Si la estatua de Alexander Hamilton hablara

Hamilton Hall, uno de los edificios que componen el campus urbano de la universidad de Columbia, en Nueva York, fue construido entre 1905-1907 y lleva el nombre de uno de los impulsores de la Constitución de Estados Unidos, Alexander Hamilton.

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El que fuera el primer secretario del Tesoro del país tal vez no se habría sorprendido al ver que ese recinto ha sido, y sigue siéndolo, escenario de encendidas protestas estudiantiles. En su día Hamilton, que murió tras batirse a duelo con un rival político, vivió tiempos muy tumultuosos en la lucha contra la dominación británica.

Hace años estudié en Barnard College, la facultad de mujeres de la Universidad de Columbia. En aquella época, principios de los años ochenta, la atmósfera en la universidad era relativamente tranquila. Atrás quedaban las protestas que en abril de 1968 convirtieron a Columbia en el epicentro de las revueltas estudiantiles contra la intervención de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Y fue en Hamilton Hall donde se libró el enfrentamiento más virulento entre activistas y la policía, cuando esta irrumpió para desalojar a los jóvenes insurrectos.

Aquella batalla campal acabó con más de 700 arrestos, pero las demandas de los activistas, centradas en el fin de la segregación racial en la comunidad y que Columbia se desligara de un think tank vinculado al Departamento de Defensa, obtuvo resultados. La directiva de la institución rompió dichos lazos y paralizó la construcción de un gimnasio en el vecindario al que no iban a tener acceso los residentes de Harlem, mayoritariamente afroamericanos.

Tres años después de que me graduara de Barnard, Hamilton Hall volvió a ser noticia cuando los estudiantes lo ocuparon para protestar en contra de la política de apartheid del gobierno de Sudáfrica. De nuevo aquellas manifestaciones dieron frutos: la junta directiva de Columbia acabó por votar a favor de que la universidad vendiera las acciones que tenía en empresas que favorecían al régimen racista de los afrikáners. Sin duda, el histórico edificio se había erigido como símbolo de reivindicaciones políticas y sociales en una institución que siempre ha presumido de ser un espacio que fomenta el intercambio de ideas.

Columbia, en específico Hamilton Hall, ha acaparado titulares nuevamente. El pasado 17 de abril estallaron protestas en el campus, incluso con el asentamiento de tiendas de campaña, en contra de la intervención militar del gobierno de Benjamín Netanyahu en Gaza a raíz de los ataques terroristas que perpetró Hamás en territorio israelí el 7 de octubre de 2023. Los atacantes de Hamás mataron a mil doscientas personas y secuestraron a más de 250, muchas de las cuales han sido asesinadas o permanecen en paradero desconocido. Como represalia, las fuerzas israelíes entraron a los territorios ocupados y, según datos del Ministerio de Sanidad de Gaza, han muerto más de treinta mil palestinos. Emulando a activistas del pasado, los estudiantes pro Palestina le piden a Columbia que retire sus inversiones de compañías que negocian con el gobierno de Netanyahu. Hasta ahora, la directiva de la universidad no ha accedido a evaluar esta petición.

Hace unos días una parte de los activistas sublevados en el campus tomó Hamilton Hall y el rectorado finalmente pidió la ayuda de la policía de Nueva York para desalojarlos. El operativo se realizó sin percances trágicos y los jóvenes involucrados ahora se enfrentan a cargos por vandalismo en una propiedad privada. De algún modo, en el campus de Columbia se ha escenificado la polarización que causa el conflicto palestino-israelí: hay estudiantes judíos que han denunciado sentirse “inseguros” ante los estudiantes que se pronuncian en contra de la intervención israelí.

Para muchos de ellos, se trata de un movimiento “antisemita” disfrazado de pacifismo. Sin embargo, en los campamentos improvisados, donde también había estudiantes judíos solidarizados con los civiles gazatíes, la mayoría sostenía que estar en contra de la ofensiva militar israelí no conlleva necesariamente un sentimiento “antisemita”.

No es menos cierto que en la acampada se llegó a corear “del río hasta el mar”, en alusión a la desaparición del estado de Israel. Entretanto, en la otra costa del país, en el campus de la Universidad de California, en Los Ángeles, los manifestantes pro palestinos fueron atacados violentamente por manifestantes pro israelíes.

En estos momentos la universidad de Columbia se enfrenta a dos demandas encontradas: la de estudiantes judíos que dicen sentirse víctimas de “antisemitismo” en el campus, y la de estudiantes pro Gaza que aseguran ser víctimas de un sentimiento “anti musulmán” en la misma institución. En el meollo de la cuestión radica el delicado equilibrio entre el derecho a libertad de expresión de unos y otros, y que la universidad garantice la integridad física de todos. El dilema se ha extendido a otros centros académicos como Yale, la Universidad de Austin, Princeton, Fordham o New York University. En el caso de la universidad de Brown, en Rhode Island, la directiva y los estudiantes llegaron a un acuerdo: los manifestantes desmontaron el campamento y la universidad está dispuesta a debatir sobre sus lazos con instituciones que suplen apoyo a las fuerzas militares de Israel. Han sido distintas maneras de gestionar la crisis en los campus a pocos días de que se celebren ceremonias de graduación que debido a la crispación general (en todo el país se han efectuado más de dos mil arrestos) están en el aire.

Una vez más, la estatua de Alexander Hamilton que preside la entrada del edificio que lleva su nombre ha sido testigo mudo de acontecimientos que no dejan indiferente a nadie. En otoño los nuevos estudiantes pisarán el campus de Columbia. Cada generación escribe su propia historia. [©FIRMAS PRESS]

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