El senador Blas Llano no es digno de presidir el Congreso

Cada año, los parlamentarios emprenden turbias negociaciones políticas y trafican como mercaderías las dos Mesas Directivas que se instalarán el 1 de julio, en que se inicia el periodo de sesiones ordinarias del Poder Legislativo. Tienen especial importancia las referidas a la presidencia del Senado, pues quien la ejerce encabeza un Poder del Estado, el Congreso, y se halla en la línea de sucesión tras el vicepresidente de la República en caso de acefalía del Poder Ejecutivo. Gracias a las componendas entre los diversos sectores políticos, hoy preside el Senado –y el Congreso– Silvio Ovelar (ANR), suspendido en su momento por cometer delito electoral, quien probablemente será reemplazado por Blas Llano (PLRA), un cuestionado participante habitual de cuanta transa tenga lugar en el Congreso, apoyando invariablemente a los dueños del poder de turno, por lo que siempre cae bien parado luego de cualquier episodio. En consecuencia, en caso de una acefalía como la que ocurrió en 1999, Blas Llano puede convertirse en presidente de la República del Paraguay. Los legisladores ya no deben seguir traficando con cargos y dignidades que pertenecen al pueblo paraguayo.

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Cada año, los parlamentarios emprenden turbias negociaciones políticas y trafican como mercaderías las dos Mesas Directivas que se instalarán el 1 de julio, en que se inicia el periodo de sesiones ordinarias del Poder Legislativo. Tienen especial importancia las referidas a la presidencia del Senado, pues quien la ejerce encabeza un Poder del Estado, el Congreso, y se halla en la línea de sucesión tras el vicepresidente de la República en caso de acefalía del Poder Ejecutivo.

Allí está el pintoresco exsenador Luis González Macchi, quien llegó a ocupar el Palacio de López porque un azar del destino lo había puesto al frente de la Cámara Alta. Las componendas no son ajenas a los vicios morales e intelectuales de los candidatos propuestos y su vigencia puede extenderse hasta el siguiente periodo, según se desprende del lamentable hecho de que el Senado sea hoy presidido por Silvio Ovelar (ANR), suspendido por cometer un delito electoral, y mañana, probablemente, por Blas Llano (PLRA), un cuestionado participante habitual en cuanta transa tenga lugar en el Congreso, apoyando invariablemente a los dueños del poder de turno, por lo que siempre cae bien parado luego de cualquier episodio. El acuerdo logrado en 2018 se mantendría vigente, porque lo que se pacta debe cumplirse, según la célebre sentencia del repudiado exsenador Dionisio Amarilla, que los colorados “añetete”, liderados por el presidente Mario Abdo Benítez, parecen compartir.

En síntesis, quien siendo senador “alquiló” cédulas de identidad en vísperas de los comicios generales de 2013, sería sucedido por el senador que en 2017 participó en una sesión clandestina de la Cámara Alta, bajo una presidencia ilícita, para impulsar una enmienda inconstitucional, frustrada al precio de la muerte de un joven durante un asalto policial a la sede del PLRA. Es evidente así que, a la hora de elegir, para los senadores y diputados no importan las conductas personales ni las convicciones políticas, sino la conveniencia de manejar el Presupuesto y el orden del día del Senado, retribuyendo el apoyo conseguido con el voto oportuno a favor o en contra de algún proyecto presentado. Además, paraguayos y paraguayas, si se produce una acefalía como en 1999, Blas Llano puede también convertirse en presidente de la República del Paraguay.

La jefatura del “honorable” órgano colegiado se convierte en una moneda de cambio, objeto de transacciones de baja estofa, a costa del interés general de que sea ejercida por una persona honesta y meritoria. Para ciertos legisladores, la alta dignidad de presidir nada menos que el Congreso no hay que ganarla con los mejores atributos personales, sino que es poco menos que un objeto que se puede envolver, ponerle un moño y entregárselo como regalo a algún amigo o correligionario, aunque este carezca de merecimientos. Es lo que ocurrió con Silvio Ovelar, quien llegó al colmo de ofrecer la presidencia, graciosamente, a su colega y correligionario Juan Carlos Galaverna, en homenaje a sus treinta años de labor legislativa, como si él fuera el dueño del alto cargo. Increíblemente, ahora el sector partidario “añetete”, que se había opuesto a la ensangrentada aventura reeleccionista, estaría dispuesto a dar el gusto a uno de los principales promotores de aquel alzamiento contra la Constitución.

Para el senador Llano, lo más sencillo es acomodarse, como lo ha venido demostrando a lo largo de los años. Si ayer estuvo con Horacio Cartes, hoy estará sin problemas con Mario Abdo Benítez y mañana con cualquiera, siempre y cuando obtenga alguna contraprestación. El país y su partido le importan un bledo. Los paraguayos no pueden privarlo de su investidura, pero el Tribunal de Conducta del PLRA sí puede expulsarlo de sus filas, tal como lo pidió en 2016 el fiscal partidario Pedro Candia, por “deshonrar al partido” y desobedecer el mandato de no apoyar la reelección presidencial. Cinco años antes, la entonces diputada Blanca Mignarro ya había solicitado lo mismo “por traición y deslealtad”.

Valgan estos antecedentes para subrayar que el legislador de marras, repudiado inclusive por sectores de su propio partido, carece del prestigio que debería tener un presidente del Senado. Está muy lejos de ser un “gran señor” (karai guasu) y muy cerca de ser un oportunista de la peor especie.

Sería deplorable que, una vez más, la obsecuencia y las transadas, utilizando importantes instituciones de la República, valgan más que la meritocracia y que los mismos senadores que, por abrumadora mayoría, se libraron del “líder emergente” Amarilla, apoyen a quien lo defendió a capa y espada.

Es de pensar que hay senadores más dignos que el senador Llano, quien escribió lo siguiente en su cuenta de Twitter: “La probable pérdida de investidura del senador nacional Dionisio Amarilla sería una violación constitucional e ilegal (sic), no existe en ningún caso tráfico de influencia en el tema que le incumbe, de lo contrario sería una joda el Estado de Derecho en la República del Paraguay”. Y bien, quienes habrían convertido el Estado de Derecho en una “joda” ¿aceptarán ser presididos por quien los ha acusado de tamaña infamia? Lo que sería una “joda” es que ahora recibiera de sus colegas un magnífico premio.

En los últimos tiempos, el Senado ha tomado saludables medidas para sanearse a sí mismo, de modo que resultaría contradictorio que, de pronto, tenga al frente a quien acaba de oponerse a una de ellas. Un mínimo de coherencia exige desestimar claramente esta candidatura. Los partidarios del actual Gobierno deben resistir a la tentación de entronizarlo a cambio de su apoyo a futuras iniciativas del Poder Ejecutivo.

Es preciso seguir contrarrestando la degradación del Congreso, por lo que se impone que senadores dignos, que los ha de haber, se opongan a seguir traficando con cargos y dignidades que pertenecen al pueblo paraguayo.

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