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Se cumple el 28º aniversario de la gesta militar del 2 y 3 de febrero que derrocó a la sanguinaria dictadura de Alfredo Stroessner (1954-89) y que instauró en el Paraguay un proceso democrático que, con sus luces y sombras, ha consolidado las libertades públicas cercenadas por la tiranía. El proceso iniciado ha sido duro. Conoció muchos altibajos en el fortalecimiento de las instituciones. Con todo, hasta ahora la nación ha tenido la suerte de vivir en libertad y democracia –si bien con defectos– por el lapso de una generación.
Supuestamente, el poder del dictador se asentaba sobre la tríada de Gobierno, Partido Colorado y Fuerzas Armadas, pero, en verdad, como él mismo gustaba de recordarles con frecuencia a sus generales, “lo que nos sostiene son los fusiles”. Precisamente, Stroessner cayó cuando esos fusiles que lo sostenían se volvieron contra él, de la mano de su consuegro, el general Andrés Rodríguez.
Obviamente, en términos de sacrificio humano, para cualquier sociedad es menos costoso impedir el retorno a una dictadura que liberarse de ella una vez instalada, por lo que la mejor garantía de la estabilidad democrática de un país es la estricta observancia de la Constitución Nacional.
Lamentablemente, en nuestro país tenemos una deplorable experiencia histórica en tal sentido. Tras la guerra contra la Triple Alianza, los vencedores nos impusieron una Constitución liberal, la que en casi un siglo de vigencia jamás fue respetada. Fue sistemáticamente violada mediante los nefastos “pactos políticos”, celebrados entre gallos y medianoche por las élites de los dos partidos políticos tradicionales: el Colorado y el Liberal.
Si traemos a colación este jirón de nuestra trágica historia política, es porque estamos de nuevo ante un intento de quiebre constitucional que, de no ponérsele freno, podría conducirnos otra vez a la emergencia de una dictadura en nuestro país. Se trata de la aparición de un sector del Partido Colorado que quiere retrotraer al Paraguay a las épocas oscuras de la violación de nuestra Carta Magna, práctica stronista que permitió la consolidación de la dictadura por 35 largos, oscuros y angustiosos años.
La enmienda de la Constitución para introducir la reelección por la vía que se está impulsando a tambor batiente –expresamente prohibida por ella– es una bofetada a la gesta del 2 y 3 de febrero de 1989, que costó sangre, sudor y lágrimas al Paraguay. De aprobarse este mecanismo ilegal, instaurar luego una nueva dictadura será fácil. De ahí que los habitantes del país no deben quedarse callados ante esta amenaza que pende sobre nuestra democracia.
Por primera vez en nuestra historia, los paraguayos y las paraguayas llevamos viviendo casi tres décadas en libertad al amparo de una Constitución democrática promulgada tras el derribo de la dictadura. Por razones obvias, de tiempo y circunstancias, ella ha consagrado la prohibición absoluta (“en ningún caso”) de que los presidentes de la República puedan ser reelectos.
Es por ello que un número cada vez mayor de ciudadanos ve con creciente alarma cómo ciertos sectores de los dos partidos tradicionales que se precian de democráticos están tomando posición a favor de quienes pretenden pisotear los principios constitucionales.
El crucial dilema que enfrenta en estos momentos la sociedad paraguaya es aceptar pasiva y resignadamente que el presidente Horacio Cartes y los expresidentes Fernando Lugo, Nicanor Duarte Frutos y sus adláteres violen la Constitución Nacional habilitando la ilegal reelección presidencial vía enmienda, o alzarse contra esta inicua pretensión por todos los medios al alcance, como ella lo autoriza en su Art. 138. Si las instituciones democráticas creadas por nuestra ley suprema a los efectos de su observancia no abortan este intento de atropello a la legalidad, el pueblo tiene derecho a reaccionar contra los golpistas y detenerlos.
El mejor homenaje que se le puede rendir a la memoria de los militares fallecidos y sobrevivientes, que arriesgaron sus vidas en defensa de la libertad de sus conciudadanos en la noche del 2 y 3 de febrero de 1989, es que el pueblo, con el mismo ímpetu que salió a festejar con alegría el derrocamiento del tirano, salga ahora a las calles para repudiar a quienes hoy están empeñados en violar la Constitución Nacional para retornar a una dictadura similar a aquella contra la que ellos lucharon.