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No hay que ser jurista ni abogado para saber que el sistema judicial de nuestro país no funciona; basta con repasar algunos de sus dudosos méritos que incluyen el difícil récord de ser, según todas las encuestas, la institución en la que menos confiamos los ciudadanos paraguayos y hechos tan escandalosos como que seamos uno de los países del mundo con más personas presas sin sentencia. En palabras de un amigo: “En el Paraguay los ciudadanos honrados temen más a la justicia que los delincuentes”.
Cuando la corrupción prospera y se generaliza es sencillamente porque la justicia no actúa, convirtiéndose en cómplice por omisión o inclusiva en partícipe de los hechos delictivos de los corruptos. Cada vez que se saca a relucir este tema, no faltan las míseras excusas del tipo “todos somos corruptos” o “no estamos tan mal: miren lo que está ocurriendo en Brasil y Argentina”, como si la abundancia de delincuentes hiciera menos ilegal, menos criminal, menos dañino o menos punible un delito.
Todo esto tiene que ver con un problema de fondo: se ha perdido en sentido de la honorabilidad. ‘Honorabilidad’ parece una palabra antigua, pasada de moda; sin embargo, lo que significa ser honorable es tener conciencia clara del bien y del mal, actuar rectamente y con imparcialidad según esa conciencia, anteponiendo la honestidad a la conveniencia y, finalmente, sentir vergüenza cuando así no lo hacemos.
Es posible que la palabra haya pasado de moda, pero si las cualidades que se resumen en ese concepto han pasado de moda, entonces vivimos en una sociedad enferma; porque lo contrario de honorabilidad es deshonestidad y desvergüenza. Quizás los legisladores, que llevan el calificativo pegado a su cargo, debieran recordarlo.
Por otra parte, volviendo a la reforma judicial, el término honorabilidad resume las características que deben tener los magistrados que imparten justicia: actuar con rectitud, aplicar la ley con imparcialidad y actuar de acuerdo a una conciencia clara de lo que está bien y lo que está mal, ganándose así el respeto y la consideración de los ciudadanos.
Honorables (que también significa “dignos de recibir honores”) serán los jueces capaces de hacer frente a una situación de corrupción generalizada. Poco dignos de recibir honores son los jueces que la única ley que aplican es la del ñembotavy, haciendo lugar a las chicanas y mirando hacia otro lado, a la espera de que las causas se olviden o se desactiven por prescripción.
Por supuesto, que la justicia funcione requiere de reformas estructurales y no solo de que los magistrados sean honorables; pero la honorabilidad de los jueces es condición indispensable, ‘sine qua non”, porque ¿qué reforma, qué cambios en la estructura del Poder Judicial, qué reorganización puede funcionar mientras la mayoría de los magistrados no sean honorables y lo hayan demostrado claramente, ganándose el respeto y la confianza de los ciudadanos?
Tal como están las cosas actualmente, esto parece una quimera, a la vista de los presos sin sentencia, los delitos escandalosos, públicos y notorios de políticos y funcionarios que no tienen consecuencias, las sentencias que son unas veces demasiado veloces y otras veces no llegan nunca, el Consejo de la Magistratura desactivando a los fiscales que hacen bien su trabajo de denunciar delitos.
Sí, realmente en el Paraguay de hoy una justicia honorable parece una quimera. Sin embargo, hace solo unos años también parecía una quimera en Brasil, donde la más decisiva reforma judicial que ha habido es la aparición de magistrados valerosos y honorables.
rolandoniella@abc.com.py