El fin de los buenos tiempos

Después de un año y medio de cierta tranquilidad, el Gobierno asiste al final de los buenos tiempos. Los vientos favorables empiezan a cambiar para convertirse en frentes de tormenta que amenazan la gestión y la gobernabilidad.

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A mitad de semana el Ejecutivo empezó a sentir el rigor de las internas al no tener mayorías en el Congreso. En el Senado la disidencia, representada esta vez por el senador Luis Castiglioni, se alineó con la oposición para cuestionar abiertamente la capacidad de gestión del Gobierno. Los bloques también se unieron para rechazar un veto a la confirmación de jueces.

La promesa del senador Mario Abdo de actuar con responsabilidad desde la disidencia colorada quedó en un simple discurso; lejos de cualquier compromiso o convicción. Las luces de alerta se encendieron en la ANR y la presidenta admitió que las fricciones amenazaban la gobernabilidad.

Con un Ejecutivo lastimado, la izquierda empezó a tomar posiciones buscando capitalizar el enojo colorado y el mal humor de ciertos sectores de la sociedad. No fue casualidad que a mitad de semana se empezara a agitar las encuestas que posicionan alto al expresidente Fernando Lugo.

Sin referentes en la oposición, los sectores sociales y la izquierda inician de nuevo un proceso de construcción de una opción electoral de cara al 2018. Esta vez el campesinado, reagrupado en un movimiento político, se hace visible y reclama un lugar propio que no acabe solo con el aporte de votos.

Este nuevo espacio se edifica sustentado en gran medida en la escasa y casi nula gestión que logra transmitir el Poder Ejecutivo.

La oposición tradicional, encarnada por el Partido Liberal, también empezó a tirotear al Gobierno. Y todo indica que en semanas más habrá un reacomodo que podría derivar en una abierta confrontación con el Gobierno.

Sin capacidad de comprender los tiempos políticos y el alto valor que tiene comunicar adecuadamente, el Poder Ejecutivo es un autista que se mueve de maravillas en los papeles y en los números, pero no logra transmitir bienestar a la cotidianidad de la población.

El presidente Horacio Cartes, como jefe político, busca atemperar las tormentosas aguas partidarias. Por ahora no le va tan mal. Pero desde el lado de la gestión, que también es inherente a su cargo, es demasiado poco lo que se ve. Apenas unos pocos avances en ciertos sectores.

La etapa de desgaste del Poder Ejecutivo se inició. Lo que viene son años de roces permanentes que, manejados sin inteligencia, terminarán sacando sustento y destruyendo toda capacidad de gestión.

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