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La ciudadanía asiste, atónita, al apresurado trámite impreso por el gobierno de Horacio Cartes para avalar la irregular admisión por la ventana de Venezuela al Mercosur, decidida por Argentina, Brasil y Uruguay, a espaldas de Paraguay. Nada cambió desde que aquella burla a la letra del Tratado de Asunción fue abiertamente concretada por los presidentes de los países “amigos” de la región. No varió un milímetro la humillante posición internacional en la que se dejó a nuestro país en aquel atropello perpetrado en julio del año pasado. El régimen autoritario que rige en Venezuela, de muy discutida legitimidad electoral, no desistió un ápice de sus actos antidemocráticos en su política interna, tales como la persecución a la prensa no sometida a su férula, la sostenida opresión sobre los políticos opositores (incluyendo agresiones físicas) y una sistemática violación de las libertades económicas y sociales establecidas por ellos mismos en su Constitución, tomando en cuenta que esta fue dictada en una asamblea constituyente chavista.
Todo esto lo saben bien y lo reconocen, tanto el presidente Cartes y las personas que lo secundan y asesoran en asuntos diplomáticos, de integración y negocios, como la ciudadanía en general. Lo saben mejor aún los senadores, porque la gran mayoría de ellos padeció en carne propia los desplantes prepotentes del entonces canciller Maduro, actual mandamás bolivariano.
Los legisladores, que son representantes formales del Poder Legislativo paraguayo, que a su vez es el primer poder del Estado en rango constitucional –por lo que debe considerársele la más alta representación política del país–, el año pasado intentaron lavar aunque sea en parte la dignidad nacional agraviada en los hechos de junio de 2012, declarando “persona no grata” a Nicolás Maduro.
A su vez, el expresidente Federico Franco, ubicado en la misma línea de pensamiento y conducta, determinó enviar al Congreso el protocolo de admisión de Venezuela al Mercosur, el cual fue rechazado. Hasta aquí, nuestro gobierno adoptaba una posición decorosa y conducente de protección de nuestra imagen ante la parte del mundo que nos observaba. Lo hicimos tan dignamente que la Unión Europea tomó partido moral de simpatía por nuestra causa.
Pero he aquí que cambia el régimen político en nuestro país, asume el poder el presidente Cartes en representación del Partido Colorado, un partido cuyos legisladores habían mantenido una firme y enérgica postura contra el ingreso del régimen chavista por la ventana del Mercosur, y, sorpresivamente, gira la veleta hacia la dirección del viento. Los que soplaron fuerte son los gobiernos brasileño y argentino, que hacen buenas migas con el chavismo, buscando aprovecharse vilmente de las necesidades imperiosas de la destrozada economía venezolana. Y, así como decidieron meterlo al organismo regional sea como fuere, así también se propusieron poner de rodillas al Gobierno paraguayo. Y lo están consiguiendo.
Comenzaron recorriendo el camino que les habrá parecido más fácil: presionar al presidente Cartes, quien, al asumir, había declarado con la mayor seriedad que “El mero transcurso del tiempo o decisiones políticas posteriores no restablecen, por sí, el imperio del derecho”, refiriéndose a que el ingreso de la Venezuela chavista al Mercosur había sido realizado por medio de una maniobra ilegal y que, no porque hubiese pasado unos meses, tal artimaña se convertía en hecho lícito y aceptable para el Paraguay.
Algo muy importante y decisivo le habrá dicho Dilma Rousseff al oído a Horacio Cartes para que este declinara su posición tan fácil y rápidamente, olvidándose de sus palabras anteriores y hasta arriesgando, con este giro de ciento ochenta grados, a un serio deterioro de su imagen pública y la pérdida de gran parte de su credibilidad política. Lo que sea que hayan negociado, el resultado fue el brusco giro de Cartes, quien de inmediato pasó a poner en juego toda su capacidad de convicción para lograr que los legisladores de su partido también ejecuten la pirueta para el drástico cambio de posición y “admitan” a Venezuela en el Mercosur.
Si los diputados consienten hoy este mamarracho del derecho internacional, como hizo anteriormente una mayoría de senadores (con el voto decisivo de los representantes colorados), no solo el Gobierno paraguayo sino todo el país serán puestos en la picota del ridículo internacional. “¿Cómo el Gobierno paraguayo puede aprobar el ingreso al Mercosur de un país que en este mismo momento ejerce nada menos que la presidencia de ese organismo?”, se preguntarán todos, antes de echarse a reír de nosotros. Según el tibio canciller Eladio Loizaga, se estará dando “legitimidad” al bloque. ¿Cómo se puede dar legitimidad a una flagrante violación del Tratado constitutivo y protocolos del bloque?
Los miembros de la Cámara de Diputados aún tienen en sus manos impedir que el capricho y la prepotencia de las presidentas de los países vecinos prevalezcan sobre la dignidad de la República, hecho que será legitimado con la farsa de la aprobación parlamentaria del Protocolo de Adhesión de Venezuela al Mercosur, mientras el excéntrico mandatario de esa nación, Nicolás Maduro, se jacta de tener en sus manos el mallete simbólico de la máxima autoridad del organismo regional, en calidad de presidente pro témpore del mismo.
La ciudadanía aguarda de sus diputados una actitud viril y digna con relación a este turbio asunto. Que demuestren el coraje de ser paraguayos antes que toda otra consideración, y lo confirmen evitando que la dignidad de la República sea mancillada una vez más, rechazando de plano este nuevo escupitajo que se pretende arrojar a la cara de la nación.