Seducido por la explosividad de este delantero que se come los metros, Pep Guardiola ganó la mano al resto de gigantes europeos que pretendían al último milagro del fútbol brasileño.
Mientras Gabriel se preparaba para los Juegos de Río, el Manchester City anunció su fichaje por 32,2 millones de euros, aunque le dejaría terminar el año con el Palmeiras. Acostumbrado a vivir deprisa, este joven humilde no perdió el tiempo. Ganó el inédito oro olímpico con Brasil, debutó en la Seleçao absoluta marcando dos goles y conquistó la primera liga para su club en 22 años.
Con el premio de mejor jugador de la liga nacional, cierra el año como coartillero de la ’canarinha’ con cinco tantos, uno más que Neymar. Una eclosión que no sorprendió a los voluntarios del club Pequeninos do Meio Ambiente de Sao Paulo, por donde hace once años apareció un niño con las zapatillas colgando y una obsesión redonda.
“Ya en el primer entrenamiento vimos que era diferente, superaba a los demás. No solo tenía más condiciones, sino que nunca faltó, era el primero en realizar los ejercicios... Siempre tuvo la determinación de ser profesional”, recuerda José Francisco Mamede, uno de sus técnicos entonces, desde su pequeña oficina de despachante en la que guarda todos los recuerdos del pequeño Gabriel.
En el mismo campo de tierra de la prisión militar Romao Gomes, donde sigue entrenando este equipo que trabaja por llevar a los niños de la calle a la cancha, Gabriel Jesús se ganó el apodo de ’tetinha’. Todos los rivales le parecían una ’teta’ fáciles, en portugués a este chico que encontraba en la cancha la comodidad que la áspera vida de la periferia le negaba fuera.
Siguiendo al balón, Gabriel se fue a los 14 años a un club que disputaba los rudos torneos de aficionados. En aquellos partidos a cara de perro con rivales mayores que él aprendió a ser polivalente y a fortalecerse en un campo del que cada día le resultaba más difícil salir. “A veces jugaba hasta tres o cuatro partidos. Demasiado. Había momentos en los que me daban incluso calambres”, recordó después.
Fue allí donde su vida cambió para siempre, cuando los ojeadores del Palmeiras reconocieron en aquel adolescente al ídolo que llevaban décadas esperando. Pero antes de que llegaran los premios, los autógrafos y los millones, la vida de Gabriel Fernando de Jesús quedaba a un abismo de Manchester. Su madre, Dona Vera, le crió sola junto a sus tres hermanos en la empobrecida comunidad de Jardim Peri, al norte de Sao Paulo.
No había lujos en la familia de esta mujer de carácter fuerte que se pluriempleaba para cuadrar las cuentas y a la que el delantero llama con cariño su “peor zaguero” por su férreo marcaje. Aunque vive orgullosa el éxito de su hijo, Dona Vera pedía perdón a Dios cuando la apasionada hinchada del Palmeiras coreaba el famoso “Gloria, gloria, aleluya... Es Gabriel Jesús”, por si las santidades se ofendían.
“Gabriel tiene una estrella muy grande, salió de un barrio muy pobre y por eso no tiene miedo. Va a adaptarse a la comida, al frío de Mamchester y a todo. En tres años será Balón de Oro porque Messi ya estará medio viejito...”, asegura Mamede, quien a sus 58 años aún conserva el “Escarabajo” blanco con el que llevaba hasta a once niños a los partidos.
A pesar de que su vida parece ahora un cuento, Gabriel Jesús carga mucho peso sobre las espaldas. Huérfano de ídolos, el Palmeiras le mimó desde la adolescencia mientras Brasil celebraba que hubiera vida más allá de Neymar y Guardiola ponía al mundo sobre su pista.
Demasiadas emociones para un chico de 19 años, que estalló en lágrimas tras marcar su tanto contra el Atlético Mineiro en noviembre. Pese a que dos días antes había sido el gran protagonista de la Seleçao en Perú, donde anotó un tanto y dio la asistencia del segundo, la hinchada del Palmeiras veía preocupada que su salvador llevara ocho partidos sin anotar.
En el Manchester City, le espera ahora la atenta prensa inglesa, que ya preguntó al exigente Guardiola si le dejará seguir bebiendo Coca-Cola. Para protegerse, Gabriel se lleva a su barrio tatuado en el brazo, dos amigos de Jardim Peri y mucho fútbol en la cabeza. Y, por supuesto, a Dona Vera.