Las investigaciones sin internet son difíciles, pero aportan ricas experiencias

Libros empolvados, gordas enciclopedias y las experiencias del abuelo eran las fuentes esenciales al realizar un trabajo práctico sin internet. En esta era, dominada por los “www”, son pocos los estudiantes que optan por libros para las investigaciones.

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Resulta problemático imaginar una época sin internet, ya que las redes sociales y las páginas web dominan nuestras vidas; no únicamente en el contexto de la diversión, sino también para la elaboración de extensos trabajos prácticos.

Seguramente, hasta ahora resuena en tu conciencia la típica frase de los papás: “En mis tiempos, tragábamos libros y ahora ese celular les vuelve locos”. Anteriormente, el verdadero akãrasy no se manifestaba con el “mamá, no anda el wi-fi” o “no conecta el módem”. Una vez que el profe daba el tema del trabajo práctico y la fecha de exposición, sabías que tu misión era recopilar información, hasta el mínimo detalle. A la hora de investigar, te convertías en todo un Sherlock Holmes.

¿Te acordás de los antiguos tomos de enciclopedias? Aquellos materiales llenos de polvo yacían olvidados en los anaqueles de tu casa; no obstante, eran una verdadera salvación en las investigaciones del colegio. Asimismo, “Microsoft Encarta” fue una herramienta infaltable en las computadoras; con sus juegos didácticos y coloridos mapas, esta página, que no requería conexión a internet, ofrecía información sencilla y completa.

Gracias a la sabiduría materna, podías encontrar páginas escolares del siglo pasado, almacenadas en casa. Tu mamá se destacaba por ser una habilidosa coleccionista de esos materiales que contenían biografías de personajes célebres de nuestra historia, descripciones del medio ambiente y mapas, entre otros.

Las bibliotecas de la ciudad también eran sitios adonde acudían los estudiantes, aunque la mayoría solo iba a curiosear un rato, ya que las multas por perder libros eran elevadas.

Otra fuente imprescindible de consulta era el abuelo. Aquel viejito de cabellos plateados y cara arrugada se parecía a un libro abierto que tenía la respuesta adecuada para cada interrogante. Bastaba un cuadernito, lápices y oídos atentos para deleitarte con las simpáticas anécdotas y profundas reflexiones del tata.

Recordemos a tantos abuelos con bibliotecas privadas que esperan nostálgicos la visita de sus nietos para las investigaciones y una amena charla. Sin dudas, los trabajos prácticos realizados anteriormente denotaban esfuerzo y dedicación.

No siempre el camino rápido es el mejor, preguntales a tus mayores cómo investigaban arduamente cuando aún no existía el señor Google. Con el tiempo, uno descubre que el intenso proceso de lectura trae consigo experiencias enriquecedoras. Pongamos de moda el “navegar” en los libros y dejar de lado el “copy/paste”.

Por Víctor Martínez (19 años)

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