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La tarde caía en los Andes ecuatorianos y el Atahualpa de Quito parecía arder. Una jornada típica en la capital ecuatoriana, ubicada a unos 2.700 metros de altura sobre el nivel del mar: el sol aparecía por momentos, para luego desaparecer y dejar lugar a nubes cargadas, amenazantes con dejar caer alguna lluvia en cualquier momento.
Los 38.500 lugares del estadio olímpico estaban copados por fanáticos que esperaban ver a su selección, la que marchaba invicta, con puntaje perfecto y lideraba las Eliminatorias Sudamericanas en el camino al Mundial de Rusia 2018.
Hasta ahí llegó Paraguay poco antes del mediodía local, en pos de un resultado positivo que permitiera a la Albirroja seguir sumando puntos y volver a soñar con una cita ecuménica, luego de la dolorosa ausencia en Brasil 2014.
El cuadro guaraní no solo debía jugar contra otra selección, sino que debía hacer frente al peso de la altura, a la hinchada local y a la historia: nunca antes había conseguido una victoria en condición de visitante en el terreno siempre dificultoso de Quito.
Para este, el primer combo de Eliminatorias de 2016, Ramón Díaz había dado a conocer una lista en la que las novedades fueron varias. Pero, esa es una cuestión por demás analizada en ocasiones anteriores.
A pesar de la condición de visitante, Díaz paró un equipo con corte muy ofensivo. Sí, puso sobre el campo un tradicional 4-4-2, pero con dos mediocampistas por afuera con profesión profundamente ofensiva como Derlis González y Édgar “Pájaro” Benítez, acompañados por un doble seis conformado por el combativo Richard Ortiz y el cerebro de Néstor Ortigoza. Arriba, Darío Lezcano y Jorge “Conejo” Benítez arrebataban la titularidad en una zona en la que habitualmente otros figuraban.
Ecuador dio el primer susto antes incluso de que el cronómetro completara la primera vuelta, con un remate desde afuera que fue bien dominado por Justo Villar. Esa sería la fórmula repetida con insistencia por los locales: los tiros desde lejos.
La Albirroja se mostró bien parada en los minutos iniciales, a pesar de los embates locales. El Tri tocaba y buscaba, pero los nuestros cerraban bien el paso a su juego y con pases precisos para corridas de Conejo y Lezcano, generaba inconvenientes.
Así se dieron dos llegadas que antes de los primeros 15 minutos dieron la sensación de que Paraguay podría gritar primero.
Hasta que llegó el fatídico minuto 19. Cristian Noboa sacó un potente remate que se estrelló contra el palo. La defensa albirroja quedó parada, mirando, mientras Enner Valencia se avivaba, tomaba el rebote y abría el marcador. El griterío infernal se elevaba en el Atahualpa. Los paraguayos reclamaban una posición adelantada, que en realidad no existió.
Las cosas comenzaron a hacerse cuesta arriba para la Albirroja desde ese momento. El golpe fue tan duro que desordenó el esquema que parecía bien armado en el once guaraní y las oportunidades para los locales llegaban una tras otra y tras otra.
Algún palo, otra pierna bien ubicada o tal vez una mala definición, evitaban que el marcador se ampliara.
Recordando las raíces de nuestro balompié, la vieja táctica de centro-cabeza casi permitió que Paulo Da Silva, el histórico, anotara el empate tras un buen centro de Derlis González. Pero, el grito tuvo que guardarse.
Era un aviso. El que lucha, no está muerto.
Y llegó el minuto 37. Néstor Ortigoza, ese hombre al que muchos despreciaban por sus condiciones físicas pero de enorme talento con el balón en los pies, metió un pase precioso para una corrida del Pájaro Benítez, que vio a Darío Lezcano corriendo por el medio y envió un centro rasante que la defensa ecuatoriana no pudo despejar. El 19 albirrojo, el mismo que ya se había hecho sentir con muy buenas actuaciones en sus primeros juegos con la casaca guaraní, ponía el empate.
La primera mitad llegaría a su final con el 1-1 impuesto en el marcador.
En la complementaria, el orden táctico volvería a las filas de Paraguay, mientras que el ímpetu se mezclaba con el nerviosismo entre los de Ecuador, que haciendo pesar su localía reclamaban todo al árbitro, el uruguayo Daniel Fedorczuk, que varias veces cedió a los reclamos en jugadas discutibles.
En el minuto 58, la defensa albirroja sacaría con un largo remate una intentona local. El balón cayó ya cerca del área del arquero ecuatoriano y allí estaba Darío Lezcano, el aguerrido, el peleador, el que nunca se entregaba, que disputó el esférico con dos rivales, se impuso y terminó sacando un remate cruzado para anotar el 2-1 paraguayo.
Y el silencio caía sobre Quito.
La Albirroja tuvo que retrasar sus líneas porque los ecuatorianos comenzaron a buscar, de cualquier manera, llegar al gol. Y nuestra selección ponía a prueba el corazón de más de un hincha, porque el balón se estrellaba contra alguno de los palos, pasaba cerca o era desviado por Villar.
La respiración se cortaba, el nerviosismo se acrecentaba y todos los santos recibían oraciones a la espera de que terminara el encuentro.
El juez agregó cinco minutos adicionales y en el segundo de ellos, Mena, quien partió desde una posición cuanto menos dudosa, se encargaría de conseguir el empate de Ecuador, el 2-2 que parecía demasiado premio para los locales.
Paraguay estuvo a minutos de conseguir una histórica victoria, con la que hubiera cortado el invicto de Ecuador, hubiera roto la historia y se hubiera ubicado, al menos transitoriamente, en el segundo lugar de la tabla de posiciones.
Pero no, no hay que lamentarse. El punto conseguido en Quito puede tener un peso gigantesco si se confirma el buen trabajo paraguayo el próximo martes, en Asunción, ante Brasil, ese pentacampeón del mundo al que en los últimos años nos hemos acostumbrado a darle tantos tragos amargos.
Por ahora, la historia seguirá igual, pero el punto conseguido en Quito deja buen sabor, sobre todo por la labor de nuestros hombres. Rusia, allá queremos ir.