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El obispo señaló que la naturaleza enseña que los árboles mueren “de arriba para abajo” y que lo mismo sucede en las instituciones. “Cuando el líder no es íntegro, honesto, se empieza a corromper toda la estructura, hasta abajo”, consideró.
Para demostrar cuán grave es no poseer integridad en la familia y las instituciones, relató el proceso de construcción de la muralla china. Destacó que el muro fue construido durante casi 2.000 años y en todo ese tiempo no fue invadido ni penetrado, en sus más de 8.000 kilómetros de extensión.
“Sin embargo, en este periodo fue invadida tres veces, las tres veces por la puerta principal; ¿cómo lo lograron?, si estaba custodiada por los mejores soldados. A los chinos se les olvidó que tenían que darles el valor de la integridad a sus hijos. No les enseñaron ni les inculcaron valores”, explicó.
Mediante ello, destacó que si las personas que ocupan puestos clave en nuestra sociedad no poseen integridad no sirven como líderes. “Un líder sin integridad ni honestidad es un líder débil, que en cualquier momento se quiebra, se deshace, queda inutilizado porque ha aceptado regalos y así ha perdido toda capacidad de mando e influencia”, sentenció.
“Tener líderes corruptos resulta carísimo para un país. En cambio, el ciudadano honesto es aquel que no miente, que respeta la palabra dada y es incapaz de cualquier apropiación indebida en sus negocios y ejercicio de sus responsabilidades privadas y públicas. Una persona íntegra es aquella que siempre hace lo correcto y no hace mal a los demás”, aseguró Valenzuela.