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Evo Morales, primer presidente indígena de Bolivia, ha lanzado su campaña electoral con miras a las elecciones generales del 12 de octubre próximo. En 2006 ganó la presidencia de su país con un cómodo triunfo electoral de 54 por ciento de los votos. Tras asumir el poder, impulsó la puesta en vigencia de una nueva Constitución Nacional, de corte nacionalista e indigenista. Al amparo de la nueva Carta Magna, acortó su primer mandato llamando a elecciones en 2009. Astutamente, sacando provecho de esos comicios que ya le dieron un 64 por ciento (10 por ciento más) del voto popular, revalidó el cargo para hacerlo constitucionalmente efectivo para el período 2010-2015.
Pese a que la Constitución Nacional establecida por su propio Gobierno solo permite la reelección presidencial para un segundo mandato, el presidente arguye que su actual período de gestión gubernamental, que fenece el próximo 12 de octubre, no es el segundo, sino la continuación del primero, interrumpido por la entrada en vigencia de la nueva Carta Magna. Obviamente, el Primer Mandatario aymara es el favorito, con una aceptación popular del 38 por ciento, frente a su más inmediato seguidor, el empresario Samuel Doria Medina, con el 14 por ciento.
La retórica proselitista de Evo Morales se centrará en lo mismo de siempre, vale decir, en la ley de hidrocarburos impulsada por su gobierno en 2006 que permitió la nacionalización de los yacimientos petrolíferos y gasíferos que hasta entonces estaban en manos de una media docena de empresas extranjeras, a partir de lo cual, con su venta a precios de mercado, el producto interno bruto del país ha venido registrando un crecimiento promedio sostenido de 5 por ciento anual. Esta bonanza económica le ha permitido al gobernante boliviano afianzar su popularidad mediante medidas domésticas de corte social populista, como subsidios y otras ayudas sociales.
Por otra parte, con el apoyo político y económico del extinto dictador venezolano, Hugo Chávez, repotenció las fuerzas armadas de su país, subvirtiendo de paso su histórico rol constitucional para convertirlas en guardia pretoriana ideologizada con el lema de “Socialismo o Muerte”, primariamente leales a su persona antes que a la Patria. Ha emprendido también una sistemática persecución política contra los líderes genuinamente opositores, como el exgobernador del departamento de Tarija Mario Cossío y otros, quienes tuvieron que buscar asilo en países vecinos. Para disfrazar con visos democráticos su autoritario régimen, ha cooptado a líderes opositores improvisados, quienes, al frente de asociaciones políticas títeres, simulan una oposición política complaciente.
En verdad, a nosotros los paraguayos no nos sorprende en absoluto lo que está sucediendo en el Estado Plurinacional de Bolivia, en razón de que hace menos de una generación pasamos por una experiencia política enteramente semejante bajo la larga dictadura de Alfredo Stroessner, quien, a diferencia de Evo Morales, accedió al poder, no por las urnas, sino mediante un golpe de Estado en 1954, y se mantuvo en él durante casi 35 años, oprimiendo al pueblo con dura mano militar. Pero también como ahora Evo, su primer ejercicio (1954/58) no fue computado porque fue considerado un “periodo complementario”, para poder ser electo y reelecto, como ocurrió.
No obstante, cuando ya no era posible su permanencia legal en el cargo, atendiendo “el clamor del pueblo”, en 1967 Stroessner consiguió permanecer en el poder cambiando la Constitución Nacional, que prohibía la reelección por más de un periodo adicional, por otra hecha a su gusto, lo que le permitió continuar indefinidamente su autoritario mandato bajo el disfraz político de una “democracia sin comunismo”, con el eslogan socioeconómico de “paz y progreso”. Así fue como se hizo reelegir sucesivamente en 1968, con supuestamente el 80 por ciento de los votos, y en 1973, con el 90 por ciento, sin candidato opositor alguno. En 1978 y 1983 fue reelecto también con candidatos opositores títeres y, finalmente, en 1987, período que no pudo completar al ser derrocado por su consuegro, el general Andrés Rodríguez, en febrero de 1989.
Prostituyó la institucionalidad de las fuerzas armadas paraguayas obligando a sus cuadros jerárquicos a afiliarse a la Asociación Nacional Republicana (Partido Colorado), su puntal político, conformándose así la tenebrosa trilogía Gobierno-Fuerzas Armadas-Partido Colorado.
Con la azarosa experiencia política vivida bajo la dictadura militar de Alfredo Stroessner, de una cosa estamos seguros los paraguayos y paraguayas: que el presidente Evo Morales va a seguir hasta el final los mismos tortuosos pasos que aquel, bastardeando la Constitución Nacional de su país, redactada a su gusto en 2009, para mantenerse indefinidamente en el poder. De hecho, en más de una oportunidad ha dado a entender que planea permanecer en el Gobierno de su país al menos hasta el 2025, al referirse sibilinamente a planes de Gobierno cuyos plazos se extienden concretamente hasta el 2024.
Evidentemente, Evo ha hecho suyo el libreto del siniestro dictador militar paraguayo, quien desde la extrema derecha del espectro político convencional sojuzgó a nuestro pueblo por más de tres décadas. No se trata de una similitud casual, sino de una exacta coincidencia, con la única diferencia de que, mientras el dictador paraguayo oprimía a su pueblo con la mano derecha, el autoritario gobernante boliviano lo está haciendo con la mano izquierda.
En cualquiera de los casos, el paralelismo entre las gestiones gubernativas de ambos hace que, para desgracia de sus pueblos, valga la metáfora de que Stroessner y Evo comparten un solo corazón.