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De acuerdo a un reporte laboratorial de rutina al que accedimos, realizado por el laboratorio de la estatal el 11 de abril último, ingresó a Petropar una partida de gasoíl con niveles de azufre de hasta 6.700 ppm, cuya admisión resulta inconcebible por las graves implicancias que ocasiona la mala calidad del combustible, no solamente a la salud de la población, sino al medioambiente y a los vehículos de la ciudadanía. Si esta carga fue admitida, a pesar de encontrarse fuera de las especificaciones técnicas para su ingreso al país, fue con la venia de la máxima autoridad de la empresa, ya que existe una flagrante violación de la Res. Nº 900 del 13 de octubre de 2011 (ver facsímil de la derecha), que es contundente con los límites máximos permitidos en materia de azufre, que es de hasta 2.500 ppm. Evidentemente, alguna razón fuerte habrá movido a Sergio Escobar, presidente de Petropar, no solo para admitir, sino autorizar posteriormente la comercialización de combustible altamente nocivo para la salud humana.
Cancerígeno
La Organización Mundial de la Salud (OMS) clasifica las emisiones producidas por el motor diésel como cancerígenas, porque se ha demostrado que sus efectos negativos dañan tremendamente la salud humana. También sus efectos negativos se extienden al medioambiente, y hasta a los equipamientos de los vehículos automotores. Otro problema generado en la salud de los humanos se relaciona a las afecciones respiratorias al aspirar emisiones de los gases ácidos, altamente contaminantes, generados por el mayor contenido de los niveles de azufre del gasoíl . Prácticamente, en la gran mayoría de los países a nivel mundial, el nivel de azufre en el gasoíl asciende a un máximo de 500 ppm, mientras que a nivel local la norma habla de 2.500 ppm.
Con relación a los motores de los vehículos, los mismos se ven igualmente afectados con los mayores niveles de azufre, ya que se vuelven más corrosivos porque al contar con más nivel de azufre son también más ácidos, y por lo tanto produce mayor corrosión.
Las emisiones ácidas que produce la famosa “lluvia ácida”, con gases de escape ácidos, provocan también corrosión a las chaperías de los vehículos, atacan a las plantas, entre otras graves consecuencias para el ambiente en el que vivimos.