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Esta auténtica guerra cultural estalló cuando la Unión Europea (UE) impulsó el proyecto de algunos fabricantes de ordenadores, que pretendían comercializar teclados sin Ñ.
Hasta ese momento existía una reglamentación que impedía comercializar en España productos informáticos que no tuvieran en cuenta "todas las características del sistema gráfico del español". Pero la UE consideró la disposición como una medida proteccionista que violaba la libre circulación de mercancías.
Como era previsible, la primera en reaccionar fue la Real Academia Española (RAE). La desaparición de la Ñ de los teclados, proclamó en un informe divulgado en 1991, representaría "un atentado grave contra la lengua oficial".
"Es escandaloso que la CE (Comunidad Europea) se haya atrevido a proponer a España la eliminación de la eñe ( ... ) solo por razones de comodidad comercial", afirmó entonces el colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nóbel de Literatura 1982.
"Los autores de semejante abuso y de tamaña arrogancia deberían saber que la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos", argumentó.
También la poetisa argentina María Elena Walsh reaccionó, a través de un texto de enorme ternura publicado por el diario La Nación, de Buenos Aires: "¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta el apócope (...). Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece (...). La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software (...). Luchemos para no añadir más leña a la hoguera donde se debate nuestro discriminado signo (...). La eñe es gente".
La Ñ no existía en el griego y el latín, origen de las lenguas romances actuales, una de las cuales es el castellano. Solo existía la N, que a comienzos de la Edad Media se reforzó con otros signos, especialmente la I, la Y, la G, e incluso la N duplicada.
Al aparecer las lenguas romances vulgares, la duplicidad (por ejemplo en "anno") se empezó a transcribir con un guión encima, que indicaba que se repetía la letra. Este rasgo caracterizó al español frente a otras lenguas, que acabaron aceptando la n con otra letra para imitar el sonido: "ny" en provenzal y catalán; "nh" en portugués; "gn" en francés e italiano.
Esta peculiaridad se usa como símbolo ante otras culturas. Como prueba de ese fenómeno, una casa discográfica edita todos los años un recopilatorio de música en español titulado "Ñ". En una edición sobre la influencia de la cultura latina en Estados Unidos, el semanario estadounidense Newsweek consagró su portada a lo que denominó la "generación Ñ".
En todo caso, para consolidar la protección de la letra el Gobierno español respondió en 1993 con una ley que salvaba a la Ñ, acogiéndose al Tratado de Maastricht, que admite excepciones de carácter cultural.
Pero, a pesar de su enérgica reacción inicial, la Real Academia minimizó luego el caso. Para su vicepresidente, Gregorio Salvador, la supervivencia de la Ñ nunca corrió peligro y la polémica sobre su desaparición fue puramente artificial.
"Aquello fue un asunto puramente comercial. Había unos señores que de pronto se dieron cuenta de que no la habían incluido en sus teclados y querían vender sus stocks", declaró posteriormente.
Hasta ese momento existía una reglamentación que impedía comercializar en España productos informáticos que no tuvieran en cuenta "todas las características del sistema gráfico del español". Pero la UE consideró la disposición como una medida proteccionista que violaba la libre circulación de mercancías.
Como era previsible, la primera en reaccionar fue la Real Academia Española (RAE). La desaparición de la Ñ de los teclados, proclamó en un informe divulgado en 1991, representaría "un atentado grave contra la lengua oficial".
"Es escandaloso que la CE (Comunidad Europea) se haya atrevido a proponer a España la eliminación de la eñe ( ... ) solo por razones de comodidad comercial", afirmó entonces el colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nóbel de Literatura 1982.
"Los autores de semejante abuso y de tamaña arrogancia deberían saber que la eñe no es una antigualla arqueológica, sino todo lo contrario: un salto cultural de una lengua romance que dejó atrás a las otras al expresar con una sola letra un sonido que en otras lenguas sigue expresándose con dos", argumentó.
También la poetisa argentina María Elena Walsh reaccionó, a través de un texto de enorme ternura publicado por el diario La Nación, de Buenos Aires: "¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta el apócope (...). Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece (...). La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software (...). Luchemos para no añadir más leña a la hoguera donde se debate nuestro discriminado signo (...). La eñe es gente".
La Ñ no existía en el griego y el latín, origen de las lenguas romances actuales, una de las cuales es el castellano. Solo existía la N, que a comienzos de la Edad Media se reforzó con otros signos, especialmente la I, la Y, la G, e incluso la N duplicada.
Al aparecer las lenguas romances vulgares, la duplicidad (por ejemplo en "anno") se empezó a transcribir con un guión encima, que indicaba que se repetía la letra. Este rasgo caracterizó al español frente a otras lenguas, que acabaron aceptando la n con otra letra para imitar el sonido: "ny" en provenzal y catalán; "nh" en portugués; "gn" en francés e italiano.
Esta peculiaridad se usa como símbolo ante otras culturas. Como prueba de ese fenómeno, una casa discográfica edita todos los años un recopilatorio de música en español titulado "Ñ". En una edición sobre la influencia de la cultura latina en Estados Unidos, el semanario estadounidense Newsweek consagró su portada a lo que denominó la "generación Ñ".
En todo caso, para consolidar la protección de la letra el Gobierno español respondió en 1993 con una ley que salvaba a la Ñ, acogiéndose al Tratado de Maastricht, que admite excepciones de carácter cultural.
Pero, a pesar de su enérgica reacción inicial, la Real Academia minimizó luego el caso. Para su vicepresidente, Gregorio Salvador, la supervivencia de la Ñ nunca corrió peligro y la polémica sobre su desaparición fue puramente artificial.
"Aquello fue un asunto puramente comercial. Había unos señores que de pronto se dieron cuenta de que no la habían incluido en sus teclados y querían vender sus stocks", declaró posteriormente.