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La presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, se esmeró para hacer que el Paraguay fuese suspendido del Mercosur.
En plena tarea -que le resultó exitosa- se la escuchó referirse a nuestro país como “el pueblo hermano”, “querido Paraguay”, frases que nunca las había pronunciado antes.
Es cierto, nunca nos calificó de “pueblo estúpido”, por ejemplo. Pero sus actos eran -son- muy elocuentes. Abundan las pruebas de su extraño odio al Paraguay. Las veces que podía -que puede- hace andar su máquina de impedir que nuestros productores y empresarios hagan negocios con sus pares argentinos. Es más, ni siquiera con empresarios y productores de terceros países cuando se necesitaba -se necesita- usar el territorio vecino para llegar a otros mercados. Llegó al colmo de haber organizado a unos obreros marítimos para encerrarnos en nuestra mediterraneidad con grandes daños a la economía.
Al mismo expresidente Lugo, a quien ahora llena de mimos, le desairó reiteradas veces al negarse a aceptar sus invitaciones para venir al Paraguay. Esta descortesía tuvo su pico más alto cuando Lugo, en el intento de verla, se arrastró hasta el cementerio donde reposan los restos de su marido. Ni siquiera en esa ocasión, que se supone piadosa, la presidenta se dignó a hablar con el representante de un país vecino.
¿De dónde sale, entonces, que el Paraguay es para Cristina “un país hermano”? ¿Cuándo demostró esa hermandad? ¿O qué ideas tiene de la hermandad? Con su iniciativa de excluir al Paraguay del Mercosur ¿castiga solo a un Gobierno que entró por la ventana cuando en unos meses más podía procurar hacerlo por las urnas? Se castiga también, y sobre todo, al pueblo paraguayo.
Con la exclusión del Paraguay del Mercosur se dijo por ahí que esta medida es “solamente” política y no económica, con lo que se intenta suavizar la gravedad del castigo.
De acuerdo con los entendidos, es una irresponsabilidad minimizar la exclusión del Paraguay, pues en su ausencia se tomarán medidas que necesariamente perjudicarán a nuestra economía. O sea, impactarán en la salud, la educación, los bolsillos de la ciudadanía, gracias a la inspiración de Cristina Fernández que encontró inmediato apoyo en los otros “hermanos” del Paraguay.
En su edición del pasado 26 de junio, el diario madrileño “El Mundo” anuncia la presentación en España del libro “Toda la verdad sobre la presidenta”, escrito por la argentina Sylvina Walter, periodista y socióloga. “En la Argentina –dice la autora- no hay democracia sino una autocracia populista y autoritaria”.
Retrata a la presidenta como “una mujer obsesionada por el poder y con su aspecto”. En un tiempo fue simpática pero “se ha convertido en un ser absolutamente desagradable y que humilla a la gente”. (No perdamos de vista la humillación a la que sometía a Fernando Lugo con sus desplantes).
Cuenta la autora del libro que, según los terapeutas, padece de “falso self”, que se cree alguien que no es. En sus apariciones públicas “trata de dar una imagen amable, una especie de Cristina en el país de las maravillas que intenta transmitir una buena noticia cada día, a pesar de que los indicadores extraoficiales apuntan a que los argentinos están cada vez peor y que 13 millones viven en la pobreza…”
Cuenta la autora que la presidenta “tiene obsesión por la cadena nacional. La usa a todas horas para anunciar y decir pelotudeces, con ese verbo elocuente de retórica universitaria que la caracteriza”.
En el Paraguay vemos que el canal público argentino no es del público. Es del Gobierno. Está enteramente al servicio de la propaganda oficial.
El libro, según El Mundo, relata las intimidades de la presidenta, todas ellas como expresión de un carácter personal impuesto, sin pudor, como sello de Gobierno. Carácter que en el Paraguay lo sabemos de sobra.
En manos de personas de esta índole se encuentra el destino de nuestros pueblos.