Los ninguneos del ministro Petta causan tremendo daño a la educación

“Con el cuestionado Petta, el año escolar no augura nada bueno”. Bajo este acápite, el 21 de febrero de este año, el día que comenzaban las clases publicamos en esta misma sección un editorial. Nadie imaginaba entonces la vuelta de tuerca que el destino tenía preparada para más de un millón y medio de alumnos, sus padres y miles de educadores. Desde luego, la pandemia causada por el coronavirus no es culpa del ministro de Educación, Eduardo Petta. Pero su responsabilidad en el despropósito en que se ha convertido la educación es ineludible. Y también la del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, que se niega tozudamente a atender los reclamos de toda una comunidad educativa desesperada por perder el año lectivo sin que a nadie parezca importarle. La petulancia, la falta de humildad, la sorna de Petta son la peor respuesta a los legítimos reclamos de los colectivos de alumnos, de padres, de maestros que no ven la luz al final del túnel. Paraguay no necesita y no merece esta clase de personajes sin visión, sin empatía, indignos del cargo que ocupan. El precio de esta desgracia lo pagarán los alumnos que este año no aprendieron nada y sufrieron el desprecio de quienes debían cuidarlos.

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“Con el cuestionado Petta, el año escolar no augura nada bueno”. Bajo este acápite, el 21 de febrero de este año –el día que comenzaban las clases– publicamos en esta misma sección un editorial. Nadie imaginaba entonces la vuelta de tuerca que el destino tenía preparada para más de un millón y medio de alumnos, sus padres y miles de educadores. Apenas dos semanas después las clases presenciales fueron suspendidas sin fecha de reanudación en el horizonte y comenzó un experimento que, posteriormente y en la mayoría de las instituciones educativas, probó ser fallido.

Desde luego, la pandemia causada por el coronavirus no es culpa del ministro de Educación, Eduardo Petta. Tampoco se lo puede responsabilizar por no tener un plan B, ya que las cosas se precipitaron abruptamente y en todos los ámbitos debieron sacar de la galera nuevas maneras de responder a la coyuntura y de mantener sus servicios bajo la realidad de distanciamiento social y físico que impone el modo covid de vivir.

A partir de ahí, la responsabilidad de Petta en el despropósito en que se ha convertido la educación es ineludible. También lo es la del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, que se niega tozudamente a atender los reclamos de toda una comunidad educativa desesperada por perder el año lectivo sin que a nadie parezca importarle.

La petulancia, la falta de humildad, la soberbia y la sorna de Petta son la peor respuesta a los legítimos reclamos de los colectivos de alumnos, de padres y de maestros que no ven la luz al final del túnel. Para él, cualquier mínima crítica es un ataque personal a su gestión. Su necedad, su fundamentalismo religioso, su desprecio por la ciencia, su estado de negación permanente y sus ninguneos no hacen sino crispar el ambiente y echar sal a la herida abierta.

El ministro de Educación tiene un modo de ser y de actuar que se ubica en las antípodas de lo que se necesita en un momento de crisis como el actual. La clase de líder que merece la educación paraguaya –todo el tiempo, pero más que nunca ahora– es una persona conciliadora, dialogante, dispuesta a la escucha, sensible, empática, conocedora de la materia que lo ocupa, flexible, abierta.

En contrapartida, el gobierno de Mario Abdo pone al frente de una de sus responsabilidades más importantes a una persona obtusa, que tiene a flor de boca el agravio que no discrimina. Apela al insulto personal y también a las amenazas, no importa si el destinatario es un maestro que lo cuestiona, alumnos menores de edad que lo critican o periodistas que revelan sus desatinos.

Los alumnos, y quien tenga un alumno en su casa, saben en carne propia que este año ha sido el más nefasto de todos porque el proceso educativo no está ocurriendo en el sistema educativo público. No se puede llamar aprendizaje a mensajes de WhatsApp con indicaciones para hacer tareas sobre cuestiones acerca de las que nunca se profundizó. Este “invento”, por llamarlo de alguna manera, preocupa y estresa a alumnos, padres y docentes que terminan convirtiéndose en víctimas de una realidad en la que aterrizaron sin que hubiera la más mínima capacitación ni herramientas para hacerlo. Y he aquí que, en esta encrucijada de la crítica situación que está viviendo el país, hubiera sido clave la intervención de una figura conciliadora que convoque, explique y apoye. Que gestione los recursos necesarios con creatividad pero que además sea capaz de rectificar rumbos para ir corrigiendo errores.

En cambio, ¿qué hace Petta? Afirmar que no hay evidencia de estrés en alumnos y maestros. Es decir, de buenas a primeras, niega una realidad que azota a todo el planeta pero que, según él, no pasa en Paraguay: el sentimiento de agobio de cientos de miles de niñas, niños y adolescentes, en una edad en la que la energía fluye a borbotones, pero que viven confinados desde marzo, sin ver a sus amigos más que en una pantalla, una situación que por sí sola es lo suficientemente angustiosa.

El ministro de Educación no solo ofende a la comunidad educativa y a la ciudadanía en general. La semana pasada demostró que tampoco respeta a su jefe, el Presidente de la República, a quien desautorizó públicamente en una audiencia ante la Comisión Bicameral de Presupuesto del Congreso. La directiva expresa era que todas las instituciones se ajustaran al plan de gasto establecido en el Proyecto de Presupuesto General de la Nación para el 2021 y no pidieran ningún incremento al Parlamento.

Bajo el argumento de que “el que avisa no traiciona”, Petta pidió que se le reponga el recorte presupuestario realizado por Hacienda y que se pague el 16% de aumento salarial a los docentes desde julio, ya que el proyecto lo prevé en el último trimestre del año, siempre que se incremente la recaudación. Es decir, hizo precisamente lo que se le indicó que no hiciera, lo cual creó roncha y malestar en el Gobierno.

Paraguay no necesita y no merece esta clase de personajes sin visión, sin empatía, indignos del cargo que ocupan. El precio de esta desgracia lo pagarán los alumnos que este año no aprendieron nada y sufrieron el desprecio de quienes debían cuidarlos. Y por ende, lo pagará también la sociedad en todos sus ámbitos, no solo ahora sino en los años por venir.

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