"Stroessner cayó en un bache y me emplazó para que cerrara todos"

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Hasta la fecha es considerado por muchos como uno de los mejores intendentes que tuvo Asunción. El Gral. (R) Porfirio Pereira Ruiz Díaz (84) recuerda anécdotas vividas durante los doce años de gestión (1976-1989) y sostiene que Asunción debe ser como la prolongación de nuestras casas. Recuerda que cuando el dictador Alfredo Stroessner cayó en un bache lo llamó y le ordenó que cerrara todos para el día siguiente.  

–¿Cómo fue para que lo nombraran intendente?   

–Yo soy general y en una reunión de los mandos con el presidente de la República (Alfredo Stroessner), que quería nombrar un nuevo intendente, porque la ciudad tenía varios problemas que querían solucionar, los camaradas propusieron mi nombre y fui designado por decreto.   

–¿El hecho de que el Poder Ejecutivo lo eligiera hacía que Stroessner se entrometiera mucho en su trabajo?   

–Tanto como entrometerse no, pero una vez estando en su vehículo por allí el presidente (Stroessner) cayó en un bache, se golpeó y eso le molestó. Yo había asumido recién, así que me ordenó que los hiciera desaparecer para el día siguiente. Creo que fue sobre la calle Artigas. No le gustó eso y obviamente me llamó allí mismo. Como yo era por entonces comandante de Ingeniería, también me dijo: "Use toda la máquina que tiene allí en el Comando de Ingeniería, pero ciérreme todos los baches de Asunción".

–¿Y Ud. lo cumplió?   

–Salí a recorrer cuadra por cuadra. No quedaba otra. Cualquier bachecito que  veía ya  llamaba a la Planta Asfáltica para que cerraran.   

–¿Dónde estuvo su primer despacho?   

–Estaba sobre la calle Palma y ya era una ratonera para tanta gente. Ya no se podía trabajar. Fuimos juntando dinero poco a poco y construimos el primer edificio municipal de la calle Haedo (casi Chile). La Municipalidad no cobraba el impuesto inmobiliario, sino el Estado, y no teníamos suficientes recursos. Sin embargo, con pequeños ahorros pudimos hacer. Después decidimos construir el palacete municipal de Villa Aurelia. Ya estaba fijada la fecha de inauguración cuando fui asignado ministro de Obras Públicas (con Andrés Rodríguez) y, por eso, el que me reemplazó fue quien lo habilitó.   

–¿Cuántos funcionarios tenía Ud?   

–Llegamos a tener 1.200 funcionarios incluyendo los obreros. Ese era el personal total.   

–¿Y cuáles fueron los principales aportes de su administración en obras?   

–Construimos la Terminal de Omnibus en un enorme terreno que compramos para ello, el Mercado Central de Abasto sobre otras diez o quince hectáreas. Con la ayuda del Gobierno del Japón hicimos el Centro Paraguayo-Japonés, arreglamos el Teatro Municipal y pavimentamos muchas calles. Cuando asumí, incluso la Avda. Kubitschek estaba empedrada, al igual que muchas otras calles que no tenían asfalto.   

–¿Cómo mantenían las plazas y parques?   

–Y con el trabajo y control. Todas las tardes yo salía a recorrer la ciudad y donde encontraba un bache llamaba a la Planta Asfáltica para que lo arreglen. Yo le decía al jefe: "En tal lugar hay un bache, mañana no quiero ver". Al día siguiente iba a verificar. Eso sabían muy bien, que yo revisaba si se cumplía o no  el pedido. Luego volvía a la Intendencia a trabajar hasta la noche.   

–¿Recuerda aquella fuente que atraía a tanta gente en lo que es hoy la Plaza de la Democracia?   

–Claro, era toda una novedad. Era una fuente lumínica que hicimos entre el 80 y 90. Atraía a mucha gente frente al Banco Nacional de Fomento y el Hotel Guaraní, que fue uno de los primeros edificios en altura que se construyó. Fue todo un acontecimiento, pues era como la carta de presentación para Asunción. Con satisfacción puedo decir  que el hotel se hizo durante mi gestión. Había otros pocos edificios de menor altura y el resto de la ciudad eran todas casas.   

–¿Ahora cómo ve a Asunción?   

–Me preocupa que la parte céntrica de la ciudad está muy silenciosa. La calle Palma, que era el paseo preferido de la juventud, está muy tranquilita hoy. Hay muchos negocios todavía, pero creo que está decaída la actividad.   

–¿No se permitían  vendedores ambulantes?   

–Había muy poco, no tanto como ahora. Luchábamos para evitar eso porque no quedaba bien para Asunción que es la capital del país. En los feriados largos recuerdo que venían turistas de la Argentina, de ciudades fronterizas a pasar los días de fiesta. Entonces Palma era muy concurrida y teníamos que cuidarla bien.   

–¿En la zona del Cabildo había unas hamburgueserías y mucha actividad nocturna?   

–Alrededor de la plaza había una serie de lugares de concurrencia por la juventud que iba allí cada noche. Yo salía a veces de noche a recorrer para verificar la iluminación de las plazas y especialmente controlaba el Parque Caballero, donde se caminaba mucho. Allí había una piscina abandonada que arreglamos y funcionó de nuevo. Era un lugar donde incluso venían excursiones desde el interior. Creo que la falta de seguridad ahora ahuyenta a la gente.    

–¿No cree que la gente de antes le quería más a su ciudad?   

–Casi todos los asuncenos vivían en sus casas y existía  el sentido de vecindario. Se conocían y  trataban los vecinos de enfrente con los de al lado. En el verano, a la tardecita y de noche, salían a sus veredas a sentarse para tomar aire fresco, cosa que ahora ya no pasa por la falta de seguridad.   

–¿Ud. va a recordar que gran parte de su vida se dedicó a ser intendente?   

–Más que intendente, gran parte de mi vida me pasé construyendo rutas como la de Coronel Oviedo a Ciudad del Este. Aquello era un inmenso desierto. Desde Caaguazú para allá dominaban los tigres y todo tipo de animales salvajes. También hicimos la ruta Coronel Oviedo-San Estanislao-Yby Yaú y el ramal Concepción-Yby Yaú-Pedro Juan Caballero.   

–¿El intendente Enrique Riera lo tuvo a Ud. como asesor?   

–Tanto como asesor no. El me llamaba de vez en cuando a consultar e intercambiar ideas a base de mi experiencia y por el hecho de que conocía mucho sobre los problemas.   

–¿Cómo hacían con los problemas vecinales durante su gestión?   

–Yo tenía días de audiencia, pero recibía a la gente todos los días. Escuchaba sus problemas y luego llamaba al director responsable, le comentaba el caso y le decía: "Aquí se va fulano y resuélvale su problema". Yo estaba abierto a todos los ciudadanos porque comprendía más que nadie que estaba a su servicio. Nadie iba a la Municipalidad y regresaba sin ser recibido.   

–¿Cómo ve los planes de construir dos pasos a desnivel sobre la Avda. Mariscal López?   

–Lo que Asunción tiene que procurar es tener más vías alternativas de acceso, que son apenas cinco: Artigas, España, Mariscal López, Eusebio Ayala y Félix Bogado. El centro histórico debe mantener su vitalidad porque allí están todos los organismos del Gobierno. Esto, independientemente de que ahora Villa Morra y Recoleta sean el centro comercial.   

–¿La Costanera podría ayudar?   

–Más que nada es una vía que va a embellecer Asunción porque bordeará toda la zona de la Bahía y el río. Nosotros arreglamos un camino que estaba en el barranco para contemplar la ciudad de noche en ese sector, pero ahora está totalmente ocupada la calle.  

–Debería escribir sus memorias...   

–Tengo un libro escrito que solo falta imprimir. Cuento muchas cosas, la relación que teníamos con el presidente (Alfredo Stroessner) y anécdotas de mi gestión.   

–¿Cuál era su principal preocupación como intendente?   

–Trataba de resolver los problemas de la gente porque comprendía muy bien que era un lugar donde estaba para eso: servir a la gente. Se entendía muy bien mi cargo. No era para lucirme sentándome en el sillón del intendente y mandándome la parte, sino para servir.   

–¿Qué consejo le podría dar a las actuales autoridades  o a los candidatos?   

–Que salgan a recorrer la ciudad. La ciudad tiene muchos problemas. Yo iba en mi vehículo y así veía todo lo que estaba mal. Llamaba a reportar donde había basura, árboles que podar. Los funcionarios estaban para resolverlos.   

–A la ciudadanía qué le puede decir?   

–La ciudadanía tiene que comprender que no porque tiene gente que recoja la basura debe ensuciar la ciudad. Tiene que aprender que no se puede tirar ni un trocito de papel en las calles. Naturalmente cuando alguien tira un papel debe recibir una multa bien grande para que aprenda. Aquí la gente está acostumbrada a dejar hasta cáscaras de banana en la calle sin pensar en que  alguien se puede caer cuando las pisa.

 

La compra de una cabra molestosa

 

Un buen día apareció en la Comuna una contribuyente que pide audiencia con Pereira Ruiz Díaz al secretario. El motivo era para hablar de una cabra de su vecina que lloraba todo el día y no la dejaba dormir. El secretario no tomó muy en serio y entre risas –ante la insistencia de la dama– comenta al intendente del caso. "La recibo y la señora me dice que no puede dormir por culpa de la cabra y le prometí ir a ver. Cuando llegué allí ya había una gran cantidad de gente de todo el barrio (Obrero) esperándome a ver qué hacía. En realidad encontré que la cabra estaba llorando".   


"Le dije a la afectada: Tiene razón señora y le hablé a la dueña diciéndole de buena forma: Señora, su cabra no se halla aquí y parece que busca un compañero o una compañera. ¿Por qué no me vende para llevarla al Botánico y se resuelve el problema".   


Ella aceptó diciendo que la cabra ya era una carga y resolvimos la cuestión matando dos pájaros de un tiro: el de la dueña con su mascota llorona y el de la vecina que la denunció. Además fue llevada al Botánico donde quedó feliz y contenta.

 

Un "hijo dilecto"

 

Porfirio Pereira Ruiz Díaz es el único ex intendente asunceno que todavía hoy es bien recordado por gran parte de la ciudadanía. En el 2008 fue distinguido como "Hijo Dilecto de Asunción" por la Junta Municipal.   

  
"Amo esta ciudad, aquí nacieron mis cinco hijos y mis 15 nietos. Ya contribuí mucho a aumentar la población. Además tengo una bisnieta de tres años que me compra y vende. Ella sabe y me explota", añade riéndose.   


Recomienda que "todos los asuncenos sintamos a Asunción como si fuera la prolongación de nuestra casa. Hay que mezquinar la imagen de nuestra ciudad porque ella define el nivel de cultura que tiene el ciudadano".   

 

Por eso –sigue– tenemos  que apreciarla, no arrojar basura a las calles y cuidar la limpieza. Hasta se deben pintar las casas que están un poco abandonadas, hay que mejorar la cara de las casas donde vivimos. "Ese es el mensaje que puedo hacer llegar a la gente y que ayude al intendente a tener menos trabajo cuidando del aseo urbano".

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