Con ayuda de otros españoles republicanos, Joan Tarragó se hizo con libros pertenecientes a deportados italianos, que llegaron al campo a partir de 1943, y se creo esta "biblioteca" que se escondió en un barracón, explica en una entrevista con EFE con motivo de la publicación del libro.
Como Tarragó, se calcula que más de 9.300 españoles fueron prisioneros en campos nazis y al menos dos tercios no sobrevivieron.
Pero 'Stendhal en Mautausen' (El Mono Libre Editorial) es también el relato de la vida de una familia exiliada, la de Llibert, que nació en Francia en mayo de 1947, porque su padre no pudo regresar a su tierra, tras sobrevivir cuatro años en el campo de concentración, pero sí reencontrarse con su esposa, Rosa.
Las dos historias del libro
El libro se divide en dos bloques: en el primero, el autor cuenta cómo era vivir en el exilio -no visitó España hasta que tuvo 12 años-, el descubrimiento de la historia de su padre y su visita de adulto al campo de concentración. La segunda parte son las vivencias de Joan en el campo de prisioneros.
La obra parte de unos documentos que el autor encuentra en la antigua casa familiar, que le impulsaron a viajar a Mauthausen. "A partir de ahí me interesé de manera no tanto sentimental, sino desde un punto de vista histórico".
Tarragó se entrevistó con prisioneros que usaron esta biblioteca: "Ellos me decían que leer era sobrevivir en el infierno. Un resistente francés me explicó cómo 'La cartuja de Parma' de Stendhal resultó muy importante para él. Consiguió escaparse de ese infierno gracias a la literatura".
El autor evita tratar de héroe a su padre, e insiste en transmitir un mensaje de lucha colectiva: "Mi padre decía que un hombre sólo no podía hacer nada. Eran jóvenes, con una ideología, y que pensaban solo en una cosa, que era escapar del infierno para volver a luchar contra Franco".
"Me impactó mucho el testimonio de un aragonés que encontré en internet. Explicaba el miedo que tenía al subir desde la estación del pueblo de Mauthausen hasta el campo, cinco kilómetros más adelante. Oyó una voz que le dijo 'Chico, no te acojones', y esa voz era de Joan Tarragó. Cuando tengo momentos difíciles pienso en esta frase", confiesa Llibert.
"Para los hijos de los deportados es un trauma diferente, pero también es un trauma", concluye.