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Lo que diga Francisco (como nos hemos acostumbrado a llamarle al Papa con confianza filial) será muy importante, en primer lugar por la extraordinaria información que tiene sobre el estado de la educación en el mundo, dada su privilegiada ubicación en la extensa red estructural de la Iglesia Católica y los eficaces servicios de comunicación e información con que cuenta el Vaticano.
En segundo lugar porque la educación es una de las pasiones vitales de Francisco, desde que era el superdotado profesional Jorge Bergoglio, con las carreras de Ciencias Químicas, Estudio de Humanidades, Licenciatura en Filosofía y doctorado en Teología, con el incansable ejercicio de educador profesional en colegios y universidades, hasta ocupar el cargo de rector en el nivel superior. Vocación educadora que mantuvo en toda su vigorosa pastoral con responsabilidades de máximo nivel y en contacto directo con niños, adolescentes, jóvenes y adultos de toda clase social, especialmente con los menos favorecidos.
En sus periódicos encuentros con educadores va dejando un pensamiento con sentido práctico, de quien habla no solo desde su conocimiento de las ciencias de la educción, sino de su rica y larga experiencia de educador.
Hay un texto entre sus diversos mensajes sobre la educación y responsabilidad de los educadores, que por estar incluido en su primera Exhortación Apostólica, la famosa y revolucionaria “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio), por su brevedad y por estar en medio de una temática pastoral sociopolítica de alta y audaz trascendencia, ha pasado desapercibido.
El número 132 de la “Evangelii Gaudium” está escrito en un lenguaje tan denso y profundo que revela la formación filosófica, teológica y pedagógica de Francisco. Estamos acostumbrados al lenguaje sencillo, claro, popular del Papa, y este texto resulta antológico por su expresión académica e intelectual.
Francisco propone, invita a los educadores profesionales creyentes a que se animen a enfrentar el diálogo razón, ciencia y fe. Sin citar a Nietsche y sin concretarlas alude a sus cinco famosas “categorías de la razón: ser, verdad, fin, totalidad y unidad, consideradas como valores supremos”. Indirectamente y para comprender mejor la realidad, Francisco está reclamando las diez categorías con que Aristóteles clasificó a todo ser. Pero lo que interesa no es el problema filosófico en sí, sino hacer ver qué papel juega en la educación la propuesta de la alegría del evangelio.
Acoger la razón y las ciencias, ofreciéndoles el “anuncio del evangelio”, es aceptarlas en lo que valen y entregarles en diálogo lo que no alcanzan a ver. Los razonamientos científicos se mueven en la esfera del CÓMO son las cosas; los datos y razonamientos de la fe se mueven en el POR QUÉ son las cosas. Más aún, cuando las ciencias tratan el PARA QUÉ, nos ofrecen el PARA QUÉ FUNCIONAL. Cuando la fe habla del PARA QUÉ trata del SENTIDO ULTIMO de la realidad.
Según Francisco, ese diálogo de respeto mutuo y mutua complementariedad entre razón, ciencia y fe posibilita que el evangelio sea escuchado por todos y que convierta a las ciencias en “instrumento del Espíritu”, para enriquecer la comprensión de la magnitud inabarcable de la existencia, de la obra de Dios en todos y en todo.
Las ciencias iluminadas con el POR QUÉ se convierten en instrumentos del Espíritu y nos ponen más realistamente, más profundamente, en las puertas del misterio.
Las profundas expresiones de Francisco estarían probablemente inspiradas en “El fenómeno humano”, de Teilhard de Chardin, y sin duda en lo que San Pablo le dijo a los cosmopolitas corintios al describirles en su primera carta las dos sabidurías, la sabiduría humana y la sabiduría iluminada por el Espíritu. Como el superdotado Pablo, Francisco suma el valor de las dos sabidurías y propone a los educadores que capaciten para la vida iluminando con el evangelio las culturas, la profesión y las ciencias.
jmonterotirado@gmail.com