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¿Es la acción del Gobierno, la resultante de sus propias iniciativas?
de sus proyectos?
de una genuina capacidad de gestión y trabajo? Por lo que se ve y se siente, pareciera que no. Sería la razón por la que tan frecuentemente escuchamos explicaciones del primer anillo presidencial y del propio Sr. Lugo (preelaboradas y leídas), tratando de explicar lo que "no entendemos". O justificando lo que entendemos como equivocado o tortuoso. Sin embargo, lo que fuera que el Gobierno realiza, parece más la resultante de las circunstancias que se le imponen, antes que el ejercicio de su propia voluntad institucional. Y esta percepción tiene que ver con el ejercicio del "poder invertido".
Una expresión similar a esta apareció recientemente en un diario argentino, comentando el libro: "Democracia SA", del politólogo Sheldon S. Wolin. Considerado como "el más destacado teórico norteamericano de la democracia", este autor grafica algunas de las deformaciones de nuestros sistemas de gobierno, con la expresión "totalitarismo invertido". Deformaciones que "son coordinadas premeditadamente, por la fuerza si es necesario" para monopolizar el liderazgo, dentro de un proceso que pregonando la "causa democrática", la distorsiona, merced a un sistema dirigido "que ellos mismos han aprendido a controlar...." Wolin no llega a precisar si estos procedimientos se aprovechan de las debilidades democráticas o si, directamente, se busca desprestigiar el sistema para la imposición de otros modelos.
La característica también y por extensión alcanza al poder político. Constituyéndose en una de sus comunes malformaciones. Hay otras seguramente, más próximas a nuestras "realidades" democráticas, todavía adolescentes e imperfectas. Una de ellas se plantea precisamente cuando las soluciones mejor dicho: las "salidas a los problemas del Estado, se pretenden de abajo hacia arriba. Por fuera de todo plan, de toda formalidad, de toda lógica. Desde la militancia antes que a través de los proyectos de gobierno; desde las barricadas antes que de su implementación por los entes públicos. Como si no hubiera instituciones. Como si el Estado no existiera, concretándose al tiempo la mediocrización del liderazgo social y político. El saber para éstos pasa a ser una rémora; la virtud, una molestia; y el conocimiento innecesario ya que la popularización de la tecnología pone al alcance de todos, lo conveniente y lo preciso. Para todo lo apuntado, solo se requieren medios económicos. Y para las argumentaciones y coartadas necesarias, asesores. Y punto.
Ejemplos tenemos de sobra. Demandas, reclamos, acciones de presión para cualquier cosa que el Estado puede y debe atender y resolver. Y de cuya solución se omiten sus responsables, irresponsablemente. Protagonistas "para-institucionales" que adquieren nombradía y hasta prestigio por su disposición a alentar la desobediencia a las leyes o proclamar abierta y explícitamente lo que en la práctica devendría en la disolución del Estado de Derecho. No solo ante la aparente parálisis del Gobierno sino muchas veces, con su clara condescendencia. Tan eficaz y concreto se ha manifestado el "poder invertido", que en los últimos meses hemos escuchado en boca de las propias autoridades, exhortar a la movilización para "presionar" por "algunas soluciones" ¡a otros estamentos de gobierno! Lo ha hecho el propio presidente Lugo en relación a la conformación del Poder Judicial, como lo hacen frecuentemente grupos que aun accediendo a la interlocución con las más altas autoridades nacionales, amenazan a apelar a los "otros métodos", si es que no se accede a sus peticiones. Con expresiones que no dan lugar a malentendidos. ¡Esta apología del delito se hace en los propios jardines de "Mburuvicha róga"!
Volvemos entonces a Wolin para expresar que " en los regímenes totalitarios clásicos, se presuponía que el poder total exigía que la totalidad de instituciones de la sociedad, sus prácticas y creencias, fueran dictadas desde arriba ( ) que el poder total solo podía alcanzarse mediante el control de todo desde la cima". No hace falta responder a las características del totalitarismo. Pero en cuanto se verifica la anormalidad mencionada, el gobierno deja de SER para constituirse en un mero administrador de conflictos. Mientras inventa excusas y habla de "inversión social", la intención pareciera no ser otra cosa que sostener el poder, no desde abajo, sino con poderes fácticos que proclaman venir de abajo. Pequeña diferencia.
¿Puede extrañarnos todavía que haya "palos en la rueda" e ignorar quién las pone?
Una expresión similar a esta apareció recientemente en un diario argentino, comentando el libro: "Democracia SA", del politólogo Sheldon S. Wolin. Considerado como "el más destacado teórico norteamericano de la democracia", este autor grafica algunas de las deformaciones de nuestros sistemas de gobierno, con la expresión "totalitarismo invertido". Deformaciones que "son coordinadas premeditadamente, por la fuerza si es necesario" para monopolizar el liderazgo, dentro de un proceso que pregonando la "causa democrática", la distorsiona, merced a un sistema dirigido "que ellos mismos han aprendido a controlar...." Wolin no llega a precisar si estos procedimientos se aprovechan de las debilidades democráticas o si, directamente, se busca desprestigiar el sistema para la imposición de otros modelos.
La característica también y por extensión alcanza al poder político. Constituyéndose en una de sus comunes malformaciones. Hay otras seguramente, más próximas a nuestras "realidades" democráticas, todavía adolescentes e imperfectas. Una de ellas se plantea precisamente cuando las soluciones mejor dicho: las "salidas a los problemas del Estado, se pretenden de abajo hacia arriba. Por fuera de todo plan, de toda formalidad, de toda lógica. Desde la militancia antes que a través de los proyectos de gobierno; desde las barricadas antes que de su implementación por los entes públicos. Como si no hubiera instituciones. Como si el Estado no existiera, concretándose al tiempo la mediocrización del liderazgo social y político. El saber para éstos pasa a ser una rémora; la virtud, una molestia; y el conocimiento innecesario ya que la popularización de la tecnología pone al alcance de todos, lo conveniente y lo preciso. Para todo lo apuntado, solo se requieren medios económicos. Y para las argumentaciones y coartadas necesarias, asesores. Y punto.
Ejemplos tenemos de sobra. Demandas, reclamos, acciones de presión para cualquier cosa que el Estado puede y debe atender y resolver. Y de cuya solución se omiten sus responsables, irresponsablemente. Protagonistas "para-institucionales" que adquieren nombradía y hasta prestigio por su disposición a alentar la desobediencia a las leyes o proclamar abierta y explícitamente lo que en la práctica devendría en la disolución del Estado de Derecho. No solo ante la aparente parálisis del Gobierno sino muchas veces, con su clara condescendencia. Tan eficaz y concreto se ha manifestado el "poder invertido", que en los últimos meses hemos escuchado en boca de las propias autoridades, exhortar a la movilización para "presionar" por "algunas soluciones" ¡a otros estamentos de gobierno! Lo ha hecho el propio presidente Lugo en relación a la conformación del Poder Judicial, como lo hacen frecuentemente grupos que aun accediendo a la interlocución con las más altas autoridades nacionales, amenazan a apelar a los "otros métodos", si es que no se accede a sus peticiones. Con expresiones que no dan lugar a malentendidos. ¡Esta apología del delito se hace en los propios jardines de "Mburuvicha róga"!
Volvemos entonces a Wolin para expresar que " en los regímenes totalitarios clásicos, se presuponía que el poder total exigía que la totalidad de instituciones de la sociedad, sus prácticas y creencias, fueran dictadas desde arriba ( ) que el poder total solo podía alcanzarse mediante el control de todo desde la cima". No hace falta responder a las características del totalitarismo. Pero en cuanto se verifica la anormalidad mencionada, el gobierno deja de SER para constituirse en un mero administrador de conflictos. Mientras inventa excusas y habla de "inversión social", la intención pareciera no ser otra cosa que sostener el poder, no desde abajo, sino con poderes fácticos que proclaman venir de abajo. Pequeña diferencia.
¿Puede extrañarnos todavía que haya "palos en la rueda" e ignorar quién las pone?