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La estafa de las plantas desalinizadoras que fueron construidas y montadas en el departamento de Boquerón por el gobierno de Fernando Lugo, bajo la administración de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN), entonces a cargo del político luguista Camilo Soares, “niño mimado” del exmandatario, reviste en este momento una importancia que va bastante más allá de lo puramente jurídico o legal. En efecto, constituye un hecho político de relevancia para enseñar a las nuevas generaciones de electores.
En su momento fue un proyecto promocionado bajo el rótulo de “obra de profundo contenido social” y “popular”, un proyecto “inclusivo” y otros calificativos mentirosos, es decir, fue rellenado con los oropeles de la propaganda ideológica luguista, como todo lo que se hizo o se comenzó a hacer bajo este régimen bolivariano marxista local.
Estas plantas desalinizadoras, incompletas, vacías e inútiles, vienen a ser, por consiguiente, monumentos materiales, visibles y palpables, erigidos ante la vista de quien quiera ver, de la mentira y la doble moralidad que presidieron casi todas las iniciativas asumidas por el gobierno anterior.
Según los voceros de ese gobierno, iba a solucionar el problema de la falta de agua que constantemente padecían los “hermanos indígenas” y otros pobladores de esa árida región, y nuestras fundadas críticas de las evidentes deficiencias del proyecto ocasionaron el mote que los corifeos de Camilo Soares le endilgaron a nuestro diario, “ABC ijapú”.
Ahora el ministro de Salud Pública, Dr. Antonio Arbo, indica que las plantas desalinizadoras construidas no son funcionales, no dan una sola gota de agua. Por su parte, el actual titular de la SEN, Rafael Valdez, consideró que una de las plantas solo servirá para depósito, mientras la otra “podría” funcionar con algunas readecuaciones. Estas son las mismas obras que Lugo inauguró con toda pompa y propaganda en octubre de 2010.
Se tiene así que, simplemente, los mesiánicos representantes de la izquierda nativa siguieron al pie de la letra el manual de corrupción redactado y aprendido bajo la dictadura de Stroessner, cuya lección principal establecía el principio de que, para robar impunemente recursos del erario, es imprescindible comenzar por realizar obras públicas. Lo que se hizo con las desalinizadoras fue lo mismo que hacía el ministro de Salud Pública de Stroessner, por ejemplo, con los centros de salud que iba “clonando” por todo el país, o con escuelas, todos a precios sobrefacturados.
El episodio de las desalinizadoras tiene que ser una lección útil para demostrar, una vez más, principalmente a los jóvenes cuya memoria histórica es aún breve, que los grupos políticos y candidatos electorales que se presentan como mesiánicos moralizadores y dinámicos agentes del cambio y el desarrollo social son todos iguales, cortados por la misma tijera. Llegan al poder y, desde ese mismo día, comienzan a generar corrupción, con dos objetivos principales y coadyuvantes entre sí: robar mucho y rápido para enriquecerse personalmente y asegurar recursos económicos para sí mismo y su grupo.
El luguismo, ahora mismo dividido en muchas fracciones y en dos candidaturas, demuestra disponer de suficientes fondos como para solventar por sí mismo las campañas electorales en las que tiene que competir con los partidos tradicionales, organizaciones con poder financiero lógicamente mucho mayor. ¿De dónde obtuvieron sus fondos estos exponentes de la izquierda bolivariana pretensiosamente autodenominados “progresistas”? No se creerá, salvo ingenuidad incurable, que los candidatos del luguismo para el 2013 están haciendo rifas, ferias, asados y colectas varias para sufragar sus gastos proselitistas.
Las plantas desalinizadoras que no funcionan pueden ser una de las explicaciones de la potencia financiera de las candidaturas luguistas, como bien podrían serlo los otros casos de irregularidades administrativas que van saliendo, lentamente, uno tras otro, a la luz pública.
Siempre causa sospecha de complicidad que los fraudes ostensibles, como por ejemplo el de las mencionadas obras chaqueñas, les pasen desapercibidos a los vigilantes de la Contraloría General de la Nación, en esa época...
Muchas son las lecciones que la opinión pública va recogiendo de los hechos desdorosos de la gestión de Fernando Lugo y los miembros de su equipo administrativo. Los pinta de cuerpo entero y los sitúa en el lugar donde deben estar en el espectro político nacional. Los electores tienen estas lecciones a mano y no les faltan muchos otros elementos de juicio para juzgar los proyectos y las personas en quienes en algún momento se confió y que defraudaron.
Lo primero que la ciudadanía tiene que aprender es que hay que votar a los programas políticos, pero también escogiendo la impecable calidad moral de las personas que van a ejecutarlos. Y recordar la reciente triste experiencia sufrida por este pueblo con Fernando Lugo, exobispo de la Iglesia Católica que ganó las elecciones explotando el anhelo general de cambio, el hartazgo de la corrupción y la esperanza, pero defraudando luego, tanto él como sus principales colaboradores, en todo y a todos. Quien no aprende de sus errores está condenado a repetirlos.