Noche oscura, lluvia, el bus no viene, nadie me responde. ¡Mamá!, ¿dónde estás?

Esta es un historia de ficción: Me quedé sin bus y, ahora que necesito a mis amigos, nadie me extiende la mano. Sin embargo, la cena y el jugo de mamá me hacen comprender el valor de esa mujer que nunca me abandona y da su amor incondicionalmente.

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“Sentado en el banco de aquel viejo bar”, suena la canción de Morat. ¡Shhh! Silencio, adónde está mi celular; ah, acá en mi bolsillo. En definitiva, la peor decisión que tomé fue la de poner mi tema favorito como alarma, chekueraima de escuchar, pero si no pongo algo movedizo, no hay parlante que me levante cuando duermo en el colectivo.

¿Por qué todos se bajan? No puedo creer, desastre ko Marito. Tengo poco saldo, llueve fuerte y, para cerrar el regalito, de moño se descompone esta carcacha a la que llaman bus. ¡Uuuy, qué frío hace acá en la calle! Dijo luego mamá “llevá tu abrigo” y yo rovatavy no le hice caso.

Ya son las 22:30, estoy a diez cuadras de casa y la calle parece un desierto. Me desespero y mi bus que no viene. Tal vez, le haga caso a tía Luci, deje mi facu porque está muy lejos y consiga un trabajo que sí me dé tiempo para respirar. Pienso de más ya otra vez. ¡Maena, qué lindo gatito! ¿será que tiene casa o se va a seguir mojando acá solito?

Dios, no viene luego el 56 ni el 26. Le voy a marcar, con los pocos megas que me quedan, a Rosi, ella es mi mejor amiga y segurito me va a buscar. Aaah, me deja en visto cuando más la necesito, muy bien, ojalá que ni se le ocurra venir a llorar después de terminar por 345 vez con su ex el mujeriego.

Siguiente, a ver, ya sé, Pablo tiene moto y acá cerca queda su casa. Además, él siempre dice que puedo contar con su ayuda. Hola, Pablo. Tengo poco saldo, será que podés bancarme por fa, es que me quedé sin colec..., tu tu tu, cortó. No puedo creer que, ahora que estoy por quedarme en la calle y ser asaltada por un motochorro, todos me abandonan. ¡Mamá, te extraño y llueve!

Es probable que los choferes se hayan ido a fabricar las ruedas del bus, perfumar los asientos y, de paso, preparar bocaditos para los pasajeros, sí, eso seguro pasa. Bueno, basta de crisis mental. Clary vos sos valiente y vas a poder caminar hasta tu hogar y nada te va a pasar; voy a ir a pata hasta mi casa. En el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo: “Señor, que nada malo pase y que mi mami aparezca para socorrerme. Amén”.

Solo son cuadras, pero me duelen los pies y no voy a superar este día. Hasta creo que voy a escribir un libro sobre “lo que callamos los estudiantes, trabajadores y dueños de una lista de amigos que solo están en las buenas”. ¡Ya llego, oh sí, ya llego, oh sí!, yo debería ser cantante o qué.

¡Miedo! Alguien se está acercando justo cuando estoy por llegar a casa. ¡Mamá! Sos vos, vení te doy un abrazo de oso mojado por la lluvia. La veo con una sombrilla y una campera; voy a llorar, obviamente después de superar que me dice que estaba preocupada y que me preparó vori vori y una jarra con jugo. ¿Quién como ella?

Si tengo que regalarle algo que esté a la medida de su corazón, tendría que robar el mundo. Ahora que llego a casa y miro la mesa, recuerdo qué me motiva a sacrificarme todos los días: mi mamá quien, cuando nadie me extiende la mano, me espera al final del camino, con un abrazo sin reproches, además de un amor ilimitado, sincero y capaz de elevar las ganas de seguir de cualquiera.

Ah, por cierto mami, no tuve corazón para dejarlo, ¡tenemos nuevo michi!

Por Andrea Parra (19 años)

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