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Los números del primer semestre les son adversos: quizás no los provocaron el impacto del 7 a 1 con los alemanes, pero están ahí y marcan una tendencia.
En el primer trimestre el PBI creció un magro 0,2% y eso debido al impulso de la demanda del sector público y no de las familias. Las previsiones para el año ya lo sitúan en +1%, muy por debajo del 2,5% proyectado (y hay quienes creen que se trata de estimaciones optimistas).
La inflación de los últimos 12 meses llegó al 6,37%, rozando el tope del 6,5% que el Banco Central admite como máximo tolerable. Cada vez más se habla de riesgos de estanflación.
El BC sube las tasas (11%). A mayo el creciente déficit fiscal se situó en el 3,5% del producto.
En abril, según la Confederación Nacional de la Industria (CNI) el número de horas trabajadas en la industria cayó 5,4%. La producción de vehículos disminuyó un 18% en mayo. También hubo en abril una nueva caída de las ventas minoristas (0,4%).
Hasta la inversión tuvo un retroceso en el primer trimestre (2,1%); no llegó ni al 18% del PBI, con preocupante contracción en el sector de la construcción civil y la industria.
Parece que las inversiones del Mundial han servido de poco y muchos calculan que servirán de menos, aún, para el futuro: “Así como España construyó aeropuertos en los que no aterrizó ni despegó un avión, los brasileños vamos a tener lujosos y caros estadios en los que nadie jugará un partido de fútbol”, concluyen con acidez más de un analista.
Los números explican bastante una nerviosa e inestable situación social, muy controlada, vigilada y duramente reprimida (mucho más de lo que trasciende) y a la que no se pudo aplacar ni con el “circo” del Mundial inventado por Lula, cuyo efecto bumerán, ahora, tras el fracaso, resulta impredecible. Este ha sido un golpe fuerte –como el que siempre provoca la caída de una ilusión– que, además, reconfirma que la mentira, así como la demagogia populista, tiene patas cortas.
Nada se arregla con hinchar contra los argentinos –el viernes 11 la prensa española titulaba “Brasil habla alemán”–. Aunque, tratándose del Mercosur, no constituye una novedad en materia de alianzas y solidaridades.
La última vez que se movieron unidos brasileños , argentinos y uruguayos fue contra Paraguay, el que ahora, con el Mundial, puede tomarse una cierta revancha: sentados a la puerta de sus casas, los paraguayos van viendo pasar los cadáveres de sus enemigos (por lo menos ya iban dos).
Y mientras tanto Lula, el artífice del Mundial y los Juegos Olímpicos, más el Brasil potencia, no se inmuta. De las malas noticias acusa a la prensa extranjera y al terrorismo mediático y dice que el pueblo brasileño “aprendió a distinguir la verdad de la mentira”. ¿Será así? Habrá que ver lo que sucede en las próximas semanas y meses.
Lula se siente seguro y no pierde su actitud desafiante. Alardea de “sus logros” y condena a los que hablan del “caos brasileño”, a los que espeta con arrogancia que “el verdadero caos ocurrió con las selecciones de España, Italia e Inglaterra, que eran favoritas y salieron antes de tiempo del Mundial”.
¿Y por casa cómo andamos? cabría repetir ahora, pregunta a la que, ya desde hace un tiempo, antes del 7 a 1 y no solo sobre fútbol, la gente se hace en todas partes respecto a la real situación de Brasil.
daf@adinet.com.uy