¿Quién diría que el enunciado “cuando sea grande quiero ser...”, que de pequeños repetíamos emocionados, sería visto como algo tan iluso debido a lo sobrecargada de trabas que está la sociedad?
Al principio, junto con una fragancia de toque juvenil, las ganas de estudiar y ser alguien en la vida llenan los corazones de los chicos que emprenden el desafío de seguir una carrera. Sin embargo, las manecillas del reloj bailan presurosas y, así, muchos universitarios comienzan a notar las injusticias que azotan la sociedad y lo insegura que se convierte la idea de conseguir, después de todo, un puesto de trabajo.
Empezando con el requisito ideal, tener experiencia constituye uno de los principales aspectos que las empresas y entidades tienen en cuenta a la hora de contratar nuevo personal. Lo irónico es que el recién egresado, en muchos casos, suele dejar vacía esta casilla ya que, al menos en la Universidad Nacional, los horarios de clase para medicina, arquitectura y demás disciplinas son rotativos y, por ende, no dan respiro para que el joven haga las tareas de estudiar y trabajar al mismo tiempo.
Por otra parte, las palabras "contacto mata currículum" son las eternas enemigas de quienes luchan por hacer valer todo el esfuerzo que requiere terminar una carrera. Este fenómeno, que elimina los límites entre allegados, puestos laborales y poder, más se da cuando de cargos públicos se trata, pues en las instituciones privadas serias, normalmente, no importa si sos hija del hermano de la tía del ministro.
Es importante saber que existen carreras que, de por sí, no tienen mucha salida laboral en nuestro país como, por ejemplo, derecho e historia. En este sentido, una vez más, caemos rendidos de la nubecita que nos prometía que seríamos lo que deseábamos; a veces, uno se guarda el sueño en la mochila y emprende la búsqueda de una carrera que no le apasiona, pero tiene más posibilidad de generar beneficios económicos.
Existen injusticias que al miedo de no conseguir trabajo nos hacen acariciar y, claramente, el hartazgo de ver como parientes de políticos ocupan el sector público, sin mérito propio, recorre las venas de los ciudadanos. Así pues, callar no es opción y reclamar las injusticias es obligación para quienes, aunque suene utópico, anhelan una sociedad más justa en la que matarse estudiando valga la pena y no sea al final un esfuerzo realizado en vano.
Por Andrea Parra (19 años)