Unas 150 personas participaron de una de las siete misas programadas para hoy por los franciscanos capuchinos en honor del santo que perteneció a la congregación. Antes de la ceremonia, los presentes depositaron en una urna sus intenciones, que según nos comentaron, eran ruegos de mediación para gozar de buena salud, que haya trabajo y que cese la pandemia.
En la homilía, el sacerdote Arévalo pidió a los presentes a valorar el talento que da Dios a cada uno. Explicó que esa virtud que se recibe no es para hacer show, sino para que, como trabajador o profesional, esté al servicio de la gente. “El que cree que el talento es solo para un beneficio personal, desvía la mirada de Dios, que pide que se comparta, así como hizo el padre Pío, al servir a los demás, ayudando en vida a la conversión e incluso luego de su muerte”, apuntó.
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Como miembros de la Iglesia, y devotos del santo capuchino, invitó a valorarse y asumir los desafíos de cambiar corazones. “Todos posemos, debemos ejercitarnos, desarrollarnos en la cotidianeidad para hacer el bien. El miedo existe y también la pereza, pero no es cierto que no se pueda cambiar en la realidad, nadie debe quedarse aplastado. Los cristianos están llamados a transformar la sociedad”, afirmó.
Al referirse a San Pío, dijo que también fue un hombre débil, como todo ser humano, pero si tuvo bien claro, que solo con la mirada a Dios, se contempla y se moldea la vida.
El Padre Pío nació en Pietrelcina, Campania (Italia), el 25 de mayo de 1887. Su nombre era Francisco Forgione pero, cuando recibió el hábito de Franciscano Capuchino, tomó el nombre de “Fray Pío”, en honor a San Pío V. Partió a la casa del Padre un 23 de septiembre de 1968, después de horas de agonía repitiendo con voz débil “¡Jesús, María!”.