Infantilización de la pobreza

Un par de décadas atrás, diversos estudios comenzaron a mostrar preocupación por la infantilización de la pobreza en América Latina. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la pobreza infantil se define como la privación de nutrición, agua, acceso a servicios básicos de salud, abrigo, educación, participación y protección. La pobreza infantil implica, pues, que niños, niñas y adolescentes no gocen de sus derechos más elementales.

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Si bien no hay un único enfoque para definir y medir la pobreza infantil, la mayoría de los estudios que abordan esta problemática la concibe como un fenómeno multidimensional. En el informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) titulado “Estado mundial de la infancia” (2005), se afirma que “los niños y las niñas que viven en la pobreza son los que sufren una privación de los recursos materiales, intelectuales y emocionales necesarios para sobrevivir, desarrollarse y prosperar, lo que les impide disfrutar de sus derechos, alcanzar su pleno potencial o participar como miembros plenos y en pie de igualdad en la sociedad”.

En un estudio reciente de medición realizado conjuntamente por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), se define la pobreza infantil como la presencia de privaciones del ejercicio de los derechos de niños, niñas y adolescentes en determinados ámbitos ampliamente reconocidos como constitutivos de pobreza: educación, nutrición, vivienda, agua, saneamiento e información. Según el estudio (2012), en América Latina el 40,5% de los niños, las niñas y los adolescentes vive en condiciones de pobreza, ya sea moderada o extrema. Esto implica que, en la región, la pobreza infantil total afecta a 70,5 millones menores de 18 años. Por otro lado, el 16,3% de los niños, las niñas y los adolescentes se encuentra en situación de pobreza extrema. Es decir, más de 28,3 millones de niños, niñas y adolescentes. En Paraguay, según el informe, el 54% de los niños, niñas y adolescentes son pobres, lo que representa un total de 1.290.885 menores de 18 años, de los cuales 10,3% son pobres extremos, lo que supone un total de 247.293 menores. ¡Las cifras resultan aterradoras!

Como puede notarse, la pobreza infantil es un fenómeno extendido en América Latina y constituye un desafío prioritario para los gobiernos y la sociedad en su conjunto. Entre los niños, las niñas y los adolescentes, las múltiples caras que adquiere la pobreza generan efectos negativos permanentes que se muestran en el presente y que los marcarán por el resto de sus vidas. En buena medida, esos efectos también implicarán la reproducción de la pobreza y, en algunos casos, contribuirán a profundizar la desigualdad. Estudios disponibles complementarios muestran, por cierto, una fuerte relación entre pobreza, desnutrición y retraso del desarrollo.

Repensar la política social y, especialmente, la destinada a la lucha contra la pobreza, es una tarea acuciante, tanto por la magnitud del fenómeno como por la urgencia del drama. Detener el mecanismo de reproducción de la pobreza requiere acciones decididas y bien planificadas. Cabe advertir que las políticas públicas no solo deben orientarse a enfrentar las situaciones de pobreza actual, sino también a construir sistemas de promoción y protección social que permitan compensar los efectos devastadores de la pobreza (mala salud, baja educación, pobre autoestima, trabajo informal, bajos ingresos, entre otros) y, por esa vía, aminorar el efecto de los factores que hacen posible su interminable reproducción o resurgimiento. En verdad, la infantilización de la pobreza es un fenómeno moralmente inadmisible con un terrible impacto sobre nuestro futuro político, social y económico.

dm@danielmendonca.com.py

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