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Está claro que el mero deseo no nos hace felices. ¿Qué nos hace felices? ¿Cómo podemos contribuir para que sean felices esas personas queridas a quienes les deseamos felicidad? El estudio de la felicidad es antiquísimo. En las últimas décadas, la investigación sobre la felicidad se ha acelerado con la producción intelectual y científica de muchos especialistas.
El “Banco Mundial de Datos sobre Felicidad” con sede en Holanda informa que en la década 1961-1970 se publicaron 200 trabajos sobre felicidad; en la década 1971-1980 aparecieron 811, y de 1981-1990 se dieron a conocer 1.336 investigaciones. Actualmente se ha multiplicado mucho más el número de artículos y libros sobre la felicidad o bienestar subjetivo. El año 2000 apareció una revista especializada, “Journal of Happiness Studies”.
Las investigaciones están orientadas a analizar las relaciones entre felicidad y diversas variables psicológicas como emociones, conocimientos y personalidad; sociales y demográficas como edad, sexo, status, matrimonio; económicas como riqueza y trabajo (Andrez Paz, 2010). La lista de preguntas que se hacen los investigadores es inagotable, por ejemplo: ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo se identifican a las personas felices? ¿Hay diversos tipos de felicidad? ¿En qué se diferencia la felicidad del placer, de la autosatisfacción, de la alegría…? ¿Cuáles son las causas reales de felicidad? ¿Es la felicidad igual en todas las culturas?
Entre los famosos investigadores de la felicidad destacan algunos más conocidos como Michael Algyle, David Niven, Martín Seligman y Miguel de Zubiria Samper.
Es frecuente identificar pasarlo bien y conseguir que todas las cosas salgan bien con felicidad. Algunos cuando sienten fuerte placer al hacer algo placentero, al tomar, comer o experimentar una droga, le llaman felicidad. Es fácil confundir el éxito, la satisfacción y el placer con la felicidad.
Michael Algyle, después de muchas investigaciones, concluye que las principales fuentes de felicidad están en el matrimonio, la familia, los amigos y otras relaciones sociales. Ser feliz tiene que ver con los demás y requiere llevarse bien con las personas significativas y consigo mismo. Por su parte, el psicólogo social David Niven afirma que el 60 al 65% de la felicidad depende de tener quienes quieran a uno y de quienes uno pueda querer (citados por De Zubiria, 2007 y Paz, 2010).
Los cristianos, es decir, los que tenemos fe, nos fiamos de Cristo, tenemos a la vista otros horizontes de fuentes seguras de felicidad. Es muy significativo que, según el evangelista Mateo (Cap. 5), en el primer encuentro de Jesús con el pueblo en masas, lo que Jesús empieza exponiendo es su programa para ser felices. Es una propuesta tan sorprendente como admirable. Las ocho fuentes de felicidad, según Jesús, son tan vitales y poderosas que pueden superar sufrimientos, persecuciones, calumnias, ataques agresivos de quienes pretenden eliminar a los que luchan en defensa de la justicia. Para Cristo las fuentes de felicidad están en los valores del espíritu: solidaridad, compasión, transparencia de corazón, justicia, paz, amor. La propuesta no es teoría, vivir esos valores hace felices.
La fuente de las fuentes es el mismo Cristo. Conocerlo, creer en El y relacionarse íntimamente con El es beber en su fuente: “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva” (Jn 7,37). Así lo hicieron la Samaritana, Zaqueo, Francisco de Asís…
Jesús era un hombre feliz, a quien los niños se le acercaban a pesar de la oposición de los mayores, “pasó por todas partes haciendo el bien”, consolando, derrochando vida y curando toda clase de dolencias y en su emotiva cena de despedida repitió tres veces a sus discípulos “quiero que vuestra alegría sea completa”. Solo un hombre feliz, repartiendo bondades y esperanzas, puede ser líder seguido por miles de hombres y mujeres de un pueblo sufriente y después, por miles de millones de ciudadanos de todo el mundo.
También hoy es posible beber felicidad en las fuentes que ofrece Cristo.
jmonterotirado@gmail.com