afirman que la edad rentable para el efecto es de los siete a los doce años.
No creo que los legisladores hayan pensado qué difícil va a ser a los profesores evaluar la actividad y el aprendizaje “ajedrez”. Más difícil aún si se decide que no haya calificación en dicha actividad, porque faltará un elemento motivador, aunque sea motivación extrínseca, pero al fin motivadora del interés de los alumnos. ¿Qué se hace con un alumno que se aplace en ajedrez?
Educativamente hablando parece que el ejercicio de ajedrez puede ayudar a desarrollar ciertas formas de pensamiento, como el pensamiento estratégico, espacial y lógico. Pero también es cierto que como juego desarrolla actitudes no recomendables, como la violencia y la violencia premeditada, ya que el éxito al ganar está en ir eliminando las piezas del adversario, hasta matar a la pieza casi más torpe, pero simbólicamente la más importante, que es el rey. No es ejemplar la estrategia de poner a los más débiles (los peones) en primera fila de peligro, para proteger a los poderosos que se refugian en la retaguardia.
No existe ganar juntos, ganar todos, cooperar para triunfar sin excluir a nadie. No existe pensamiento compartido y colaborativo, sino el pensamiento agresivo y excluyente. ¿Cuáles serán entonces los objetivos del juego ajedrez durante nueve años? ¿Con qué instrumentos pedagógico-didácticos se evaluarán? No es lo mismo ser entrenador del juego, que ser profesor. Para el profesor no basta con enseñar técnicas de juego para jugar mejor y ganar, el profesor debe ayudar a comprender procesos cognitivos, atender a procesos afectivos y reflexionar sobre el compromiso social y los procesos de enfrentamiento y confrontación del juego.
Enseñar a desarrollar diversas formas de pensamiento no tiene por qué ser una asignatura más, se puede enseñar y aprender como competencia en todas las actividades escolares. La clave es el método del profesor para ayudar a aprender tanto los conocimientos como las competencias. Mientras en países que progresan reducen el número de asignaturas, nosotros lo aumentamos y además con asignaturas que dan la imagen de que tomamos a juego la educación.
jmontero@abc.com.py