Una iguana invasora de América Latina amenaza a la iguana de las Antillas

FORT-DE-FRANCE. Cerca del centro de la capital de Martinica, una isla francesa en el mar Caribe, Dina Dieuzede-Cophire se queja de sus vecinos, las iguanas que colonizan el jardín, asustan al perro y causan estragos en la cocina.

Una Iguana de las Antillas Menores (Iguana delicatissima), vista en su hábitat natural.LIONEL CHAMOISEAU
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Estas iguanas comunes, una especie invasora importada de América Latina, amenazan asimismo la supervivencia de la llamada ‘Iguana delicatissima’, endémica de Martinica, también conocida como la iguana de las Antillas Menores.

Los intrusos se instalan en los tejados, pasean por las calles, a veces pelean con Rex, el perro, cuenta Dina. “Rex es nuestra alarma. En cuanto oye un ruido, da un brinco, sabemos que hay una iguana cerca: ya sea en el árbol o en la terraza”.

Para cortar el paso a este invasor, instaló rejas alrededor de su casa de Fort-de-France. Pero “en una ocasión entró una muy grande en la cocina. Tuvimos que llamar a los bomberos. Rompió todos los vasos”.

Estos saurios, que pueden medir hasta metro y medio y pesar 4 kg, proliferan en la capital y también se ven en municipios aledaños. Llegaron a Martinica en los años 1960 de la mano del padre Robert Pinchon, un profesor de Ciencias Naturales.

La iguana común (‘Iguana iguana’) se distingue por su cola rayada. Al igual que las ratas, se alimenta de la basura y se reproduce a una velocidad vertiginosa.

Además se aparea con la ‘Iguana delicatissima’ y con el tiempo las características de la iguana común se imponen y las de la iguana endémica desaparecen, “de modo que la cohabitación no es posible”, explica Emy Njoh Ellong, coordinadora territorial de los planes de acción nacionales para las tortugas marinas y las iguanas en las Antillas Menores en la Oficina Nacional de Bosques (ONF).

En la actualidad, las autoridades sacrifican la iguana común para frenar la proliferación.

La ‘delicatissima’ tiene solo dos espacios protegidos: el extremo norte de la isla, alrededor del monte Pelée y el islote Chancel. Esta zona de 70 km2, a 400 metros de la costa, la comparten con un propietario, algunos turistas y varias asociaciones que intentan protegerla.

Cuando se ve una iguana en el islote Chancel, con frecuencia lleva una letra y un número en el costado, lo que significa que fue capturada y marcada. B24, por ejemplo, camina con orgullo entre los árboles y las ruinas de esta antigua casa azucarera del siglo XVIII, pero en cuanto ve a una persona se escapa.

Ratas y ovejas

“Se esconden en todas las grietas, sobre todo en los troncos de los árboles un poco dañados para descansar y sentirse seguras, o se colocan encima de las hojas para calentar el cuerpo”, explica Kévin Urvoy, un empleado de ONF.

Acompañado de voluntarios, acaba de instalar en el islote casi un centenar de trampas para ratas, otra amenaza para la ‘Iguana delicatissima’.

A los roedores les gustan los huevos de iguana y las ovejas del propietario, por su parte, se comen “todas las plántulas pequeñas y por lo tanto la vegetación, el alimento de la iguana, no se regenera y los árboles bastante viejos están apolillados”, precisa Emy Njoh Ellong.

Como resultado, cada vez hay menos iguanas endémicas de Martinica: apenas 500 ahora contra alrededor de 800 en este islote hace 10 años. En el norte de la isla es imposible contarlas. Viven escondidas en un espacio escarpado.

Los protectores de las iguanas piden a la población que fotografíe los especímenes que ven para verificar que la iguana común aún no ha llegado a este remanso de paz. Todo con tal de salvar los últimos ejemplares de una especie única en el mundo.

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