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Deseoso de reforzar su control sobre el ejército, el presidente islamo-conservador se ha aprovechado de la pérdida de prestigio de la institución tras la intentona golpista.
Este fin de semana se anunció el cierre de todas las escuelas militares, remplazadas por una universidad, la introducción de nuevos miembros del poder civil (ministros) en el Consejo Militar Supremo, y una reforma constitucional para que el Gobierno controle directamente a los jefes del estado mayor.
El Ejército, que desde 2010 aparece en la Constitución como “guardián de la República turca” y de su laicidad, ha sido una de las instituciones más afectadas tras el golpe de Estado fallido en el que participaron una parte de sus soldados y altos mandos, disparando contra la gente y bombardeando objetivos en las grandes ciudades.
La intentona golpista dejó 237 muertos, sin contar a los sublevados abatidos, según el presidente Erdogan.
Casi la mitad de los generales (149), así como 1.099 oficiales y 436 subalternos, fueron destituidos “por causa de indignidad” la semana pasada.
El jefe de Estado mayor, Hulusi Akar, y los jefes del ejército de tierra, de la Fuerza Aérea y de la Marina, fieles al Gobierno, siguieron en sus puestos.
Según la agencia de prensa oficial Anadolu, estos militares fueron despedidos por sus vínculos con el predicador Fethullah Gülen, exiliado en Estados Unidos, a quien Ankara acusa de haber organizado el golpe con sus partidarios “infiltrados” en las instituciones. Gülen lo niega categóricamente.