A 16 años del crimen que conmocionó

Con sus 11 años, Felicita Estigarribia tenía una rutina agotadora. Luego de la jornada escolar –cursaba el primer grado en la Escuela Básica Nº 5.355 María Auxiliadora, del barrio Santa Librada de Yaguarón– la niña debía salir a vender mandarinas en la zona.

La situación de extrema pobreza que obligó a la niña Felicita a salir a vender mandarinas no cambió para su familia.
La situación de extrema pobreza que obligó a la niña Felicita a salir a vender mandarinas no cambió para su familia.Archivo, ABC Color

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Mayor de cuatro hermanos, la “niña de las mandarinas” recorría casa por casa ofreciendo las frutas en el vecindario para colaborar con el sustento diario. Regresar con “mercadería” era una opción que no tenía, por ello la pequeña se fue hasta el microcentro para tratar de vender todas las frutas.

La meta, aparentemente simple y nada nueva para Felicita, tuvo un aciago final. Su inocencia y su vida fueron truncadas por el acecho mortal de mentes criminales que no se conformaron con saciar sus bajos instintos sometiéndola sexualmente por conductos vaginal y anal sino que, antes de abandonarla a su suerte, la asfixiaron hasta la muerte.

El 31 de mayo del 2004, mientras Felicita agonizaba a la vera del Cerro Yaguarón, la angustia se apoderó de su madre ante la desaparición de la niña, principalmente con la llegada de la noche.

A las 08:00 del día siguiente, el hallazgo del cuerpo desnudo de la pequeña vendedora dejó al descubierto el crimen atroz y echó por tierra las ya remotas esperanzas de su madre de hallarla con vida.

Es que desde el momento en que Felicita desapareció, su madre Florencia quedó atormentada por un mal presentimiento, al que encontró sentido al descubrir el triste final de su niña.

A 16 años de ello, la pesadilla no ha terminado para la mamá de Felicita.

Su clamor de justicia ha sido acallado por amenazas que la desterraron de su tierra natal, bajo advertencia de tener que enterrar a sus otros hijos si persistía en su reclamo a las autoridades.

Sin poder lidiar con el enemigo oculto que avasalló su pacífica existencia con el horror, a Florencia Estigarribia no le quedó otra que aprender a convivir con el dolor y la impotencia, en la vecina Pirayú.

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