Un amigo perdido en el río

Toda su vida estaba pasando por su mente en esos cinco minutos, mientras sus ojos hacían contacto con aquellos otros, hundidos en esos rostros pálidos, agarrados de unas ramas y con el agua hasta el cuello. El silencio de unos labios morados y agrietados confesaban que por varios días habían sofocado gritos de terror.

Lucas encontró a los tres amigos en medio del río.Leda Sostoa, ABC Color
audima

Tras darse cuenta de que había contenido la respiración, Lucas dejó entrar un poco de aire y sintió el olor del combustible. Ese aroma que siempre fue sinónimo de pesca y paseos en medio del río, hoy olía a miedo, a desesperación.

Los latidos de su corazón le retumbaban en los oídos y se fundían con el sonido del motor fuera de borda mientras dejaba subir a la embarcación a esos tres extraños conocidos.

Un “Gra... cias” entrecortado rompió el silenció.

Con expresión muy dura, él respondió:

-Al piso y ni una palabra.

En el bote, en silencio, su familia optó por mantener la mirada perdida en el horizonte, mientras hacía espacio entre sus pies a esos cuerpos fríos y temblorosos que terminaron desparramándose en el piso de la embarcación.

Él aceleró y la proa se elevó levemente mientras avanzaban dejando atrás las islas pequeñas y el grito de los karayá a la par que se iba poniendo el sol. También disimuló y clavó la vista al frente, evitando girar la cabeza para confirmar si acaso alguien de la frontera los estaba siguiendo.

Lo que Lucas y su familia habían visto ese día era un final, el último capítulo de una historia que empezó como un juego de jóvenes, llenos de ambiciones y sin miedo. Después de años de exitosas hazañas, en un solo día, la historia se convirtió en tragedia y fue el fin.

El río y el lago lo habían visto todo. Después de la harina y los electrodomésticos, llegó la temporada de autos. Desde el país vecino, en plena noche, sobre canoas colocadas una al lado de la otra, acomodaban con admirable técnica el botín de la jornada.

En destellos de linternas o a la luz de la luna, se podía ver a los autos más lujosos de la época cruzando el río en silenciosas caravanas.

Al día siguiente de cada “golpe”, el pueblo los veía pasar, caminando a paso firme, la frente en alto y los bolsillos abultados. Habían burlado nuevamente a las autoridades de turno. Los ciudadanos lo sabían; impotentes, solo callaban.

Lucas se repetía en la mente que lo que hacía estaba bien. Cumplía con lo que su padre le había enseñado siempre: dar la mano y la otra mejilla, siempre.

Se perdía de vez en cuando en sus pensamientos, mirando un punto fijo o simplemente en la nada. Mientras tanto, en su cabeza, como en una película antigua, los recuerdos pasaban una y otra vez.

El río era el escenario. El “golpe” se iniciaba en la capital del país vecino con el robo de los automóviles, que eran conducidos hasta la frontera y de allí al río. Todos los puertos sabían; incluso las autoridades locales, los políticos también.

A laluz de la luna, los autos robados eran transportados en canoas

Tres días antes de que Lucas los encontrara, los cuatro jóvenes estaban con la adrenalina de volver a cruzar el río y alcanzar otro botín. Pero en esta ocasión, las cosas cambiaron cuando cayeron en una redada de la gendarmería del país vecino.

Les venían siguiendo los pasos desde hacía meses hasta que por fin dieron con ellos en medio del río. Les hicieron el alto. Los jóvenes respondieron con disparos y allí empezó la persecución en deslizadoras y disparos de ametralladoras.

En medio de la oscuridad, el zumbido de las balas abrían paso a la muerte. En medio del caos, uno de los jóvenes fue alcanzado por los disparos y la escena se enmudeció. Aún de pie en el bote, dirigió una última mirada a sus amigos y cayó al agua.

Desde ese momento, la adrenalina tuvo otro sabor. La “misión” dejó de tener sentido, el pánico y el dolor los invadió. Sin pensarlo más, los dos se tiraron al agua y se dejaron arrastrar por la corriente.

Los gendarmes patrullaron la zona durante una hora, pero no encontraron el cuerpo del baleado ni de los otros tres. Se retiraron llevándose la embarcación de los fugitivos.

Los raigones que daban al río sirvieron de auxilio. Aferrados a ellos, los tres amigos lograron tocar tierra y salvarse. Pero tuvieron que pasar tres días escondidos en los islotes. Lucas los encontró así: con sus ropas convertidas en harapos, descalzos y una linterna descompuesta en la mano de uno de ellos. No podían pronunciar palabra.

Lucas los bajó muy cerca del puerto para que desde allí llegaran al pueblo caminando.

- “Gra... cias”, volvió a decir uno de ellos y cuando abrió la boca para volver a decir algo, Lucas lo interrumpió.

-”No estoy de acuerdo con lo que están haciendo. Hago por una cuestión de humanidad. Les conozco a tus padres”, dijo.

Ni Lucas ni su familia dimensionaban hasta dónde había llegado la noticia de los fugitivos. Horas después, se enteraron de que los tres fueron apresados apenas llegaron a sus hogares.

Pasaron los años, los tres cumplieron su condena y volvieron al pueblo. Se podía ver que lograron rehacer sus vidas.

Sin embargo, en su círculo familiar más cercano se sabía de las noches de pesadillas en las que se reproducían una y otra vez la voz de “alto”, las balas y la mirada apagada de su amigo.

Lo
más leído
del día