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Hace un par de semanas, el compañero Edwin Brítez, con la sencillez de estilo y la claridad de pensamiento que caracterizan sus artículos, analizó las diferencias que existían entre los movimientos de indignados de Europa, Estados Unidos y Oriente y la ola de indignación que hizo salir a la calle a millones de brasileños. A ello quiero sumar un vagón de cola para decir que las protestas que se registraron últimamente en Asunción frente al Congreso nada tienen que ver ni con unas ni con otras a no ser que fueron convocadas a través de redes sociales, siempre y cuando esto sea cierto, pues dentro de mi natural nihilismo pongo en duda todo.
Debido a la haraganería tropical que adormece tanto la capacidad física como la intelectual, somos muy proclives a copiar, y cuando lo hacemos, o copiamos lo malo (casi siempre), y cuando copiamos algo bueno, lo hacemos mal. Como calificaba un amigo al gobierno de Stroessner: “Hizo mucho bien y mucho mal al país. El bien lo hizo muy mal y el mal lo hizo muy bien”.
Según leo y veo fotografías, los indignados locales han acudido al Congreso con dos peticiones según sus carteles: exigen a los diputados y senadores que veten la ITV (Inspección Técnica Vehicular) y la aprobación inmediata del metrobús que deberá unir San Lorenzo con Asunción. Un cartel decía: “Si no aprueban el metrobús, volveremos”.
El suplemento dominical del periódico “El País”, español, en su última edición le ha dedicado tres páginas a los proyectos de nuevos canales que unirán el Atlántico con el Pacífico a través de América Central y que le harán la competencia al canal de Panamá. El proyecto más delirante es el que acaba de presentar el líder sandinista nicaragüense Daniel Ortega, y las voces disidentes, incluso dentro de su mismo movimiento, dicen que no es nada más que una tapadera para los negocios privados de la familia. El proyecto está calculado con un coste de 30.260 millones de dólares (leyó bien, treinta mil millones) y dicen que será construido por los chinos. Yo corrijo: por un chino. Se trata de Wang Jing, compinche de uno de los hijos de Ortega, que para encarar esta obra monumental acaba de fundar una empresa: Hong Kong Nicaragua Development Investmen, de la cual es, además de fundador, director, propietario y único accionista. Nadie sabe por dónde pasará el nuevo canal, pero ya se le entregó, prácticamente, la soberanía del país pues Wang Jing tiene poderes, otorgados por Ortega y el Congreso, para decidir sobre recursos, territorios y expropiación de todas aquellas tierras que crea necesario. Como garantía de este compromiso, Ortega le ha entregado al empresario chino las reservas del Banco Central de Nicaragua. Si el chino incumple con alguno de sus compromisos, los afectados podrán dirigirse a la casa central que Wang Jing ha instalado en ¡las islas Caimán!
Podría seguir un buen rato sobre las maravillas que promete Jing, incluyendo lanzar un satélite nicaragüense a un costo de 230 millones de dólares con el nombre de Nicasat-1. ¿Me puede explicar alguien para qué necesita Nicaragua un satélite? “Mutatis mutandi”, como dicen los abogados, todas las reflexiones que se puedan hacer sobre este cuento chino se pueden aplicar al metrobús, un proyecto que nadie sabe cuánto costará, por dónde pasará, cómo funcionará ni cuánto podrá costar el pasaje. ¿Y si resulta que debe costar diez mil guaraníes? ¿Por qué no?
El cuestionamiento a la ITV es más grave aún ya que se trata de un paso importante dirigido a impedir que los vehículos sigan arrojando, diariamente, toneladas de gases tóxicos que son cancerígenos (pulmón, páncreas, riñones), que afectan al crecimiento y al desarrollo normal de las personas. Valientes reclamos estos. Pero me queda una duda: ¿y si en lugar de las redes sociales los “indignados” fueron enviados por quienes tienen intereses económicos en estas dos empresas?
jesus.ruiznestosa@gmail.com