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Todavía no terminó de hablar cuando monseñor Medina ya recibió el enfado de los demás obispos congregados en la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) a través de su presidente, monseñor Claudio Giménez. Le dijeron a Medina que no debe inmiscuirse en los asuntos políticos. Se puede estar de acuerdo, o no, con monseñor Medina, pero es una exageración la idea de hacerlo callar.
No es cierto que la política sea solamente para los políticos profesionales. Está aquello de que somos animales políticos. Otros, solamente animales.
Cuando monseñor Medina, junto con otros pocos obispos y sacerdotes, expresaba su preocupación por las barbaridades de la dictadura, recibía sonoros aplausos de las víctimas. Hoy, gran parte de esas víctimas está en el poder o ha estado después del 3 de febrero de 1989. Entonces, lo que dice Medina –que es lo mismo que venía diciendo desde siempre– ahora está mal. No tiene que meterse en política. Sus preocupaciones debe guardarlas en el fondo de la sacristía.
Desde la caída de la dictadura –cuyo aniversario se recuerda hoy–, ¿cambió nuestro país de tal modo que los buenos deseos ya están demás? ¿No se justifica hoy que un obispo reitere sus antiguas inquietudes?
El Partido Colorado ya no es el mismo –o la sociedad no le permite hoy que sea el mismo– de los tiempos del stronismo, aunque muchas de sus relevantes figuras provienen de la dictadura.
Desde febrero de 1989 han pasado por el Palacio de Gobierno presidentes de distintas ideologías, en el supuesto de que hubieran tenido alguna. Estuvieron sentados en la silla presidencial colorados, oviedistas, liberales, socialistas. Todo nuestro abanico partidario desfiló por el Gobierno. Cada uno de ellos culpó al anterior de los problemas que le tienen en zozobra a la población. La cosa es que el Gobierno que encuentra cinco problemas deja 8; el siguiente, 15; y así en una sucesión de irresponsabilidades e incompetencia.
¿Pruebas? Haciendo referencia a una sola edición de este diario –la del jueves 31–, tenemos que el lago Ypacaraí está muerto. “En sus aguas ya no hay oxígeno”. El técnico Celso Velázquez dice: “Simplemente es un desastre ambiental en el ecosistema del lago (…), uno mira y se siente impotente de lo que era un sitio recreativo”. Y el intendente de Areguá, Osvaldo Leiva: “Es una pena ver así el lago (…), me levanté y percibí un olor desagradable. Me di cuenta de que toda la ciudad estaba con ese olor que provenía del lago”.
Está claro que ningún Gobierno, de ningún signo político, nada hizo por el lago que nos ha dado fama internacional. Hace muchísimos años, cuando era azul, inspiraba a los poetas. Hoy es la representación más acabada de la desidia y la corrupción.
La siguiente noticia: “Las salas del centro de salud de Lambaré están todas abarrotadas de pacientes internados por padecer dengue. A la sala de urgencias acuden por día un promedio de 400 pacientes con síntomas de esta enfermedad”.
Se cuenta de personas que para atender su salud o la de sus familiares se quedan en la calle después de malvender sus pertenencias.
El medio ambiente, la salud, la educación, siguen con los problemas de siempre.
Se entiende, entonces, la preocupación de monseñor Medina. Preocupación que debería extenderse a los demás partidos y movimientos que ya estuvieron en el gobierno de la República con muy poca, o ninguna, inquietud por la ciudadanía.
Esto es así porque todos los partidos políticos, sus afiliados y simpatizantes, provienen de una misma cantera cultural. Sería inexacto decir que tal partido le tiene a los mejores ciudadanos, y los otros, a los peores. El problema es que cuando llegan al poder no procuran mejorar esas condiciones culturales cuya raíz está en la educación.
Y por último, la problemática de la tierra. ¿Qué gobierno se ocupó de la reforma agraria, de hacer más llevadera la vida de los agricultores?
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