Dyker Heights, la atracción más brillante y kitsch de la navidad neoyorquina

Jorge Fuentelsaz Nueva York, 15 dic (EFE).- Las calles del barrio residencial neoyorquino de Dyker Heights, en el sur de Brooklyn, lucen desiertas hasta las cinco de la tarde, cuando se iluminan las exuberantes decoraciones navideñas de muchas de sus casas, que han convertido esta zona en una de las atracciones navideñas más visitadas de la ciudad de los rascacielos.

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Minutos antes de que se haga la luz, policías de tráfico se sitúan en varios cruces, como los de la avenida 12 con las calles 83 y 84, para intentar poner un poco de orden entre la avalancha de visitantes a pie y motorizados que recorren el lugar hasta la medianoche, cuando las luces se apagan.

Nutridos grupos de turistas se detienen frente a las residencias más barrocas, como la casa de Lucy Spata que, en la década de los 80 del siglo pasado, decidió recargar la decoración navideña de su hogar, contagiando poco a poco a cada vez más vecinos hasta convertir el vecindario en el destino turístico que es hoy y que rivaliza en estas fechas con el árbol de navidad del centro Rockefeller, el puente de Brooklyn o las fachadas y escaparates de centros comerciales de Manhattan.

LAS DELICIAS DE LOS TURISTAS

"Hemos estado en el distrito financiero, el High Line, Central Park, la Quinta Avenida y el puente de Brooklyn y, hoy, aprovechando la decoración de Dyker Heights, que habíamos leído que valía mucho la pena venir, hemos aprovechado para venir", segura Joaquín Sanchís ante la casa de Spata.

Sanchís, un turista español que viaja con su familia, asegura que habían visto "algunas fotos" antes de visitar el barrio, pero estas -agrega- no hacen justicia a la realidad.

"No te imaginas que sea así, con tal cantidad de decoración, luces, muñecos... Es impresionante, está muy chulo", zanja.

Papa Noeles, ángeles, nacimientos, renos, soldaditos de plomo, duendes, pingüinos, osos polares, muñecos de nieve y todo tipo de figuras iluminadas de todos los tamaños posibles decoran y, a veces, se amontonan como en un viejo desván donde en lugar de estar cubiertas de polvo, están inundadas de luces, de una cantidad oceánica de luces de todos los colores que también cubren fachadas y se extienden por los troncos y la ramas de los árboles circundantes.

TODO LUZ Y BRILLO

"El tema (de mi casa) es el brillo", explica a EFE Frank Mangano ante la fachada de su vivienda de dos plantas decorada con miles de luces y que está coronada por cinco ángeles blancos con alas doradas que tocan sendas trompetas sobre la palabra "cree".

Mangano, que este año le dedica la decoración a su padre, recién fallecido, explica que quiere transmitir el mensaje de que "vendrán días mejores, días más brillantes. Así que todo el tema de la casa es el brillo, muy brillante, brillo".

Se mudó al barrio en 2011 y, desde entonces, no ha pasado un año sin que decore su fachada, que a las cinco de la tarde se enciende con la energía de un amanecer.

"Me preguntan mucho (por el precio de la factura de la luz) y no es tanto como la gente piensa, principalmente porque usamos un tipo especial de iluminación e iluminación LED. Así que, más o menos, la factura de electricidad se duplica durante el mes", dice sin ofrecer una cifra concreta.

La afluencia de público no solo ha forzado el refuerzo de los agentes de tráfico, sino que ha atraído a vendedores ambulantes de productos navideños y puestos de comida como el de Antonio, que abre su remolque-restaurante a partir de la siete para ofrecer dulces, hamburguesas, tacos o burritos.

También hay marcas de ropa, que no dudan en alquilar los jardines de alguna residencia del lugar para celebrar eventos promocionales de una noche. E incluso, varias casas aprovechan la decoración para recaudar fondos para alguna causa caritativa.

NO TODO ES ALEGRÍA EN EL REINO DE LA NAVIDAD

Mientras Mangano sostiene que los vecinos de su calle no solo no se quejan, sino que la mayoría se entrega como él a esta tradición navideña, algunos residentes de la zona, como Laureen no acaban de ver con buenos ojos el flujo de visitantes y la basura y el tráfico que asegura los acompaña.

"Llevo 25 años siendo testigo de esta temporada tan ajetreada que parece atraer a mucha gente simpática. Cada año añaden algo, este año canastos para tirar la basura, que era un gran problema al principio por los desperdicios que se tiraba. Pero todo el mundo parece muy feliz", apunta Laureen, no sin cierto sarcasmo, mientras pasea a su perro antes de que caiga el sol y se resquebraje la calma.

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