La salud pública refleja 60 años de Gobierno del Partido Colorado

Un enfermo de 45 años murió tras permanecer postrado durante cuatro días en el patio del hospital regional de Ciudad del Este. En Coronel Oviedo los dependientes del Consejo de Salud local han dejado de trabajar porque no cobran sus haberes. En Villa Hayes, 54 funcionarios del centro de salud no perciben sus salarios desde hace seis meses. Estas y otras noticias parecidas se publicaron en nuestro diario en un solo día, el 14 de enero pasado, e ilustran, como tantas otras aparecidas cotidianamente, que nuestra salud pública es una verdadera calamidad, está en terapia intensiva. El principal responsable de esta espantosa situación es el Partido Colorado, que ha regido el Paraguay durante 63 de los últimos 68 años. De una vez por todas, el Ministerio de Salud Pública debe dejar de estar al servicio de dicho partido. El presidente Cartes debe colocar a la salud pública en el centro de sus prioridades, junto con la educación, para atender algunas de las necesidades más sentidas de la población y, de paso, para limpiar el nombre de su partido, enlodado por una espantosa corrupción y una indignante ineficiencia de larga data.

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Un enfermo de 45 años murió tras permanecer postrado durante cuatro días en el patio del hospital regional de Ciudad del Este, comiendo restos de comida proveídos por familiares de otros pacientes: el director general, Arístides Cañete, hacía guardia en el centro asistencial del Instituto de Previsión Social (IPS), y la directora médica, María Yucra, estaba de vacaciones. El hospital regional de Coronel Oviedo está sin médicos de guardia porque todos han salido de vacaciones al mismo tiempo, mientras que los dependientes del Consejo de Salud local han dejado de trabajar porque no cobran sus haberes desde hace meses; por tanto, los enfermos deben ser atendidos en Asunción. En Villa Hayes, la señora Patricia Jara denunció ante el Presidente de la República que 54 funcionarios del centro de salud local no perciben sus salarios desde hace seis meses. Jorge Brítez, consejero del IPS, señaló que el hospital central está rebasado por “el problema de la mucha demanda”, agravado por las vacaciones del personal.

Estas noticias fueron publicadas por nuestro diario en un solo día, el 14 de enero pasado, e ilustran, como tantas otras aparecidas cotidianamente, que nuestra salud pública es una verdadera calamidad, está en terapia intensiva.

Se pueden presentar otras innumerables muestras de la torpeza, la negligencia y la corrupción del personal de blanco y del burocrático, así como de la falta de insumos, equipamientos e instalaciones adecuadas. Se puede señalar que unos dos millones de habitantes no reciben servicios básicos de salud, que el 71% de ellos no tiene seguro médico, que cada año mueren unas 150 parturientas, que cerca de 600.000 niños están desnutridos, que cada día mueren diez niños por enfermedades prevenibles y que el gasto en salud pública por habitante equivale a la tercera parte del promedio de los países latinoamericanos. La trágica experiencia diaria y las alarmantes cifras dan cuenta de un drama que no surgió de la noche a la mañana, sino que se viene arrastrando desde hace muchas décadas.

El principal responsable de esta espantosa situación es el Partido Colorado, que ha regido el Paraguay durante 63 de los últimos 68 años. No se trata de culpar a ciertos presidentes, ministros o altos funcionarios, sino de subrayar que la generalidad de los dirigentes de ese partido se despreocupó siempre de la salud de sus compatriotas, priorizando el clientelismo y el enriquecimiento personal. Siempre han apelado a la demagogia para engañar al pueblo, es decir, para hacerle creer que les interesaba su atención sanitaria, mientras que en realidad se valían del IPS y del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social (MSPBS) para la práctica de la corrupción desaforada y del sectarismo infame: el carnet de afiliación les importaba más que las necesidades de la gente, de modo que solo los colorados obtenían empleo en la salud pública como médicos, enfermeras o funcionarios. Y hasta hubo alguno, como el Gral. Hugo Dejesús Araújo, presidente del IPS, que engordaba sus cerdos con los restos de comida del hospital central, en una muestra de ruindad difícilmente superable.

Durante sus largos años de mandato, la ANR tuvo tiempo suficiente para que la salud pública fuera atendida de modo que muchas paraguayas de las zonas fronterizas no se vieran obligadas a dar a luz en el Brasil o en la Argentina porque en su país falten hospitales, insumos, médicos y enfermeras. Y si actualmente no hay bastante personal de blanco y ni siquiera se está al día con sus salarios, es porque miles de burócratas superfluos –parte principalísima de la clientela política– devoran una buena porción del presupuesto.

El actual ministro del área, Antonio Barrios, afirmó al asumir el cargo que para mejorar la atención sanitaria había que disminuir el número de funcionarios y contratados. Aunque nada haya hecho aún al respecto, lo que dijo sirve al menos para confirmar que los dirigentes de su partido siempre han priorizado las necesidades estomacales de sus seguidores antes que las sanitarias de la población. El presupuesto destinado a la salud pública está diseñado en función del prebendarismo, aparte de ser pasto de la corrupción. No estaría mal que, desde ya, el ministro ponga en claro que no permitirá ningún irritante sectarismo, como el reflejado en el uso de remeras coloradas con las iniciales HC por parte de funcionarias del hospital regional de Caaguazú.

De una vez por todas, el Ministerio de Salud Pública debe dejar de estar al servicio del Partido Colorado, como lo ha venido estando durante décadas. Hay buenas razones para responsabilizar de la indignante situación al actual partido gobernante, de modo que resulta extraño que los expertos del área no hayan señalado la influencia del factor político-partidario en la calamidad que soportamos: el problema de fondo no es tanto la escasez de recursos o la carencia de personal de blanco suficiente, sino el predominio de los intereses inmediatos de los dirigentes partidarios en detrimento de la salud pública. Su inmoralidad y su chatura intelectual son las causantes del intolerable estado de cosas que soporta la gente, lo que constituye un caldo de cultivo para todo tipo de aventureros políticos, empezando por los de extrema izquierda, que, enarbolando como bandera la promesa de remediar la situación de la salud pública, en las próximas elecciones van a conseguir la inmediata adhesión de los estratos más pobres y necesitados de la población, la mayoría de los cuales se dicen “colorados”, pero están tan abandonados como los que no lo son.

Es hora, pues, de que el Presidente de la República tome el toro por las astas y coloque a la salud pública en el centro de sus prioridades, junto con la educación, para atender algunas de las necesidades más sentidas de la población y, de paso, para limpiar el nombre de su partido, enlodado por una espantosa corrupción y una indignante ineficiencia de larga data.

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