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Tal como habían planeado desde hace tiempo, Argentina, Brasil y Uruguay decidieron ayer, desvergonzadamente y en un mismo acto, suspender al Paraguay del Mercosur hasta la celebración de nuevas elecciones generales e incorporar a Venezuela al bloque a partir del próximo 31 de julio. Vendieron al cuarto socio para entregarle la membresía plena del grupo al gorila Hugo Chávez, que con sus petrodólares se encargará de “agradecer” oportuna y generosamente el “gesto” de sus deudores Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff y José Mujica.
El circo estaba preparado de antemano para meter a Chávez por la ventana al proceso de integración regional. Todo lo demás, la invocación de la supuesta “ruptura del orden democrático” en el Paraguay, los plagueos por la negación del “debido proceso” a Fernando Lugo en el juicio político que se le siguió la semana pasada y los ataques histéricos contra la actuación del Congreso Nacional no fueron más que una vulgar excusa con la que pretendieron disfrazar sus tenebrosos designios a favor del gorila bolivariano.
La verdad de la milanesa es que se vengan rencorosamente del Paraguay por haberse constituido en un obstáculo durante los últimos seis años para que el dictador Chávez ingrese como miembro pleno del Mercosur.
Si se lo piensa detenidamente, es lógico que nuestros socios actúen con tal grado de indignidad y entreguismo. Tanto Argentina como Brasil y Uruguay le deben grandes favores al fundador de ese engendro dado en llamar “socialismo bolivariano del siglo XXI”.
Los ingentes negocios petroleros, la financiación de campañas políticas –quién no recuerda el caso de los maletines enviados por Chávez a Buenos Aires en 2007, para comprar votos a favor de la señora Kirchner– y la generosísima adquisición de bonos de la incomprable deuda externa argentina para evitar la debacle de la economía del vecino país no son más que algunas de las más conocidas deudas que nuestros “socios” del Mercosur debían saldar con el tirano caribeño.
Entregaron al Paraguay a cambio de la petrochequera de Chávez. Obviamente, para ellos no tienen ninguna importancia ni interés seguir compartiendo el proceso de integración con una nación pequeña, vulnerable, sin costa marítima, a la que de todas formas podrán manejar –como de hecho lo hacen– a su antojo. Para qué seguir departiendo con un socio pobre si pueden beneficiarse económicamente de los grandes negocios que les ofrece uno inescrupuloso e inmensamente rico que despilfarra el dinero del pueblo al que mantiene oprimido.
Con todo descaro, los descendientes de Bartolomé Mitre, Pedro II y Venancio Flores pretenden hacernos creer que sus sanciones no tienen por objeto castigar al pueblo paraguayo, sino servir de lección a su gobierno, al que tienen el tupé de calificar como “golpista”.
Su hipocresía y su soberbia son tan manifiestas, que ni siquiera evitan utilizar los mismos argumentos esgrimidos por los aliados en 1865, cuando se confabularon para traer una genocida guerra de exterminio contra la República del Paraguay. El ignominioso Tratado Secreto de la Triple Alianza les dio la letra a los nuevos complotados: “No siendo la guerra contra el pueblo paraguayo sino contra su gobierno...”, rezaba el artículo 7 de aquel oprobioso acuerdo.
La República del Paraguay soportó una de las humillaciones más grandes de su historia de los últimos 100 años. Se nos deparó el trato que los imperios dispensan a una colonia bananera, hasta el punto que la presidenta del Brasil, Dilma Rousseff, en su delirio hegemónico, se permitió afirmar que realizará sus “mejores esfuerzos para que las elecciones de abril en Paraguay sean democráticas, libres y justas”. Debe hacérsele saber a la señora que reina desde Planalto que en nuestro país las elecciones son libres y democráticas.
La hipócrita farsa que los nuevos aliados montaron ayer en Argentina los condenará para siempre ante la historia, que recordará el 29 de junio de 2012 como el día en que tres países de América del Sur volvieron a complotarse, por su desmedida ambición, para vender a una nación hermana al precio vil del dinero con que los compra un déspota arrogante, embaucador y liberticida.