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En aquel momento difícil hizo una promesa a Dios. La de hacerse médica para curar a sus hermanos, porque en la colonia no había doctores. Sin embargo, debió esperar hasta los 27 años para ello. "Ya me ayudaste a criar a tus hermanitos, están todos grandes, y ahora podés estudiar", le dijo su madre María Kanka.
Tengo la dicha -agrega- de que no se me haya muerto una sola madre en el momento del parto, porque "es muy triste ver a una madre que muera al dar a luz por falta de atención en la campaña". Así, con su gestión como presidenta de una comisión de damas se pudo habilitar el primer Centro de Salud en 1978.
EN YAGUARETE KUA
El vecindario era un sitio agreste, pero muy variado. "Papá era italiano, mamá era checoslovaca y teníamos por vecinos a unos franceses, un polaco, un ruso y un alemán", comenta Emilia.
"El Gobierno pensó bien. Daba las tierras y el comisario tenía que hacer una revisa de las plantaciones y de la ganadería. El primer año debían plantar cien frutales y al año siguiente otros cien y así sucesivamente", agrega.
Asimismo, los padres eran muy estrictos con sus hijos. "Todos comen, todos duermen y todos tienen que trabajar también", decía don Victorio y los llevaba a la chacra.
"La colonia tenía que salir hasta Angostura -sobre el río Paraguay-, adonde íbamos en carreta con nuestras naranjas, piñas, bananas, leche y huevos. Las naranjas se embarcaban a granel en el vapor que iba hacia la Argentina. Varias veces viajé en ese barco con mi padre que nos llevaba uno por uno a conocer Asunción y nos contaba sus historias", recuerda.
VIDA DE COLONIA
Pese a la fertilidad de la tierra, la vida no fue fácil para los primeros colonos. Por su fe evangélica fueron blanco de todo tipo de críticas y desaires. No obstante, con el ejemplo de laboriosidad y amabilidad que los caracterizaba pudieron salir adelante. Los niños eran los primeros en integrarse a la comunidad, en la escuela, en las aulas del maestro Taní.
Estanislao Sanabria, cuyo nombre lleva hoy la escuela pública local, pertenecía a una de las pocas familias paraguayas. "La escuela era un salón que antes era la panadería de unos austriacos, donde hoy está la comisaría. Era muy limpia, pero tenía el techo bien ahumado. El maestro Taní tenía todo muy bien organizado. Llevaba un arreador al hombro y hacía un golpe en el aire diciendo que la próxima vez será en la espalda de alguien. Pero nunca nos pegó porque le respetábamos mucho", comenta.
EL GRINGO, PRESO
La guerra y las revoluciones no fueron ajenas a los colonos. Muchos decidieron volver a su país invitados por el Gobierno italiano ante la inminencia de la Primera Guerra Mundial; otros fueron a la Argentina y el resto quedó aquí, igual que don Victorio. Este también sufrió de cerca la Guerra del Chaco, cuando uno de sus hijos padeció una complicación a causa de la papera y no podía ser enrolado por prescripción médica. En la comisaría no dieron crédito al certificado y él reaccionó diciendo: "Pero no estamos en el Africa". Por estas palabras el comisario ordenó "detener al gringo y llevarlo al calabozo".
Emilia, que lo acompañaba, corrió a su casa y con todo el susto dijo a su madre: "Papá está en la cárcel". Ensilló un caballo y fue a buscar a los amigos de la familia en Guarambaré. Cuando vinieron de allí los Felsina y los Zanotti, se arregló todo.
"Mi padre nunca más pisó una comisaría. El nos enseñó el respeto, el trabajo y el amor a Dios, y pudo criar a sus 12 hijos con el sudor de la frente. Por eso siempre digo yo que en Paraguay se puede vivir de la chacra", señaló. Esta es la lección que nos deja esta mujer, una memoria viva de Nueva Italia que hoy está de fiesta patronal.