Cargando...
Por decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 3 de mayo fue declarado Día Mundial de la Libertad de Prensa en 1993. Este año, con motivo de la destacada recordación, el secretario general de la citada organización internacional, Ban Ki-moon, emitió juntamente con la Alta Comisionada para los Derechos Humanos y la Directora General de la Unesco un mensaje en el que destacan: “La libertad de expresión es uno de nuestros más valiosos derechos. Constituye la base de todas las demás libertades y es el fundamento de la dignidad humana. La existencia de medios de comunicación libres, pluralistas e independientes es esencial para poder ejercer ese derecho”.
Efectivamente, la libertad de expresión es “la base de todas las demás libertades”. Sin ella, sin garantizar el inalienable derecho de la persona humana a manifestar lo que piensa sin cortapisas ni condicionamientos de ningún tipo, ninguna democracia sería concebible ni mucho menos viable, ni siquiera en el corto plazo.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 19, ahonda aún más el concepto de libertad de expresión, señalando: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Durante la larga noche de la dictadura stronista, los paraguayos vivimos privados del ejercicio de este derecho fundamental inherente a la persona y la dignidad humanas. La única “libertad” que regía era para los medios de comunicación adictos al régimen, para los adulones del tirano y los promotores de su perverso sistema de gobierno. El resto, es decir, quienes tenían algún tipo de disidencia, no solo era reprimido, sino perseguido, encarcelado o directamente desterrado.
Es verdad que el tiempo ha pasado de manera inexorable, y una generación entera de jóvenes compatriotas desconoce aquellas terribles prácticas represivas; sin embargo, la realidad de los hechos que acontecen diariamente en nuestra propia región y en el resto del mundo da acabada cuenta de la importancia que tiene preservar la libertad de expresión como un bien colectivo de primer orden.
Existen países de nuestro continente en que la libertad de prensa está bajo permanente “ataque”, como bien lo graficó recientemente el presidente Barack Obama, en el viaje realizado a Cartagena, Colombia, con motivo de la realización de la Cumbre de las Américas. Cuba, Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia son un ejemplo constante de esta lamentable realidad.
En estas naciones hermanas se siguen clausurando medios de comunicación. El déspota presidente venezolano Hugo Chávez es el “campeón” en la materia. En 2007 cerró el canal RCTV y con posterioridad retiró la licencia a 34 radioemisoras. El hostigamiento a los diarios que reflejan hechos incuestionados de la realidad es moneda de uso común en todos los países sometidos a regímenes políticos “bolivarianos”.
Más cerca aún de nosotros, en la vecina Argentina, los sucesivos gobiernos del matrimonio de Néstor y Cristina Kirchner han desatado igualmente una agresiva campaña de desprestigio y persecución contra los medios de comunicación que no les son afines. Hace pocos meses, las autoridades dispusieron la intervención y el allanamiento de Cablevisión, una empresa del Grupo Clarín, por asumir posturas consideradas por el oficialismo como “inamistosas”. Se dio el caso, incluso, de que la Presidenta calificó de “nazis” a los periodistas que sostienen opiniones distintas de la suya.
Aquí, aunque en la celebración del Día del Periodista, el pasado 26 de abril, el presidente Fernando Lugo declaró que prefería tener a una prensa crítica a una domesticada, durante su gobierno también se hicieron sentir distintos actos de hostilidad contra los medios de comunicación independientes que reflejaban y reflejan posturas discordantes con el relato oficialista.
La amenaza de un retroceso en nuestro país permanece latente. Máxime en una sociedad como la nuestra, con aún poca tradición de civilidad y en la que la tentación autoritaria siempre está presente en las prácticas políticas.
La abrumadora mayoría de nuestros compatriotas sabe muy bien que en 1989 la libertad de expresión ha sido la principal conquista de nuestra actual democracia. Pero es preciso mantener firme la voluntad por conservarla y fortalecerla. De todos y cada uno de nosotros depende que el poder, quienquiera que sea que lo detente y que lo ejerza, sepa claramente que ningún paraguayo está dispuesto a retroceder un solo paso en la vigencia de esta libertad fundamental. Todos hemos de ser conscientes de que sin ella no habrá goce verdadero de otros derechos o garantías encaminadas a dignificar la vida de todos los habitantes de nuestro país.