El encanto perdido del arroyo Mburicaó

Asunción habrá sido otrora la ciudad de las lomas y los arroyos. Poco o nada de esos verdes valles se ha salvado de la contaminación. De la docena de arroyos que regaban la capital, casi todos han quedado bajo construcciones. Algunos cauces han sido entubados y otros se han convertido en basurales o meras canaletas cloacales de la ciudad. Uno de ellos es el legendario Mburicaó y su afluente el Mburicaomí, que todavía aguardan su mentada recuperación.

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A sus 89 años, doña Felipa Candia se abanica el rostro en la acera de su casa ubicada en el barrio Mburicaó, a orillas del arroyo homónimo. Aquí revive un pasado muy diferente al actual recordando lo que fue aquello. "Vivo aquí desde hace 40 años. Era un yukerity de los suburbios. Este arroyo era cristalino y la gente se bañaba de día y de noche. Con el calor, el agua era más refrescante y con el frío parecía que se entibiaba", comenta mientras flota en el ambiente un aire de nostalgia.

La modernidad ganó la apuesta a los yuyales de antaño y se llevó la belleza del arroyo que hoy arrastra no solo basura, sino desechos de todo tipo. No obstante, todavía hay niños del barrio que chapotean en el agua y ahuyentan a los pececitos, inmunizados contra las bacterias.

Mientras, la madre aprovecha para refregar las ropas y las enjuaga con el agua proveniente de las cañerías que atraviesan un elevado muro de contención. "Esta es agua pura que viene de un ykua yvu (surgente). Mucha gente viene a llevar de aquí hasta para tomar. No se necesita poner en la heladera y es mejor que el agua de Essap", se justifica la mujer ante nuestra presencia.

EL MAS FAMOSO

Estas son solo algunas de las pocas imágenes que se conservan del más famoso de los arroyos de la ciudad, el que inspiró a músicos y poetas de la talla de José Asunción Flores y Manuel Ortiz Guerrero.

La naciente se pierde hoy bajo la estación de servicio "Mburicaó", en la Avda. Eusebio Ayala y Martínez Ramella. No obstante, un hilo de agua sigue corriendo paralelamente a esta última calle y va aumentando su caudal natural. Pero, a la par, también van apareciendo las señales que deja en su curso la "civilización": caños provenientes de las cocinas, lavaderos y baños de las casas ubicadas a un lado del barranco. Incluso la ex Corposana todavía desagota en el cauce.

A medida que avanza el curso hídrico se van descubriendo formaciones rocosas dignas de los paisajes más hermosos con pequeñas cascadas que todavía dejan escuchar su arrullo. Así opacan el incesante ruido del tráfico vehicular de la zona.

El curso del Mburicaó se pierde entre la maraña de las construcciones para reaparecer a la altura de la Plaza José Asunción Flores y Manuel Ortiz Guerrero. Poco después aumenta el caudal con su afluente, el Mburicaomí, cuyas aguas recogidas de Villa Morra (desde Mariscal López y San Martín) todavía se mantienen relativamente limpias.

LA ZONA MAS CASTIGADA

Luego de pasar por el Parque Mburicaó y atravesar la Vía Férrea mediante un idílico puente en arco, el arroyo cruza la avenida Artigas y se interna por Tablada Nueva, para desembocar en el riacho Cará Cará, en los bañados de Ysoro.

Este es el sector más castigado del Mburicaó, pues aquí recibe desde restos óseos y pezuñas hasta otros desechos provenientes de las curtiembres y los frigoríficos. En el maremágnum de la contaminación, cerdos, aves, perros y gatos hacen un festín, mientras los vecinos se tapan las narices para soportar los olores y la pestilencia.

"Estos días nuestro arroyo no parece tan contaminado porque la última lluvia limpió todo. Pero durante la sequía y los días de intenso calor la situación es insoportable. Todos los extraños que entran al barrio salen corriendo", dice una pobladora.

Esta descripción pinta la vida cotidiana de quienes se debaten entre la necesidad de vivir en un ambiente saludable y conservar sus fuentes de trabajo para sobrevivir.



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