Carne de perro: tradición y polémica en Corea del Sur

SEÚL. De sabor intenso, aroma penetrante y textura correosa, la carne de perro es un manjar para muchos surcoreanos, que, especialmente en verano, disfrutan de platos elaborados con este animal a pesar del rechazo de una creciente minoría.

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El consumo de carne de perro o “Kaegogi” en Corea del Sur es una tradición que data de varios miles de años y se practica de forma ocasional al ser un plato relativamente caro (de 10 a 15 euros por comensal) y solo disponible en restaurantes especializados.

“Es delicioso y no se puede comparar con el cerdo o la ternera”, afirma Park Bit-garam, estudiante de ingeniería de 23 años, mientras saborea un caldero de sopa de perro en un humilde restaurante entre la maraña de calles del mercado de Moran, al sur de Seúl, famoso por la crianza de canes para consumo humano.

Los comercios del mercado de Moran exhiben jaulas atestadas de perros sin raza específica o “Ddongke”, cuyo destino es ser sacrificados, depilados y hervidos para convertirse en carne por piezas a demanda del cliente -particular o restaurante-.

Sin apenas desviar la mirada del plato, Park relata, entre lejanos ladridos como sonido de fondo, que fue su padre quien, cuando él era pequeño, le llevó por primera vez a comer “Boshintang”, la más popular “sopa vigorizante” de carne de perro con diversos vegetales, sal y especias.

Padre e hijo disfrutan dos o tres veces al año de esta experiencia gastronómica en la que estrechan su complicidad al margen de las mujeres de la casa, madre y hermana, que forman parte de la inmensa mayoría de la población femenina del país que considera repugnante comer perro.

Este no es el caso de la cocinera del restaurante, Park Myeong-hwa, de 62 años, que asegura que “comer carne de perro es bueno para todo el cuerpo, especialmente para la piel” y recuerda que muchos médicos coreanos la recomiendan a sus pacientes cuando se encuentran débiles.

En Corea, el perro se considera tradicionalmente una importante fuente de energía y también de virilidad masculina, algo que Moon Hyun-Kyeong, presidenta de la Asociación Coreana de Nutrición, atribuye a su alta aportación de proteínas en una dieta caracterizada, especialmente en el pasado, por la escasez de carne. La carne de perro, que presenta unos valores proteínicos similares a la vaca, el cerdo o el pollo según la doctora Moon, también “contiene una elevada cantidad de ácidos grasos insaturados” que ayudan a prevenir el colesterol y enfermedades coronarias.

Si bien nadie pone en entredicho los valores nutricionales del “Kaegogi”, el debate ético ha cobrado fuerza a medida que Corea del Sur se ha transformado en un país desarrollado en el que millones de personas conviven con perros como animales de compañía.

“Los perros forman parte de la vida de las personas, son inteligentes, perciben lo que sucede a su alrededor y expresan sus sentimientos”, expone Seo Bora-mi, portavoz de KARA, una organización surcoreana que lleva a cabo intensas campañas contra el consumo de carne de perro en el país. Seo denuncia una oscura realidad en la que los perros “viven aglomerados en jaulas pequeñas sin unas condiciones higiénicas mínimas” y, para sacrificarlos, en algunos casos se usan técnicas crueles como golpes en la cabeza o ahorcamientos.

Además, asegura que perros de todas las razas, “desde caniches a malteses”, se comercializan como carne en diversos puntos del país.

Mientras KARA y otros grupos defienden la prohibición total de la venta y consumo de “Kaegogi”, el pensamiento generalizado en Corea del Sur es que el perro no merece un trato diferente al de otros animales y quienes tratan de cortar de raíz la tradición de consumirlo se basan en criterios subjetivos. Por su parte, las leyes locales no ayudan a poner freno ni tampoco a regularizar estas actividades, que se realizan a la vista de todos pero al borde de la clandestinidad.

Aunque la legislación prohíbe técnicamente la venta y el consumo de carne de perro al no considerar a los cánidos como ganado, no establece penalizaciones al respecto, lo que obliga a criadores y hosteleros a trabajar en un vacío legal donde escasean las inspecciones y los controles de sanidad.

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