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Inmediatamente después de asumir el cargo, el 15 de agosto de 2008, el presidente Fernando Lugo viajó a San Pedro, capital del departamento del mismo nombre, en compañía del presidente de Venezuela, Hugo Chávez. En la ocasión, ambos mandatarios firmaron varios acuerdos, tras cuya publicación por la prensa, algunos de ellos fueron sometidos a consideración del Congreso y otros no, por alguna razón. Al término de los discursos protocolares, el mandatario venezolano le obsequió a su flamante homólogo paraguayo una réplica del sable del Libertador Simón Bolívar. Finalmente, ambos sostuvieron una larga conversación privada, antes de regresar a la Capital.
No dejó de llamar la atención de la gente el motivo que llevó a ambos presidentes a reunirse en una ciudad del interior del país sin aparente significación histórica o política para la exótica tertulia presidencial. En todo caso, si hay algo que decir con certeza acerca de las razones que tuvo el líder bolivariano para acceder a la invitación de Lugo, es que, hábil y oportunista como era para comprar a sus colegas de la región con los petrodólares que repartía con generosidad, no dudó en satisfacer el ego del exobispo acompañándolo a la que fue su sede episcopal por diez años.
En retrospectiva, es indudable que Lugo aprendió la lección de su mentor político. A estar por recientes declaraciones de quien fue uno de los colaboradores más cercanos de su Gobierno, el exsecretario general de la Presidencia de la República, Miguel López Perito, al promediar su mandato Lugo instruyó a su círculo áulico para que diseñara una estrategia destinada a desbloquear la prohibición constitucional de la reelección presidencial, mediante el recurso de la enmienda.
De no haber sido por el inopinado revés político de su destitución, el exobispo ya se hubiese lanzado a una intensa campaña populista en procura de la enmienda, descontando para ello el apoyo del sector liberal liderado por Blas Llano, habida cuenta de que para entonces ya había roto con el bloque liderado por Efraín Alegre, a quien removió del cargo de ministro de Obras Públicas supuestamente por aspirar a sucederle en la presidencia de la República.
La arremetida que está impulsando Horacio Cartes contra la Constitución para forzar el rekutu es un calco de la que hubiese hecho Lugo como presidente de la República de no haber sido destituido. El símil de la conspiración política urdida por Cartes con la que hipotéticamente hubiera impulsado Lugo es total; hasta en los detalles de su articulación.
He ahí la explicación del enigma que en un primer momento desconcertaba a los observadores políticos y al público en general. El ideólogo de la hora prima del atropello a la Constitución para desbloquear el acceso a la reelección es Lugo, aunque en su momento el denominado “Mariscal de la derrota”, Nicanor Duarte Frutos, tímidamente y sin posibilidades efectivas, fue el primero en soñar con tal ambición política. Ahora, frustrado su sueño de convertirse en dictador bolivariano, Lugo ha optado por conformarse con ser el aliado número uno del presidente Cartes. Y solo ellos saben bajo qué condiciones políticas y crematísticas han cerrado el trato al respecto.
Ahora bien, a estar por la trayectoria de los dictadores bolivarianos de los países de la región, de prosperar el plan de reelección que impulsan Cartes y Lugo, es trágico el futuro que le espera a nuestra democracia. En efecto, basta observar lo que ocurre con la mayoría del pueblo venezolano bajo la tiranía del sucesor designado de Hugo Chávez: Nicolás Maduro. La gente sufre agudas necesidades básicas hasta extremos nunca vistos en nuestra región. La oposición ha ganado el Poder Legislativo por mayoría; sin embargo, la voluntad popular libremente expresada en las urnas de nada ha servido, porque el Poder Ejecutivo tiene bajo su control a la Justicia y valiéndose de ella invalida absolutamente esa voluntad popular. Ejemplo: el pasado 20 de octubre, el Consejo Nacional Electoral (CNE) suspendió indefinidamente el proceso que hubiera conducido a un referéndum revocatorio del mandato presidencial, malogrando así la solución del grave problema político que afronta la nación caribeña. Aquí también estamos pasando por algunas situaciones emanadas de una Corte Suprema de Justicia sumisa a los designios de Horacio Cartes y de la clase política, que, apelando a la figura de la “certeza constitucional”, inexistente en nuestra Constitución, viene adoptando dudosas decisiones como avalar la emisión de bonos sin la aprobación del Congreso, y también debe expedirse con la misma figura sobre la reelección ante una estrafalaria proposición de Fernando Lugo.
Si aquí triunfa el rekutu que propulsan Cartes y Lugo, lo que nos espera es que, como en Venezuela, nuestra democracia se transforme en autoritarismo, en el mejor de los casos, si no en una completa dictadura, como la que sufrimos bajo el régimen de Alfredo Stroessner por más de tres décadas. Como en el país caribeño, puede esperarse que si el presidente Cartes es reelegido, va a gobernar por decreto, dejando de lado al Congreso, como ya está intentando hacerlo. El Poder Judicial quedará como está, bajo su control, igual que en los tiempos de Stroessner. Los medios de comunicación independientes y los sectores políticos de oposición van a ser cerrados o perseguidos, y la voluntad popular quedará en el bolsillo del Presidente de la República. De Lugo también puede esperarse cualquier cosa si accede al poder.
Los ciudadanos y las ciudadanas deben manifestarse en las calles con todas sus fuerzas para impedir que el Paraguay, 30 años después, retorne a esa época de represión y atropellos a las libertades fundamentales de la que, con muchos muertos, nos liberó la gesta militar de febrero de 1989.