Un legado de Acero

Quienes hace mucho estamos en esta organización periodística sabemos que nuestro director-fundador, Aldo “Acero” Zuccolillo Moscarda, jamás habría aprobado ni consentido que publicáramos una columna de elogios y reconocimientos hacia su persona. Por lo tanto, no lo haremos. En cambio, consideramos necesario y oportuno ratificar en su memoria nuestro compromiso de honrar siempre su legado y de sostener bien en alto las banderas con las que nos ha guiado para, con errores y aciertos, intentar entre todos contribuir con un mejor destino para la República. Entre los principales temas de su agenda de lucha figuraban el interés nacional, la denuncia de las cláusulas leoninas de los tratados de Itaipú y Yacyretá, el apoyo al trabajo honesto de los habitantes del país, el combate frontal a la corrupción y la impunidad, la perniciosa corrupción política y la salvaguarda de la democracia, y, sobre todo, la defensa de la libertad de expresión y de prensa, que llamaba “la madre de todas las libertades”. Seguiremos equivocándonos, a veces atinaremos, a veces no, pero nunca arriaremos sus banderas, Señor Director. Estamos tristes, pero estamos fuertes, en nuestros puestos de trabajo, como usted lo habría querido.

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Quienes hace mucho estamos en esta organización periodística sabemos que nuestro director-fundador, Aldo “Acero” Zuccolillo Moscarda, jamás habría aprobado ni consentido que publicáramos una columna de elogios y reconocimientos hacia su persona. Por lo tanto, no lo haremos.

En cambio, consideramos necesario y oportuno ratificar en su memoria nuestro compromiso de honrar siempre su legado y de sostener bien en alto las banderas con las que nos ha guiado para, con errores y aciertos, intentar entre todos contribuir con un mejor destino para la República. 

Ese legado y esas banderas se cimientan en algunos pilares fundamentales.

El primero es el interés nacional. La defensa de la dignidad y de los derechos del Paraguay ha sido desde el principio una de las razones de ser de nuestro diario. Por citar el ejemplo más emblemático, la denuncia de las cláusulas leoninas de los tratados de las hidroeléctricas binacionales Itaipú y Yacyretá, que le han impedido al país aprovechar en su máximo potencial su principal recurso natural para su propio desarrollo, así como las maniobras pasadas y presentes para perpetuar el despojo y la expoliación al pueblo paraguayo, ha sido siempre un puntal de nuestra línea periodística y una preocupación central y permanente de nuestro director. 

Un segundo pilar ha sido el apoyo al trabajo honesto de los habitantes del Paraguay, ya sean paraguayos o inmigrantes de cualquier nacionalidad que hayan elegido esta tierra para vivir y prosperar por medios lícitos. Desde medianos y grandes empresarios hasta pequeños productores o artesanos que mostraran tener ideas, empuje, ansias de superación, esfuerzo y dedicación, siempre pudieron contar con el aliento y el respaldo de este diario y de su director, quien constantemente daba la instrucción de poner mucho énfasis en salir a buscarlos, encontrarlos, contar sus historias, identificar sus problemas y sus cuellos de botella, ayudarlos a organizarse, a capacitarse, a ampliar sus oportunidades. 

Como contracara, otro de los pilares ha sido el combate frontal a la corrupción, esté donde esté, sea quien sea el involucrado, ponerle rostro, nombre y apellido, aun a costa de ganarnos muchos detractores, o de distanciarnos de amigos y parientes. Compartimos la convicción de que la corrupción, el tráfico de influencias, el latrocinio, el cohecho, el enriquecimiento ilegítimo, la evasión fiscal, el abuso de los bienes públicos, de la mano de la impunidad garantizada por un, a la vez, sumamente corrupto sistema de justicia, son un cáncer del Paraguay que le carcome las entrañas, le impide progresar, lo hunde en la inmoralidad, defrauda a los contribuyentes y escamotea los recursos, las posibilidades, los sueños a las personas de bien, principalmente a los más pobres y vulnerables, en beneficio de antipatriotas que medran como parásitos con el sacrificio y el sufrimiento ajenos.

Íntimamente asociada está la no menos perniciosa corrupción política, aquella que se apropia del poder público a espaldas de la ciudadanía por medio de ardides y componendas entre inescrupulosos cómplices de mala fe, con la connivencia de magistrados venales, cobardes y prevaricadores que se prestan a avalar interpretaciones torcidas de la ley en favor de los mandamases de turno, por absurdas que resulten. Por ello, nuestro director siempre insistió, como otro de los grandes pilares de nuestra línea, en la defensa firme de la institucionalidad democrática, del Estado de derecho, del respeto a la Constitución, tanto en su letra como en su espíritu, amparados precisamente en el precepto constitucional que autoriza a los ciudadanos a resistir “por todos los medios a su alcance” a los usurpadores que violen o pretendan violar la ley suprema de la República.

Por supuesto, otro de nuestros grandes pilares fue y es la defensa de los derechos humanos. Como muchos otros compatriotas y colegas en las horas más oscuras de la Patria, nuestro diario ha sufrido detenciones policiales de sus periodistas –y hasta un asesinato, el de nuestro corresponsal en Curuguaty, Pablo Medina–, clausuras, persecuciones por denunciar la violencia, las arbitrariedades y los abusos de poder contra derechos elementales de los ciudadanos en un Estado civilizado. Nuestro director, quien sufrió esos embates en carne propia –incluidas dos detenciones–, insistía en que no había que tomarlo como un martirio que mereciera algún tipo de recompensa o especial gratitud, sino, antes bien, como un honor por cumplir con el deber de luchar por la libertad y el progreso social de nuestro país. Nos exhortaba a no decaer en el empeño, a estar siempre alertas, porque en democracia persisten los mismos atropellos, con enemigos más difusos, con métodos a menudo más sofisticados y más perversos. También nos instaba a despojarnos de nuestros propios prejuicios y tabúes para constituirnos en un vocero y en un canal de debate abierto de una sociedad libre, moderna y diversa, independientemente de las opiniones, las ideologías, la religión, la raza, la nacionalidad, el género o la opción sexual.

Muy relacionado con lo anterior, desde luego, nuestro gran pilar, nuestra gran plataforma, ha sido la libertad de expresión y de prensa, que nuestro director llamaba “la madre de todas las libertades”. Sostenía que, sin esa base, todo lo demás se desmoronaba, y nos conminaba a velar por ella sin descanso, sin vacilaciones, sin claudicaciones, contra quien fuera, y no por algún tipo de privilegio a favor de los periodistas, sino por el derecho fundamental de todos los ciudadanos de discernir por sí mismos, de elegir a quién creer y a quién no, de formar su propia opinión sobre cualquier tema, sin la pretendida tutela de ninguna autoridad. A menudo, cuando se le comentaba que algún político o funcionario despotricaba o profería ofensas contra él y el diario, respondía invariablemente: “Es para que cada uno pueda expresarse libremente que hemos luchado toda nuestra vida”.

Seguiremos equivocándonos, a veces atinaremos, a veces no, pero nunca arriaremos sus banderas, Señor Director. Estamos tristes, pero estamos fuertes, en nuestros puestos de trabajo, como usted lo habría querido.

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