En la noche del miércoles último murió a los 85 años de edad el Dr. Conrado Pappalardo Zaldívar (popularmente conocido como Teruko), un protagonista clave de la atribulada historia política de nuestro país, hombre bisagra de la dictadura a la transición democrática, diplomático y negociador de primera, cuya sabiduría fue gravitante en numerosas decisiones de trascendencia de gobernantes y parlamentarios de distintas banderías para garantizar la convivencia.
Abogado egresado con honores de la Universidad Nacional de Asunción con especialización en la Georgetown University de Washington, diplomático desde 1954, director de ceremonial del Estado y embajador extraordinario y plenipotenciario. Pappalardo fue testigo privilegiado de los avatares del poder desde que el desconfiado Alfredo Stroessner lo eligió por sus habilidades y gracias a la amistad forjada con su padre y excamarada artillero, José Pappalardo, en la Guerra del Chaco.
En ese carácter encaró misiones diplomáticas de alta sensibilidad como cuando ambos países se disputaban la propiedad sobre los Saltos del Guairá y fue detenido por militares brasileños en 1965 (entre la actual Salto del Guairá y la que fuera Puerto Renato), entre otros varios incidentes que dieron origen a la represa hidroeléctrica Itaipú.
“Itaipú fue un tratado político”, afirmaba por eso con convicción Pappalardo en una última entrevista con ABC, el 12 de enero de este año. Fue también testigo privilegiado de la apertura de la ruta terrestre hacia el Atlántico brasileño y de la construcción del Puente de la Amistad que le dio un nuevo rumbo al comercio que se centraba históricamente en la salida por el Río de la Plata. Hasta entonces, “éramos como un país estrangulado”, comentaba el diplomático y político.
Conocedor en sus mínimos detalles de la hidroeléctrica y de sus posibilidades económicas, una de sus últimas recomendaciones con relación a la renegociación del Anexo C para el 2023 fue la de gestionar un préstamo de US$ 20.000 millones (10.000 para Paraguay) para invertir en un fondo de desarrollo bajo la administración de Itaipú. “A Brasil no le mueve la aguja 10.000 millones de dólares. A nosotros sí”, expresaba al insistir en la prioridad de invertir en infraestructura para generar empleo.
“Qué podía haber sido del Paraguay sin Itaipú, sin Yacyretá, sin petróleo ni nada. Hay que imaginarse”, decía al ponderar la explotación de las dos represas en condominio con los dos grandes vecinos y la posibilidad de ampliar este campo con Corpus, Itatí-Itacorá y lo que queda de otros proyectos binacionales.
“Tengamos cuidado. Seamos prudentes y vayamos a negociar (con Argentina y Brasil), no a imponer, porque vamos a necesitarnos muy pronto cuando se acaben las fuentes de generación de energía”, dejaba como recomendación indicando que a las conversaciones deben acudir los mejores talentos.
Bisagra de la transición
Pappalardo, prolífico en su vida pública, fue el hombre de la transición democrática al asumir la Secretaría General de la Presidencia en el Gobierno de la Gesta Revolucionaria del 2 y 3 de Febrero liderada por el general Andrés Rodríguez. Elaboró más de 100 leyes para la democratización del país y la liberalización de la economía.
Organizó las primeras elecciones generales en democracia en 1989 y preparó la convención nacional constituyente de 1992 por encargo de Rodríguez.
Fue diputado nacional (1968-78) (1993-2003), senador (1978-88). En 1999, durante el Gobierno de facto de Luis González Macchi (1999-2003), se exilió en el Brasil para escapar de las amenazas contra su vida y la persecución para capturarlo emprendida por los elementos stronistas que fueron rehabilitados por el régimen.
Desde su cargo como vicepresidente de la Asociación Rural del Paraguay (ARP) impulsó y firmó el contrato con la UIP para dar inicio a las ya tradicionales Expo de Roque Alonso.
Fue fundador y miembro del Consejo Empresarial de América Latina (CEAL) y miembro del consejo del David Rockefeller Center for Latin American Studies en la Universidad de Harvard.
En sus oficinas Pappalardo tenía colgados como recuerdo decenas de fotos de sus citas con prominentes jefes de Estado de todo el mundo, varios de ellos norteamericanos desde John F. Kennedy en adelante.
Amante de las tertulias, gustaba de rodearse de profesionales, diplomáticos, políticos y empresarios para conversar sobre temas de actualidad. Acostumbraba abrir los debates, pero se excusaba siempre de opinar.
Su lema era: “Trato de mantener la confidencialidad en muchos asuntos para no herir susceptibilidades”.
Experto conocedor de las intolerancias incubadas en el espíritu de las relaciones humanas, Pappalardo mantuvo siempre un semblante optimista imperturbable –aún con la adrenalina al extremo– virtud que lo mantuvo en el cenit como referente de la vida económica, política y social de nuestro país hasta el fin de sus días.