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Llama particularmente la atención que la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos, que esta vez se realiza en nuestro país, no haya incluido en su agenda el asunto de la inmoralidad en la administración pública de los Gobiernos de países miembros.
El tema-eslogan elegido para esta 44ª Asamblea de la OEA es “desarrollo con inclusión social”, pero como no se tratará ni se debatirá lo referente al principal obstáculo para el desarrollo socioeconómico amplio, inclusivo y equitativo, cual es la corrupción, entonces estamos en posición de vaticinar que la “Declaración de Asunción”, documento que se suscribirá al final de la reunión, no será más que otra copia de las últimas manifestaciones “insulsas” similares que se emitieron en reuniones idénticas, de la misma OEA como de esos otros organismos regionales que, como hongos, se multiplicaron últimamente para dar empleo a políticos ociosos, o para concertar alianzas ideológicas tan improvisadas y coyunturales como inútiles y caras de sostener para el angustiado y expoliado contribuyente latinoamericano, que nada sabe ni quiere saber de tales comedias y circos.
En resumen, se anuncia otra típica función teatral similar a las de los últimos años con la clásica repetición de fórmulas retóricas, de lugares comunes, de obviedades y perogrulladas a las que los políticos que actúan como representantes de los países miembros son tan afectos, mero palabrerío que, después de ser pasado al papel para otorgarle formalidad, es sistemáticamente archivado e ignorado por la mayoría de nuestros Gobiernos.
La absurda propuesta de los organizadores de la OEA es, por consiguiente, debatir sobre “la pobreza” y la falta de desarrollo pero sin ocuparse ni preocuparse de la principal causa de estos males: la corrupción. Lo más probable es que no quieran mentar la cuerda en casa del ahorcado, porque tendrán que estar allí los enviados de los gobernantes de Argentina y Venezuela, por ejemplo, que, según una encuesta amplia realizada en Latinoamérica (Infobae), ocupan los primeros puestos continentales en nivel de inmoralidad administrativa gubernamental.
Según otra fuente (Transparencia Internacional), en el último estudio realizado en el mundo (2012-2013) México y Argentina tuvieron un índice de “limpieza” de 34 –igual que los africanos Gabón y Níger–, en el segundo peor puesto en América Latina, superados solamente por Venezuela, que se llevó el trofeo del principal puesto como el Gobierno más corrupto, con una marca de 20, equiparado con Camboya y Eritrea.
Aunque nada de esto debe consolarnos a los paraguayos, porque es un hecho lastimoso que sigamos ubicados en los peores puestos. Nuestro nivel de inmoralidad gubernamental en el manejo de los intereses públicos no se redujo un ápice; lo que sucede es simplemente que, “por fortuna”, ahora estamos largamente superados por los viciados políticos gobernantes de esos regímenes que, por el hecho de tener en sus manos países mucho más ricos que el nuestro, pueden robar mucho más, durante más tiempo y llamar más la atención mundial. Pero, de todos modos, lo hacen con el guiño pícaro y la sonrisa cómplice de sus correligionarios, consocios y asesores, los que con tanta frecuencia se reúnen en los entretenidos cónclaves y cumbres de sus organizaciones “de integración” regional. Nadie les cuestiona.
Después de considerar lo antecedente, con toda razón es que en la actual Asamblea General de la OEA no se hable de corrupción. ¿Qué hubieran dicho en sus discursos del caso de Venezuela, uno de los países más ricos en recursos naturales, que recibe la mayor renta por el petróleo en la región y que eleva cada día la persistente crisis de productos básicos, haciendo padecer a su población escasez y hambre? Venezuela no solamente no se desarrolla sino que involuciona; vale decir, está cada vez peor.
A la Argentina, otro país signado últimamente por la corrupción y la politiquería populista bajo el Gobierno de los Kirchner, cuyos datos estadísticos económicos oficiales ni siquiera son ya tomados en cuenta por varios organismos internacionales, porque no les resultan confiables por no ver nada detrás del sórdido maquillaje kirchnerista, tampoco ningún ministro de Relaciones Exteriores de los presentes le querrá hacer poner sobre la mesa el caso de su triste realidad.
Se hablará del “desarrollo con inclusión”, por consiguiente, en un marco de hipocresía y superficialidad que no logrará despertar la atención ni la confianza de ninguna persona ni organización del mundo medianamente informada sobre la realidad de los políticos aquí reunidos y los regímenes que representan.
Una de las vías para lograr el desarrollo socioeconómico es el ahorro y cuidado del dinero público y de su gasto. Un buen ejemplo lo daría la OEA, y con ella la región entera, dilatando estas asambleas que tantos recursos queman.
La corrupción es un problema mundial, es cierto, pero esto no nos exime a los americanos del norte, del centro y del sur a consolarnos y a eximirnos de combatirla, tanto dentro de nuestros países como en la región a la que pretendemos integrarnos. Los latinoamericanos sabemos que este es el peor obstáculo para el “desarrollo con inclusión” en nuestros pueblos, de modo que quienes se rehúsan hablar de ella o evaden el tema es porque son cómplices de los corruptos o se benefician con su encubrimiento. No queda otra interpretación posible, porque si es cierto que en realidad les interesan los pobres, lo primero que deben hacer es combatir a quienes los generan: los Gobiernos corruptos.