Ubicada en un codito del barrio Ykua Satĩ, a pocos metros de eje corporativo de Asunción, en una zona donde el precio del metro cuadrado se estima en alrededor de 1.500 dólares, la plaza sorprende por ser todo lo que la mayoría de las plazas de esta madre de ciudades no son: cuidada, limpia, segura, verde... en fin, un espacio público donde se puede pasar tiempo al aire libre, jugar, leer, correr, practicar actividad física o simplemente dedicarse al dolce far niente.
Lo primero que llama la atención al dar vuelta la esquina de la calle Guillermo Enciso Velloso y Ferroviarios del Chaco y divisarla es su impecable vereda inclusiva, flanqueada por faroles de estilo inglés, palmeras y plumerillos. Sin ni una sola baldosa floja o rota (todo un hito de por sí), tiene además el pavimento táctil que sirve como guía para personas con discapacidad visual.
Un cartelito en una Lluvia de orquídeas en flor advierte que quien lleva a su mascota debe mantenerla sujeta y hacerse cargo de sus desperdicios. Lo más llamativo es que ¡se cumple! Quien esto escribe casi sufre un shock cultural cuando al entrar vio a un vecino llevando a su pug con correa en una mano (aunque más bien parecía al revés) y su bolsita recolectora de desechos fragantes en la otra. Y damos fe de que la usó.
Antes de entrar, otro cartel escrito a mano y plastificado indica que es obligatorio el uso de tapabocas. Y como dicta el modo COVID-19 de vivir, inmediatamente contiguo al acceso, la plaza tiene un lavatorio, aunque sin jabón (todo no se puede).
Por causa de esa misma pandemia, los juegos infantiles hoy están inhabilitados con fajas de foil. No es momento de toquetear superficies de uso común. Los juegos en sí tampoco descollan. Hay un par de toboganes, unos subibajas, una calesita, unas hamacas y un domo para trepar, todos de metal pintados en colores vivos. Lo resaltante es que están enteros, que no es poco decir si se tiene en cuenta que lo común es encontrar estructuras herrumbradas, hamacas sueltas y tablas rajadas.
A la izquierda, según se entra al parquecito hay otro pequeño espacio con encanto. Es una pérgola con enredaderas, bancos de colores y algunas plantitas colgantes. Podría tener más platas, eso le objetamos, pero tal como está ya invita al descanso.
A pocos metros, una casillita del proyecto Bibliotecas Callejeras Paraguayas guarda un pequeño lote de libros a disposición de quien llegue con ánimo de matar las horas leyendo. La verdad sea dicha, los días de nuestra visita la oferta no se presentaba particularmente tentadora: el volumen más grueso era un manual de mecánica. Desde luego habrá quien disfrute de este género, no lo menospreciamos. De todos modos, la casita está abierta para que quien lo desee la enriquezca y deposite allí libros que quiera compartir.
En otro sector hay algunas máquinas de ejercicio para adultos. También una pequeña fuente y un polígono para correr libremente, patinar, andar en bicicleta, en fin, hacer las cosas que los chicos hacen en este tipo de lugares bajo la atenta o la esporádica mirada de un padre o una abuela sentado en un banco contiguo.
Al caer la tarde se encienden las luces y a las 22 el portón es cerrado hasta el día siguiente.
En épocas en que la distancia social no era la norma, el lugar también fue escenario de conciertos abiertos que convocaban al vecindario.
Mientras otras plazas son barridas y la maleza podada una vez al año, cuando el intendente de turno visitará el barrio, esta cuenta con un cuidador municipal que trabaja en el lugar cuatro veces a la semana. Barre, poda, remueve malezas, arregla... es casi como la Real Academia Española: limpia, fija y da esplendor.
¿Cómo se llegó a esto? La clave está en la gestión vecinal. Una comisión barrial organizada, en un barrio que paga elevados impuestos, que presiona y gestiona. En los archivos de ABC se lee por ejemplo una denuncia del año 2015 en la que los vecinos exigían la rendición de cuentas por 63 millones de guaraníes que supuestamente se habían invertido allí, pero cuyo fruto era invisible. Al contrario, en las fotos publicadas entonces se podía ver un lugar sucio, con la maleza creciendo entre las baldosas, los bancos rotos y la basura tirada en el piso.
Esta claro que el mérito no es de la Municipalidad de Asunción, que a los efectos de este artículo ha demostrado ser bastante ineficaz. Para conocer más sobre este espacio y cómo se gestiona ABC contactó con Daniel Ortiz, director del Área Social, con Ananía Benítez, directora de Espacios Verdes y con Omar Centurión, funcionario de Áreas Verdes y nadie pudo responder unas sencillas preguntas.
En el título del artículo dijimos que esta plaza es un secreto de Asunción, porque no mucha gente la conoce, tal vez por su ubicación fuera de una calle principal. Pero esta es una verdad a medias. Quien la busque en Google Maps podrá leer que tiene casi cinco estrellas otorgadas por sus visitantes, y un tendal de reseñas halagüeñas.
Como decíamos al principio: la plaza Lemos no es particularmente extraordinaria, pero en esta ciudad que pronto cumplirá 500 años y tiene casi 200 plazas públicas que van en su mayoría de feas a horribles, el solo hecho de ser un espacio público limpio, cuidado y agradable de visitar es fuera de lo común.
¿Conocés alguna otra joyita escondida de Asunción? Si es así, contánoslo.