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En la última sesión de la Asamblea del Poder Popular, donde el recientemente cesado ministro de Economía Marino Murillo reconoció que el país atraviesa una delicada situación económica, hubo quienes abogaron porque se ponga “un límite a la riqueza permitida”. Se trata de otro dardo contra la iniciativa privada de los escasos emprendedores que luchan contra la elefantiasis de un Estado fallido.
En el cónclave, nada menos que un poeta llamado Alpidio Alonso dijo que eso no se podía aceptar “en el modelo de socialismo que nos estamos proponiendo”. Una propuesta dogmática en un país donde desde hace más de medio siglo no hay poesía que valga en medio de la pobreza y la represión.
El destino quiso que el chavismo venezolano y el castrismo cubano se casaran en los tiempos en los que el difunto Hugo Chávez y el hoy anciano Fidel Castro comenzaron a romancear ideológicamente. La revolución bolivariana pretendía ser una extensión de la revolución cubana, y en el casamiento las arras que se intercambiaron fueron el petróleo venezolano para la famélica economía de la isla a cambio de la presencia en Venezuela de médicos y de la Inteligencia cubana. Allá por el año 2000 todo apuntaba a que el discípulo de Fidel propagaría con éxito su evangelio en la Región. Y su mentor había encontrado a un providencial benefactor dispuesto a mantenerlo tras la pérdida de un subsidio soviético de unos cuatro mil millones de dólares al año que se cortó con el colapso del comunismo en Europa del Este.
Como el destino no está escrito, la luna de miel de la alianza castro-bolivariana hoy se ha trasmutado en hiel. Bajo la gestión desastrosa de Nicolás Maduro, Venezuela hace aguas y el suministro de cien mil barriles de crudo diarios (del cual Cuba reexportaba el 40%) que Chávez acordó se le hiciera llegar a Cuba, ha menguado a consecuencia de la grave crisis que atraviesa el país sudamericano.
Al gobierno de Maduro ya no le basta con el aparato policial importado de Cuba para controlar a una población que aún tiene memoria de tiempos mejores y cuenta con la representación de una oposición que se moviliza contra los atropellos. Con la escasez reinando, el chavismo abre la espita en la frontera con Colombia y ofrece al mundo el espectáculo de más de 35.000 venezolanos cruzando en un día para comprar productos básicos como harina, café, aspirinas y compresas. El otro gran alivio a la maltrecha situación que se está viviendo lo ofrecen las remesas que los migrantes venezolanos envían a sus seres queridos.
Algo similar sucede con Cuba, una nación en quiebra y parasitaria que hasta ahora ha salido a flote gracias a los subsidios: el soviético durante treinta años, el chavista en los últimos dieciséis años y ahora la esperanza de que la apertura con Estados Unidos, su antiguo archienemigo, traiga a la isla los dólares de un turismo socorrido y los créditos blandos tan pronto se levante el embargo, combinados con las remesas que el exilio cubano provee a sus familiares desde hace casi sesenta años.
A pesar de que Venezuela es un país potencialmente rico y con infinitos recursos naturales, el chavismo es responsable del hundimiento de la nación. En cuanto a Cuba, muy pronto el régimen castrista condenó a la población a la miseria copiando el modelo estatista de la ex Unión Soviética y convirtiéndose en un satélite de esta. Cuando aquel grifo se cerró, los cubanos padecieron las penurias del llamado “periodo especial” y hoy la sombra de aquella época de hambruna y enfermedades como la neuritis óptica vuelve a asomarse.
Por eso resulta escandaloso que en sus asambleas llenas de doctrina casposa los poetas oficialistas (qué triste papel para un poeta) pretendan frenar los sueños de quienes aspiran a vivir mejor. Lo que estos señores deben preguntarse es cuál es el límite de la pobreza. En Cuba y Venezuela parece ser infinita.
©FIRMAS PRESS
*Twitter: @ginamontaner