Tercera edad: sobrevivir vendiendo yuyos

Desde hace 25 años, doña Mirian Meza (70) vende hierbas medicinales. Pertenece a aquella generación de paraguayas pobres, solas y trabajadoras que resiste los embates de la vida con una sonrisa. Suavizando su durísima realidad, dice: “Solo tengo diabetes y artrosis, pero le doy gracias a Dios por poder levantarme cada día y venir a trabajar”.

Ña Mirian es muy conocida en el barrio San Vicente, los vecinos la ubican como “la señora que vende yuyos”.Gustavo Machado
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Ña Mirian es muy conocida en el barrio San Vicente, los vecinos la ubican como “la señora que vende yuyos”, y es que su puestito, situado en la puerta de un antiguo supermercado, se había convertido en parte del paisaje. Sin embargo, después de 25 años de estar en un mismo lugar, ella tuvo que abandonar el sitio y, sobre su vieja silla de ruedas, rebuscarse en una vereda cercana.

Mirian, como tantos otros niños paraguayos del interior sufrió una infancia llena de precariedades y ausencias, ni ella ni sus hermanos fueron a la escuela. No lee ni escribe.

Ya sin el techo que la protegía del clima frío o caluroso, sigue vendiendo sus remedios en la esquina de Cap. Jara y Félix Bogado. Nos comenta que en su antiguo lugarcito pasó por 3 dueños de ese supermercado, “ya no me permiten estar ahí”. Vale decir que ña Mirian trabaja de lunes a lunes.

“Vine a Asunción buscando un futuro”

“Soy norteña, nací en Fuerte Olimpo. Éramos 12 hermanos, vivíamos con mis padres, mi papá era macatero y mi mamá estaba en casa. Un día mi papá trajo a vivir con nosotros a una mujer, había sido era su mujer. Esta señora tomaba mucha caña, un día le puso algo en la bebida a mi mamá y ella se volvió también una borracha. Nuestra vida familiar se destruyó, y mi hermano mayor nos repartió a todos los menores”.

Mirian, como tantos otros niños paraguayos del interior sufrió una infancia llena de precariedades y ausencias, ni ella ni sus hermanos fueron a la escuela. No lee ni escribe. “Andaba sola, no tenía miedo, antes no era tan peligroso como ahora. A los 14 años lavaba ropa para ganarme el pan; en el arroyo donde me iba le conocí a un muchacho que trabajaba en un barco y me fui con él, para qué te voy a mentir. Estuvimos 8 años juntos, tuvimos una hija, yo trabajaba como cocinera en el barco y él vendía provistas que llevábamos hasta el último puerto paraguayo, allá en Puerto Caballo, en la frontera con Bolivia y Brasil; recorríamos desde Fuerte Olimpo hasta Bahía Negra”.

Hace 25 años, Ña Mirian heredó el puesto de su hijo, cuando él ya no quiso dedicarse a la venta de yuyos. Tiene un ayudante que va a buscarle los yuyos del mercado 4.

La relación de pareja de Mirian terminó cuando ella descubrió que su compañero tenía otra mujer. “Lo dejé y me quedé con mi hija. Vendí mi casa y vine en lancha hacia Asunción. Me quedé en la casa de mi hermana en el barrio Roberto L. Petit. Vine a buscar un futuro mejor… pero no fue así”.

Sobrevivió en lo de su hermana un tiempo hasta que conoció a un hombre, “él me recogió, nos fuimos a vivir a su casa, con él tuve un hijo varón”. Pasaron los años y muchas dificultades. Hoy ña Mirian vive sola, en Cateura. Tal como alguna vez ella lo hizo, su hija partió a los 15 años, se fue a Bs. As. “Ella no me hace caso, volvió después de casi 50 años para conocerme, y después nada. Mi hijo vende diario y bingo por acá cerca, pero tiene muchas familias y no me puede ayudar”, cuenta.

Yuyeros ambulantes, el emprendimiento de los pobres

Hace 25 años, Ña Mirian heredó el puesto de su hijo, cuando él ya no quiso dedicarse a la venta de yuyos. Tiene un ayudante que va a buscarle los yuyos del Mercado 4. Su clientela le es fiel porque a ella nunca le faltó el trato amable, “tengo muchas amigas por acá, ellas me ayudaron cuando estuve internada”.

Diariamente tiene que conseguir 30 mil guaraníes sí o sí para el taxi porque no puede caminar, “encima que no todos los taxistas quieren entrar hasta Cateura porque tienen miedo de los chespi”, resalta. Sobre cuánto gana por día, no hay respuesta inmediata, piensa: “No sé, a veces pido para mi vuelta porque no entró nada. Saco para comer o me voy sogué. Yo me cocino, cuando no tengo, me hago un caldito de verduras.

“Los políticos no valen”

A pesar de llevar una vida muy dura siendo adulto mayor, doña Mirian no pierde la calma ni el buen ánimo: “Estar bien, ser amable me ayuda a sobrevivir, porque si soy argel, no voy a vender nada; acá toda la gente son especial, hay que saber tratarle”

¿Nunca buscó ayuda social?

-Nunca, ¿para qué? Cuando estuve enferma mis vecinos y amigas me hicieron pollada. Para empezar, hay que moverse y yo no puedo; otra cosa, hay que tener plata y apenas saco para comer. Antes votaba por los colorados, no se podía elegir otro; hoy sí, pero ya no voto, nadie no vale la pena. Me escondo de los políticos que llegan por el barrio, solo vienen a mentir.

¿Cómo vive en Cateura?

-En éste (toca su deteriorada silla de ruedas), vivo con mis perros, mi hermana me ayudó a cerrar con rejas. Mando lavar mi ropa. Mi casa tiene una pieza, pero la parte de atrás ya se está por caer todo, llevó todo el viento. Estoy ubicada sobre lo que era una zanja, la arena no se asienta ahí, eso me preocupa mucho.

¿No entran en su casa?

-Nadie no entra, tengo dos perros (John y Nena) que me cuidan, por eso yo también los cuido, procuro por ellos, les compro chura por 10.000 Gs. y les cocino.

Ña Mirian es una de tantas ancianas que en su historia acarrea la desintegración familiar y la “maldición” generacional de las desigualdades socioeconómicas en Paraguay.

Aclara que no quiere plata, pero si alguien le puede dar una mano con su casa, lo agradecería enormemente, también comida (frutas, yogur, galletitas integrales), “y para mi silla de ruedas, si alguien tiene, porque la que tengo ya no anda y, sin ella, no puedo moverme. Así ko es mi vida, mi reina. Gracias a Dios que todavía me levanto para venir a trabajar”.

Cualquier ayuda solidaria para la señora Mirian Meza puede darse personalmente en su puesto de venta, capitán Jara y Félix Bogado.

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