Domingo de Pascua: “no está aquí, ha resucitado”

Como coronación de la Semana Santa celebramos en este día la resurrección del Señor. Cristo permaneció en el sepulcro tres días, y justamente en el día tercero resucitó. Vuelven los adornos de flores al templo, el color utilizado es el blanco, se entonan cantos alegres acompañados por instrumentos. Se vuelve a cantar con fervor el Gloria, y se aclama a la Palabra con el Aleluya.

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La resurrección del Señor nos es contada por los evangelios con algunas variantes. En el contexto se trata de un acontecimiento que marcó profundamente a los discípulos y les dio el empuje como para no callar lo que ellos mismos pudieron experimentar. Los relatos de la resurrección nos hablan del sepulcro, en continuidad con la narración del Viernes Santo, en la que el cuerpo del Señor era sepultado. Se habla de las mujeres que fueron a ungir con perfumes el cuerpo de Jesús; de esto se desprende: no habían entendido que el Señor debía resucitar de entre los muertos. Ellas fueron a perfumar un cadáver, no se imaginaban encontrar otra cosa allí.

Se marca un tiempo en el texto: el primer día de la semana al amanecer. Un detalle importante, la piedra fue removida. Luego el testimonio, de seres celestiales primero, de los propios discípulos después. Con Cristo vivo hay una novedad, ya no vence la muerte, ya no dominan las sombras de la muerte sobre los que se acogen a la vida que el Señor nos ofrece.

Por esta vida nueva la Iglesia se alegra y nos propone ser también testigos de la resurrección de Jesús, dar testimonio del poder del amor, y de la derrota de uno de los enemigos más temibles de la humanidad: la muerte.

Ha resucitado

Los cristianos de los primeros tiempos fueron testigos oculares de los sucesos ocurridos en Jerusalén con la muerte y resurrección de Jesucristo, fueron ellos quienes anunciaron la resurrección haciendo extensiva la invitación a adherirse a Cristo. La predicación fue con las palabras, pero pronto también se dio con la entrega de la propia vida.

Del temor que tenían inicialmente, por la posibilidad de caer también en manos de los líderes del pueblo y morir, pasaron los discípulos a una valentía tal que no temieron la muerte. Jesús se convirtió en el Señor de la vida y de la historia, y si Él venció a la muerte, daría también su victoria a los que lo siguieran sin temor.

El testimonio de los seguidores de Jesús trajo hasta nuestros días la certeza y la fe en la resurrección del Señor. Pero esta fe necesita continuar su camino de transmisión; ser parte de la vida nueva que Cristo nos ofrece nos impulsa decididamente a anunciarlo resucitado en medio de nosotros. Si podemos ver con cierta facilidad los signos de muerte alrededor de nosotros, debemos facilitar y promover los signos de vida, las señales del resucitado en nosotros. Es el camino y compromiso de los que deseamos abrazarnos a Cristo Jesús. Los amigos del Maestro son lo que sin miedo lo anuncian, y lo proclaman resucitado aun en las circunstancias más peligrosas. La vida de “resucitados con el Señor”, que las fiestas pascuales nos ofrece, tiene como meta la misión de celebrar gozosos la vida verdadera que Dios nos ofrece.

Para los discípulos fue una novedad, y quizá lo sea también para nuestro tiempo, pero somos llamados a experimentar a Jesucristo vivo y actuante en nuestra historia. Él nos lo recuerda en su propia carne, las marcas de la pasión están allí, recordándonos su sacrificio por nosotros.

Pero ya no está en el sepulcro, ¡no está ahí! Él venció a la muerte y nos dio la invitación para recibir una vida plena, llena de gozo y de paz. Nos llamó a vivir en su luz, y a dejar atrás la oscuridad de la muerte eterna. Cristo vivo nos mueve a abrazarlo con fe.

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