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El Gral. Augusto Pinochet Ugarte, ex dictador chileno, falleció ayer en Santiago a los 91 años en medio de grandes controversias que dividen profundamente al pueblo de Chile. Para la izquierda internacional, Pinochet es un símbolo del neoliberalismo, la opresión y la muerte de las oscuras épocas de la guerra sucia latinoamericana, en tanto que para amplios sectores de derecha, es el hombre que libró a Chile de convertirse en una segunda Cuba, con todo su bagaje de despotismo y miseria, de la mano de la dictadura marxista inaugurada por Salvador Allende, así como el arquitecto de la libertad, democracia y prosperidad que hoy goza el país. Las generaciones futuras de chilenos, cuando las pasiones se hayan apagado, serán las que habrán de dar finalmente un juicio acabado de la gestión de gobierno de este discutido estadista, militar y político, que cambió para siempre a la nación chilena.
El 11 de septiembre de 1973, el Gral. Pinochet derrocó al gobierno socialista de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende mediante un cruento golpe militar, con el apoyo del presidente norteamericano Richard Nixon. Pinochet asumió el control del Estado y gobernó al país hasta 1990, primero, como presidente de la junta militar de gobierno y, desde 1981, como presidente de la República bajo la Constitución de 1980. El golpe marcó el inicio de la guerra de guerrillas en Chile y la salvaje represión gubernamental que cobró más de 3.000 víctimas. Las detenciones, torturas y desapariciones de civiles, nacionales y extranjeros, acusados de formar parte o apoyar a la guerrilla marxista durante los primeros años de la dictadura de Pinochet, fueron consideradas por la justicia internacional como asesinatos de Estado.
Pero lo que la izquierda no le perdona a Pinochet no es tanto el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Allende, al que la propia Cámara de Diputados de Chile había acusado del grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República en agosto de 1973, sino las profundas reformas económicas liberales que implementó en su país con el asesoramiento de jóvenes economistas chilenos de tendencia liberal, llamados Chicago boys, egresados de la Universidad de Chicago e influenciados por las políticas monetarias de Milton Friedman. Las exitosas reformas de Pinochet, que consistían en reducir el gasto público, racionalizar el aparato estatal, modernizar el sistema de pensiones y privatizar gran parte de las empresas del Estado, resultaron en un boom económico que se conoce actualmente como el milagro económico chileno.
Las reformas económicas y políticas de Pinochet convirtieron a Chile en el país más próspero y libre de América Latina, con una reducción drástica de la pobreza a menos de la mitad y el mejoramiento de todos los índices de desarrollo humano. Chile se encamina decididamente a convertirse en los próximos años en el primer país latinoamericano en ingresar al Primer Mundo. No obstante, a estos logros de Pinochet se contraponen las hondas heridas que dejó en Chile la inmisericorde represión por la Policía secreta y el Ejército, que se extendió a otros países de la región, como Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, a través del nefasto Operativo Cóndor. Más recientemente, a los vicios y errores de Pinochet se han agregado las denuncias de corrupción y enriquecimiento ilícito a expensas del pueblo chileno.
Pero para los pueblos latinoamericanos, acostumbrados a los golpes de Estado, las dictaduras militares, las represiones y asesinatos políticos y la corrupción de sus gobernantes, tanto de derecha como de izquierda, en la comparación de los puntos negros y blancos del gobierno de Pinochet, llaman la atención sus resultados: la consolidación de la democracia y el sorprendente progreso económico y social.
Hoy ya nadie defiende los métodos de la dictadura, ni cree que a través del despotismo pueda llegarse al progreso como ocurrió en Chile. Hubo demasiados dictadores en América Latina, desde Stroessner en Paraguay hasta Castro en Cuba, y ninguno ha traído a sus pueblos prosperidad y menos democracia. Lo que sí es innegable es que muchos envidian la situación de bienestar, la democracia, justicia y libertad que vive el pueblo chileno. La historia hará el recuento final de los puntos negros y blancos del Gral. Pinochet.
El 11 de septiembre de 1973, el Gral. Pinochet derrocó al gobierno socialista de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende mediante un cruento golpe militar, con el apoyo del presidente norteamericano Richard Nixon. Pinochet asumió el control del Estado y gobernó al país hasta 1990, primero, como presidente de la junta militar de gobierno y, desde 1981, como presidente de la República bajo la Constitución de 1980. El golpe marcó el inicio de la guerra de guerrillas en Chile y la salvaje represión gubernamental que cobró más de 3.000 víctimas. Las detenciones, torturas y desapariciones de civiles, nacionales y extranjeros, acusados de formar parte o apoyar a la guerrilla marxista durante los primeros años de la dictadura de Pinochet, fueron consideradas por la justicia internacional como asesinatos de Estado.
Pero lo que la izquierda no le perdona a Pinochet no es tanto el golpe de Estado que derrocó al gobierno de Allende, al que la propia Cámara de Diputados de Chile había acusado del grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República en agosto de 1973, sino las profundas reformas económicas liberales que implementó en su país con el asesoramiento de jóvenes economistas chilenos de tendencia liberal, llamados Chicago boys, egresados de la Universidad de Chicago e influenciados por las políticas monetarias de Milton Friedman. Las exitosas reformas de Pinochet, que consistían en reducir el gasto público, racionalizar el aparato estatal, modernizar el sistema de pensiones y privatizar gran parte de las empresas del Estado, resultaron en un boom económico que se conoce actualmente como el milagro económico chileno.
Las reformas económicas y políticas de Pinochet convirtieron a Chile en el país más próspero y libre de América Latina, con una reducción drástica de la pobreza a menos de la mitad y el mejoramiento de todos los índices de desarrollo humano. Chile se encamina decididamente a convertirse en los próximos años en el primer país latinoamericano en ingresar al Primer Mundo. No obstante, a estos logros de Pinochet se contraponen las hondas heridas que dejó en Chile la inmisericorde represión por la Policía secreta y el Ejército, que se extendió a otros países de la región, como Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, a través del nefasto Operativo Cóndor. Más recientemente, a los vicios y errores de Pinochet se han agregado las denuncias de corrupción y enriquecimiento ilícito a expensas del pueblo chileno.
Pero para los pueblos latinoamericanos, acostumbrados a los golpes de Estado, las dictaduras militares, las represiones y asesinatos políticos y la corrupción de sus gobernantes, tanto de derecha como de izquierda, en la comparación de los puntos negros y blancos del gobierno de Pinochet, llaman la atención sus resultados: la consolidación de la democracia y el sorprendente progreso económico y social.
Hoy ya nadie defiende los métodos de la dictadura, ni cree que a través del despotismo pueda llegarse al progreso como ocurrió en Chile. Hubo demasiados dictadores en América Latina, desde Stroessner en Paraguay hasta Castro en Cuba, y ninguno ha traído a sus pueblos prosperidad y menos democracia. Lo que sí es innegable es que muchos envidian la situación de bienestar, la democracia, justicia y libertad que vive el pueblo chileno. La historia hará el recuento final de los puntos negros y blancos del Gral. Pinochet.